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Han pasado ya cinco horas desde que fui a esa fiesta para ver a Emilie solo porque me lo pidió

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Han pasado ya cinco horas desde que fui a esa fiesta para ver a Emilie solo porque me lo pidió. Un acto impulsivo. Estúpido. Al igual que cuando dejé que se acercara, que tocara mis labios, mi pecho, que sintiera mi corazón latir enloquecido por ella.

Estuvo apenas a unos centímetros de besarme. Yo quería que lo hiciera. Moría por que lo hiciera. Pero no podía hacerle eso, no podía besarla, no podía tocarla de esa manera. Me odiaría si lo hubiera hecho, y no creo ser capaz de soportar que ella me odie. Así que me aparté. Fingí que ese toque no significó nada para mí, que oírla hablar con su novio no me hizo querer salir corriendo y gritar de ira. De celos.

Fingí calma cuando era tempestad, y ahora, cinco horas después, sigo depurando mi alma de la única forma que conozco.

Pintando.

Comencé con sus labios, suaves, rojos y carnosos. No quedaron mal pero no son iguales. No le hacen justicia a los reales.

Luego sus ojos, de ese azul que ni en mil vidas lograré pintar con exactitud, con esas pestañas tan largas que rozan sus mejillas cuando sus párpados están bajos. Ojos que hoy me miraron a mí, a mis labios.

Suelto una maldición y tiro el bastidor al suelo. Tapo mi rostro con mis manos y respiro profundo. La luz comienza a entrar por la ventana, en unas horas debo estar en el instituto… Y verla con él.

«Basta, Aiden. Solo son amigos. No hay razón para sentirse así».

Me paso las manos por el cabello, cabello que ella tocó.

—Necesito un café —me digo.

«Y una ducha».

Salgo del cuarto y camino hacia la casa de Luc. Las luces están encendidas. Norah, su abuela, siempre despierta antes de que salga el sol.

No uso mi llave, no quiero asustarla. Golpeo dos veces y espero. Pronto siento sus pasos arrastrados. Su sonrisa es enorme al verme. Últimamente no paso mucho tiempo aquí.

—¡Aiden, hijo! Pasa, pasa. ¡Estás enorme!

Le sonrío y me adentro a la cálida casa.

—No creo que haya crecido mucho desde la semana pasada, Norah.

—Claro que sí. Estás altísimo. —Frunce el ceño—. Pero muy flaco. ¿No comes bien, hijo?

Se me forma un nudo en la garganta. No he sido capaz de contarle a Norah lo que sucede en mi casa. Los golpes, la situación con mi padre, que casi no como y por eso estoy casi en los huesos. No me perdonaría preocuparla con mis problemas.

—Sí, como bien, pero el estrés por los exámenes me quita el apetito.

Mentira. Ni siquiera comencé a estudiar.

—Oh, mi muchacho estudioso. —Palmea mi hombro y se aleja rumbo a la cocina. La sigo—. Estaba preparando panqueques, tus favoritos. Te serviré un plato lleno.

—No es ne…

—Como digas que no es necesario, jovencito, te tiraré de las orejas —advierte apuntándome con un dedo arrugado.

—Ya no soy un niño, Norah —me quejo pero estoy sonriendo.

Me imita, su cara entera se ilumina.

—Para mí siempre serás un niño, Aiden.

Mi pecho se calienta.

Nunca conocí a ninguno de mis abuelos. Los paternos repudiaban a mi madre. Los maternos murieron antes de que yo naciera. Por eso Norah es mi abuela. Es quien me cuidó luego del accidente y me dijo que estaba bien si quería llorar, que lo hiciera, que no me guardara nada.

Comienza a servir los panqueques. Me sorprende que Luc no esté aquí, y Norah debe ver la pregunta en mi rostro porque dice:

—Luc sigue durmiendo. Estuvo practicando hasta tarde, merece descansar un rato más.

Asiento con la boca llena de sus deliciosos panqueques.

Luc ama tocar la guitarra. Su sueño es vivir de su música, y yo realmente creo que va a lograrlo porque es muy talentoso. Pero es difícil, y trabajando la mayor parte del día lo es aún más.

—¿Estuviste en el cuartito toda la noche? —Asiento—. Pero allí no hay cama, hijo. ¿Dónde dormiste?

—No dormí —respondo.

Sacude la cabeza y veo el reproche en sus ojos.

—Aiden Pierce, debes dormir. Mira esas ojeras. Pareces un oso panda.

Casi rio. Casi.

Me aclaro la garganta.

—Norah, ¿cómo supiste que sentías algo por Fred?

La añoranza se apropia de sus ojos. Los hace brillar y los nubla al mismo tiempo.

—Bueno, quería estar con él todo el tiempo. No podía parar de mirarlo, de tocarlo. Cada cosa que decía era música para mis oídos. Nada era poco importante, no si venía de él. Y quería… —Sonríe con picardía—. Quería besarlo. Todo el tiempo. —Ríe, perdida en los recuerdos—. Confiaba en él más de lo que confiaba en nadie. Quería contarle a él, y solo a él, lo que nunca le había contado a nadie. —Sacude la cabeza, y ese brillo se mezcla con algo más cuando me mira—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Hay alguna chica que te interese?

—No… yo… Quiero decir… No lo sé —balbuceo.

—Lo sabes, en el fondo lo sabes. —Me quedo callado—. ¿Cómo es ella?

Tomo aire y pienso en Emilie, en su cabello, sus ojos y su sonrisa.

—Es… hermosa. Muy hermosa. Y no lo piensa dos veces antes de ponerme en mi lugar —Reímos—. Es inteligente. Le gusta el arte. Es… —Sacudo la cabeza—. Somos muy diferentes. Incluso si yo sintiera algo por ella, no podría decírselo.

—¿Por qué no? Suena como una muchacha encantadora.

—Lo es, pero… tiene novio.

Norah no pierde su sonrisa.

—Yo también tenía novio cuando me enamoré de Fred. Y lo amaba, realmente lo hacía, pero Fred… Fred era el amor de mi vida. No fue fácil, claro, pero logramos estar juntos y fuimos muy felices durante el tiempo que tuvimos. Busca tu felicidad. Y si es esa jovencita de la que hablas, si ella también siente algo por ti, lucha por ella.

Hasta que las estrellas dejen de brillarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora