Norah lloró cuando le dije que quería comenzar terapia. Luc me abrazó con fuerza y me dijo lo orgulloso que está de mí.
No sé si es la mejor opción. Una parte de mí sigue queriendo quedarse en el paraíso sin hablar con nadie, solo esperando a que llegue el momento en el que la muerte me alcance, pero la otra está harta de vivir así. O, mejor dicho, de no vivir. Pero es un poco tarde como para arrepentirme porque ya estoy aquí, frente a un hombre de unos cincuenta años cuya placa dice C. Hawkins.
Luce como esos abuelos empáticos que se hacen lugar en tu corazón rápidamente. Bueno, supongo que es así. Nunca conocí a mis abuelos porque los maternos rechazaron a mi madre cuando quedó embarazada y los paternos fallecieron antes de que yo naciera. Pero recuerdo que el abuelo de Luc me miraba así. Era un buen hombre.
—No sé qué tengo que decir —admito, incómodo.
Él sonríe.
—No tienes que decir nada. La pregunta que deberías hacerte es qué quieres decir.
—¿Puedo hablar sobre lo que quiera?
—Por supuesto. Este es un espacio donde puedes desahogarte sobre lo que sea sin miedo a ser juzgado.
Trago saliva.
«Tú puedes. Viniste para esto. Hazlo por tu rubia. Hazlo por ellas».
—Mi madre y mi hermana pequeña murieron en un accidente automovilístico hace dos años.
Su mirada se llena de pesar.
—Siento mucho oír eso.
—Yo estaba conduciendo. Iba rápido. Muy rápido. Un auto nos chocó y no pude reaccionar a tiempo. —No dice nada, casi como si supiera que voy a continuar—. Mi padre comenzó a beber y drogarse para combatir el dolor. Me decía que era mi culpa, que no debía estar vivo. Me... me golpeaba. Murió hace dos semanas de una sobredosis. Y yo... yo intenté suicidarme. Pero no funcionó. Y Emilie me dijo que debía intentar salir adelante pero no tengo la más puta idea de cómo hacer eso así que —tomo aire— aquí estoy. ¿Eso está bien?
Cuando acabo de hablar, tengo lo ojos llenos de lágrimas y me tiemblan las manos.
—Eso está más que bien, Aiden. Antes que nada, debes saber que el accidente no fue tu culpa. Es lamentable pero ese tipo de cosas suceden. Y no está en nuestras manos evitarlas.
—Pero yo... —me detengo, frustrado—. ¿Cómo hago para dejar de sentir que es mi culpa? ¿Cómo hago para volver a sentirme vivo?
—Esa pregunta podrás resolverla tú mismo dentro de unos meses —Sonríe.
Espero que tenga razón.
Emilie es puras sonrisas desde que le dije que comencé terapia.
Eso me gusta. Odio su cara de preocupación cuando está cerca de mí, como si temiera que fuera a intentar suicidarme de nuevo.
Han sido semanas difíciles. Las sesiones me hacen sentir liberado pero al mismo tiempo agotado. Muchas veces lloro. Muchas veces no quiero ver a nadie ese día. Pero todos siguen aquí, dándome mi espacio, confiando en que pronto estaré bien.
Navidad fue difícil. Pasé toda la noche en el paraíso pensando en las navidades de mi infancia. En los abrazos de mamá, en las ansias por abrir los regalos de Sophie, en la risa de papá. Y lloré. Lloré como un niño. Pero supongo que está bien. Así es el proceso para sanar. Un día te sientes bien y crees que seguirá siendo así y al siguiente vuelves a sentirte como la mierda. Eso no es malo. Es humano. Sanar no sucede de la noche a la mañana.
Estos últimos días Emilie ha intentado ponerme al día respecto a todo lo que han dado en el instituto en mi ausencia ya que mañana acaban las vacaciones por navidad y debo volver si quiero graduarme este año.
—¿Crees que estarás bien mañana? —me pregunta.
Medito mi respuesta, queriendo ser lo más sincero posible.
—Sí. Tú estarás ahí, ¿no? Eso es suficiente para que esté bien.
Ella me sonríe, iluminando la habitación. Mierda, cómo amo esa sonrisa.
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Hasta que las estrellas dejen de brillar
RomancePara todo el que la mire, Emilie Ainsworth es perfecta. Pero Emilie odia todo sobre ella, así que finge. Finge que no le duele que su madre nunca vea nada bueno en ella. Finge que ama a su novio. Finge que ya no le gusta el arte. Finge que no está m...