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Hace tres días que no veo a Emilie y siento que me estoy volviendo loco

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Hace tres días que no veo a Emilie y siento que me estoy volviendo loco. No responde mis llamadas, tampoco la vi en el instituto. No está cerca de sus amigas, tampoco de su novio.

Este último, de hecho, luce cabizbajo por alguna razón.

He intentado convencerme de que tal vez solo está enferma pero no dejo de sentir que hay algo más. Algo que va mal. Y que tiene que ver conmigo.

Es por eso que, desesperado, he venido a su casa. En este momento me encuentro escondido tras unos arbustos, esperando que sus padres se vayan. Sé que van a la empresa a las siete y media, Emilie me lo dijo una vez, y solo faltan dos minutos para eso.

Finalmente salen. Se ven... distantes el uno con el otro. Es como si algo se hubiese roto. Ni siquiera se suben al mismo auto. Cada uno va en uno distinto. ¿Por qué? Van al mismo lugar, no tiene sentido.

Sacudo la cabeza y avanzo en cuclillas hacia la que supongo es la ventana de la rubia. Rezando que así sea, tomo una piedra y la lanzo. Nada. Tomo otra y repito la acción. Nada.

Estoy por lanzar la tercera cuando la ventana se abre y una Emilie ojerosa y cansada me devuelve la mirada.

Sus ojos se abren al verme, casi como si fuera un fantasma. Incluso su piel palidece. Me hace señas para que me vaya pero yo me cruzo de brazos y niego, mostrando una seguridad que, en este momento, no poseo.

Suspira, resignada y con otra seña me indica que bajará enseguida. Asiento y me escondo tras un árbol lo suficientemente grande como para ocultarme hasta que llegue. Y no tarda en hacerlo.

Mi ceño se frunce apenas la veo.

Luce... frágil. Muy diferente a la Emilie que conozco.

Su cabello está hecho un moño despeinado y opaco, su piel se ve pálida -con excepción de las bolsas bajo sus ojos-, sus labios tampoco tienen color y a pesar de que lleva una sudadera tres tallas más grande, podría jurar que está más delgada.

-¿Qué te...? -comienzo a decir pero me corta de raíz.

-¿Qué haces aquí? -Su voz es dura como el acero.

-Vine a verte. Estaba preocupado. Estoy preocupado.

-Estoy bien. Ya puedes irte.

-¿Qué...? No lo entiendo. Estábamos bien, ¿no? -Silencio-. ¿No es eso lo que dijiste el otro día?

Se cruza de brazos y mira hacia otro lado.

-Mi madre se enteró de ti y de lo que pasó en tu cumpleaños -masculla.

Mierda.

-¿Cómo?

-Abby lo soltó en medio de la fiesta. -Traga saliva-. Allan también estaba ahí.

El aspecto triste del rubio ahora tiene sentido.

-¿Y qué... pasó?

-Allan terminó conmigo y... mi madre... -Se corta y sacude la cabeza. Sus ojos están llenos de lágrimas-. Lo siento mucho, Aiden.

Mi ceño se frunce, sé que lo que va a decir no va a gustarme.

-¿Por qué?

-No podemos seguir siendo amigos.

Esa única parte de mi corazón sana, esa que latía por ella, acaba de romperse.

-¿Por...?

-Lo siento, pero no puedo. No es... -Frunce los labios y toma aire-. No es justo.

-¿Para quién?

-Para Allan. Para ti. Para mí.

-¿Para Allan? ¿Qué mierda tiene que ver Allan con nuestra amistad?

-¡Lo tiene todo que ver! -explota-. Terminó conmigo por ti. Porque casi nos besamos. Y ni siquiera puedo culparte porque yo quería besarte.

Doy un paso hacia ella, aferrándome a esa última oración con uñas y dientes.

-¿Y eso es un problema?

-Lo es. Porque no se supone que sienta lo que siento por ti. No se supone que... quiera hacer lo que quiero hacer contigo.

Su confesión me da vida y me la quita al mismo tiempo.

-Soy una Ainsworth -continúa-. Mi deber es tener un novio que mis padres aprueben, estudiar administración de empresas el próximo año y trabajar con mi padre.

-¿Tu deber? ¿Un novio que tus padres aprueben? ¿Te estás escuchando? Eso no tiene sentido. Tu único deber es contigo misma.

-No lo entiendes. -Su voz es un susurro roto.

-No, claro que no. Te gusto. Tú me gustas. ¿Qué puede haber de malo en eso?

Su rostro luce como la hubiese golpeado por un momento, luego se recompone.

-Que mi madre nunca aceptaría que esté con alguien como tú.

Sus palabras duelen y las voces que había intentado mantener a raya comienzan a susurrar cosas hirientes alimentadas por su confesión.

«Alguien como tú. Un monstruo. Alguien sin futuro. Alguien que tarde o temprano acabará muerto».

Doy un paso atrás. Ella me mira con arrepentimiento.

-Claro. Lo lamento. No debí... -Me aclaro la garganta-. No debí venir.

-Aiden, eso no fue lo que quise decir.

Intenta tocarme pero me aparto. Si la toco no podré irme. Si la toco, me desarmaré.

-No, está bien. No sé ni por qué lo insinué. Es una estupidez, ¿no? -Intento ignorar el dolor en mi pecho y la oscuridad que siento que me envuelve-. ¿Cómo podrías querer estar con alguien como yo?

-Aiden...

-Está bien, Emilie, en serio. Uhm... suerte. -Comienzo a caminar rumbo al portón, pero me detengo-. Solo recuerda una cosa, tu arte es maravilloso y merece que el mundo entero lo conozca. No dejes que otros tomen las decisiones de tu vida por ti. Toma las riendas y permítete vivir.

No volteo a ver su expresión, me voy, sintiendo que mi corazón está hecho pedazos y aún así se quedó con ella.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora