ARCHIVO 036

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Narrador omnisciente

El cuerpo de Thaile se retuerce como un animal herido, sangrante, vencido pero no roto. Con cada movimiento, siente cómo la carne protesta, cómo los huesos parecen crujir bajo su propia piel. Se arrastra hacia la pared lateral de la celda como si pudiera arrancarle algo de dignidad a ese rincón mugriento, mientras la sangre se mezcla con el sudor frío que le cubre la frente.

—Maldición, me has manchado los zapatos, perra —escupe la rubia, con una voz pastosa por el fastidio y el poder mal ejercido.

Thaile levanta el rostro, un ojo hinchado, los labios partidos, y con un lento y desafiante movimiento, le dedica el dedo medio antes de escupir un hilillo de sangre entre sus dientes.

—Mmm, tiene carácter la Madame —ronronea otra voz más suave, burlona. La pelinegra baja de la litera con la elegancia de una pantera enferma de poder. Su mirada brilla con algo más que sadismo: hay hambre. Sed de control. —Ya que estás despierta, muñeca, es hora de las presentaciones formales.

La mujer desciende con calma de la litera, como si se tratara de un escenario y no de una celda infestada de rencor.

—Yo soy Barbie —dice, con una sonrisa como filo de cuchillo—, esa de allá es Kenny —la pelirroja levanta una ceja con desdén, jugando con el cierre de su chaleco como quien acaricia una navaja—. Y la que parece a punto de ahorcarte con una toalla mojada es Perica.

—Mucho gusto —susurra Thaile, arrastrando la voz entre jadeos—. Madame.

—Sí, ya lo sabemos —dice Barbie, cruzando los brazos con una sonrisa venenosa—. Leímos tu expediente. Eres exactamente lo que necesitamos para lo que estamos planeando. Eficiente. Letal. Jodidamente brillante.

—Si es una orgía, paso. Ya tuve suficiente manoseo por hoy —masculla Thaile con sorna, tragándose el dolor.

Barbie suelta una carcajada áspera que retumba en las paredes metálicas de la celda.

—Tranquila, cariño. Si quisiéramos violarte, ya lo habríamos hecho y creeme que ganas no me faltan por qué ví el video. El que hiciste con ese maldito santo disfrazado de secretario. Turner. Qué suerte tienes para elegir, Madame.

Thaile siente que algo se quiebra dentro. No un hueso. Peor. Algo más profundo. La mención de él, en esa boca sucia, mancha todo. Incluso lo que no quiere admitir que aún le duele.

—Queremos tu cerebro, no tu cuerpo —dice Perica, mirándola como si fuera una computadora rota que aún podría encender.

—No sé si podemos confiar en ella —interviene Kenny, la única que no ha bajado la guardia. Su voz es hielo puro.

—Tampoco confío en ti, pelirroja —responde Barbie sin mirarla—, pero aquí estamos, compartiendo oxígeno.

Perica asiente. No hay honor entre presas. Solo conveniencia.

—Podemos usarla —concluye—. Tiene conocimientos que necesitamos. O colabora... o regresa al suelo.

Thaile se ríe, y la sangre le tiñe los dientes como si fuera una bestia enjaulada.

—¿Saben contar? —pregunta, con esa sonrisa torcida que tanto odiaban sus enemigos.

—Obvio. Somos convictas, no ignorantes —responde Kenny, ofendida.

—Ah, entonces no cuenten conmigo —responde, dejándose caer contra la pared con un gemido de dolor.

—Lo ven —escupe Perica, con un tono tan afilado como sus uñas mordidas—, la muy perra seguro solo está esperando un chasquido de dedos de su gente para salir de aquí.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora