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De alguna manera, me siento más cercana a Aiden ahora de lo que me sentía hace dos semanas

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De alguna manera, me siento más cercana a Aiden ahora de lo que me sentía hace dos semanas. Su dolor sirvió como un puente entre ambos. No volvimos a hablar de lo que sucedió esa noche ni sobre su hermana o sobre su madre. Simplemente fingimos que no había sucedido. Así como yo fingí que no lo vi mientras mi novio me daba placer. Somos los mejores mentirosos.

Retoco la pintura con algunas sombras y luces. No es perfecta, está lejos de serlo, pero es algo. Llevo días pensando en qué podría regalarle a Aiden para animarlo. Porque, si bien no ha vuelto a llorar —al menos frente a mí—, lo cierto es que no es el Aiden bromista y sarcástico de siempre. Tampoco es como si un cuadro fuera a hacerlo saltar de alegría, pero es una manera de hacerle saber que sigo aquí, apoyándolo.

Alguien golpea la puerta de mi habitación y entro en pánico. Volteo el cuadro y le pongo una sábana encima. Es un intento patético de esconderlo porque cualquiera con dos neuronas sabría lo que es, pero no tengo tiempo para pensarlo.

Tomo una bocanada de aire y abro la puerta. Es una suerte que detrás de ella no se encuentre mi madre o mi padre, sino Amelie. Mira mi atuendo manchado con el ceño fruncido, luego mete la cabeza a la habitación y observa el lienzo mal tapado junto con los óleos medio escondidos detrás de un retrato.

—Es bueno que lo tienes que esconder es tu pasión y no un cadáver porque lo encontrarían enseguida —bromea con una media sonrisa burlona.

Ruedo los ojos.

—Qué graciosa.

La hago pasar y cierro la puerta.

—¿Puedo verlo? —Estira la mano para quitar la sábana.

—¡No! —La detengo—. Es… No está terminado.

—Estoy segura de que aún así es hermoso.

—Puedo mostrarte otros pero… este no.

Ahora me mira como si me hubiese salido un cuerno de unicornio.

—¿Por qué no?

—Porque… es un regalo.

—¿Un regalo? —Sus cejas se elevan con sorpresa—. ¿Vas a regalar un cuadro?

—Uhm sí. —Me remuevo, incómoda por la manera en que me mira.

—Vaya, eso sí que es raro.

—No es raro.

—Sí lo es, teniendo en cuenta que somos muy pocas personas las que sabemos de tu afición al arte. ¿Para quién es?

—Eso no importa.

—Vamos, desembucha.

Algo me dice que ella ya sabe la respuesta.

—Para Aiden —admito en voz baja.

—¡Lo sabía! —exclama con emoción.

—Baja la voz.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora