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Aiden no habla con nadie

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Aiden no habla con nadie. No sale del cuarto. Apenas come.

Aiden es un fantasma. Pudo no haber muerto realmente esa noche pero una parte de él —una parte importante— sí lo hizo.

Mentiría si dijera que no estoy aterrada, porque todo lo que quiero es que esté bien, feliz, pero no sé cómo ayudarlo.

A veces, me despierto en medio de la noche empapada en sudor tras haber soñado que él...

Es aterrador. Este miedo a perderlo va a acabar conmigo.

Amelie dice que le dé tiempo pero ¿y si no hay tiempo? ¿Y si lo intenta de nuevo y esta vez tiene éxito? ¿Y si jamás logro decirle cuanto lo quiero?

No podría soportarlo.

Así que aquí estoy, frente a la puerta de ese lugar que se convirtió en uno de mis favoritos, una semana después de que él intentara acabar con su vida.

Es difícil encontrar las fuerzas para entrar porque sé que lo que voy a ver no va a gustarme. Va a destruirme. Pero lo hago, porque necesito verlo, asegurarme de que sigue aquí.

Está en su cama, tapado hasta la cabeza, durmiendo. Las pinturas están tiradas en el piso y los cuadros están dados vuelta para que él no pueda verlos. Todos menos el mío.

Camino hasta la cama y acaricio su cabello, más largo que cuando lo conocí y más salvaje.

Sus ojos se abren y me miran como si me hubiese estado esperando.

—Hola —digo en voz baja.

—¿Qué haces aquí? —es su respuesta.

—Quería ver como estabas. Estoy preocupada.

—Ya me viste, ahora puedes irte.

Mi pecho duele al oírlo hablarme así.

—No seas cruel.

—No soy cruel, soy sincero. Quiero que te vayas.

—No puedes seguir solo, Aiden. —Intento tocarlo pero me arrepiento a último momento—. Lo que sucedió...

—No sabes qué es lo que sucedió. No sabes una mierda sobre mí.

—Sí que lo sé. Somos amigos.

Una risa carente de humor se escapa de entre sus labios.

—No somos amigos. Dejaste muy claro que tu madre jamás permitiría que estés cerca de alguien como yo.

—Me fui de mi casa. —Su rostro se llena de sorpresa pero se recupera pronto—. Mi madre ya no me controla y...

—Me alegra que te hayas dado cuenta de que tu madre no te hacía bien pero eso no significa que volveremos a ser amigos.

—¿Por qué no? —Mi voz suena rota. Me siento rota.

Su máscara de frialdad se resquebraja y vuelve a ser el Aiden que conozco.

—Porque todo lo que amo muere. Solo causo destrucción y dolor. Y no podría soportar hacerte eso a ti.

—¿De qué hablas? Tú no causaste nada. Tu padre...

—Te mentí —dice sin mirarme—. Cuando te dije que estaba en el coche la noche en que mi madre y mi hermana murieron, te mentí. No solo estaba en el coche. Yo estaba conduciendo. Yo lo provoqué.

—¿Qué?

—Yo... iba demasiado rápido. Mi madre me dijo que bajara la velocidad pero yo no le hice caso. Un auto salió de la nada y nos impactó. —Toma aire—. Dimos varias vueltas. Me golpeé la cabeza, perdí el conocimiento y cuando desperté... —Dos gruesas lágrimas caen por sus mejillas—. Sophie ya estaba muerta. Había... Había tanta sangre. Y mi madre... Ella estaba inconsciente pero respiraba. Intenté ayudarla pero tenía un vidrio clavado en el abdomen y no podía moverme. Grité por ayuda, supliqué, hasta que volví a desmayarme. Cuando desperté en el hospital, mi madre ya había muerto. Pero yo estaba vivo. Todo era mi culpa pero yo seguía vivo. Por eso mi padre me golpeaba, por eso lo dejaba hacerlo. Porque me lo merecía. Yo maté a mi madre y a mi hermana, yo lo convertí en un monstruo.

No puedo respirar. No puedo pensar. No puedo moverme.

—Es mi culpa —solloza—. Es mi culpa. Es mi culpa. Es mi culpa. Yo las maté. Las maté.

Gruesas lágrimas se deslizan por sus mejillas y su cuerpo se sacude con grandes espasmos. Mi corazón se rompe. Su armadura es un montón de arena a nuestro alrededor, no sirvió de nada para contener el huracán que es su dolor.

No lo pienso; envuelvo mis brazos a su alrededor. Él se resiste al principio pero no tiene fuerzas suficientes así que se deja caer en mis brazos. Lo sostengo con fuerza, como si así pudiera juntar sus piezas y ponerlas en su lugar otra vez. Pero no puedo porque algunas se perdieron para siempre.

—Está bien —murmuro contra su cabello—. Está bien. Estoy aquí contigo. No me voy a ir. —Él llora, se ahoga con su dolor—. No me voy a ir.

—Es mi culpa —balbucea con la voz rota.

—No, amor, no lo es.

—Ellas...

—Ellas te amaban. Estoy segura de que lo hacían. Y no querrían que te culparas por esto.

—No sé cómo dejar de hacerlo —admite—. No sé cómo ser yo otra vez.

—Déjame ayudarte. Podemos intentarlo juntos.

Intenta ocultarla pero la esperanza comienza a brillar en sus ojos.

—¿Juntos?

Asiento con una pequeña sonrisa que me quema el pecho.

—Juntos. No te dejaré solo otra vez.

Él no dice nada por un momento.

—No sé si... pueda hacerlo. —Mi corazón cae en picado—. Pero puedo intentarlo. Por ellas.

Reprimo el suspiro.

—Por ellas —repito.

Él asiente, y aunque no vuelve a hablar no puedo evitar sentir que dimos un paso enorme en la dirección correcta.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora