ARCHIVO 039

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Thaile

—A la cama, dije —insiste Marc, desabrochándose el cinturón con una calma que hiela la sangre. Su mirada no titubea, y aunque mi mente me grita que corra, mi cuerpo obedece sin resistencia. Me siento en el borde del colchón como una autómata, atrapada en un hechizo perverso que me desarma sin compasión—. Manos.

La orden cae como una sentencia. Su voz, grave y rasposa, se desliza por mi piel como una caricia con filo.

—¿Me va a castigar, señor? —pregunto, alzando las manos hacia él, con una mezcla de sarcasmo infantil y miedo real. Algo en mí quiere provocarlo... otra parte solo quiere sobrevivir a lo que venga.

—Sí —responde sin vacilar—. Porque odio las mentiras... y tú me debes todas.

—Creo que sería más fácil que te diga las verdades —respondo, buscando refugio en la ironía, pero mi voz tiembla, traicionándome.

Marc se acerca y toma mis manos con una determinación que me paraliza. Sin dejar de mirarme, enrolla el cinturón de cuero alrededor de mis muñecas, sujetándolas con precisión, como si lo hubiera hecho antes. El cuero aprieta, cálido y firme, y con un leve tirón me obliga a girarme, a apoyarme sobre su regazo como una penitente esperando su juicio.

—¿Has dicho verdades? —su tono se oscurece, casi divertido, pero hay furia detrás de su máscara. Asiento, tragando saliva, y entonces él inclina el rostro, sus labios apenas rozan mi oído cuando murmura—. Dímelas.

Sus manos me recorren como si intentaran arrancar confesiones directamente desde mi piel. La presión de su cuerpo contra el mío me inmoviliza, me devora. Cada palabra, cada roce, es un recordatorio de su poder sobre mí.

—¡¿Qué haces?! —me retuerzo, intentando zafarme, pero no hay escapatoria.

—¿Qué pasa, Madame? —susurra mi nombre como una maldición y una promesa—. ¿Te gusta jugar con fuego y ahora no soportas el calor? —su boca roza mi cuello—. No soy de los que retroceden cuando las cosas arden... tú lo encendiste, ahora ardes conmigo.

Sus dedos se afirman en mi cintura, marcando cada silencio entre nosotros.

—Habla, embustera. Una verdad... por cada marca que te deje esta noche.

Resignada, dejo de luchar. Ya no tiene sentido fingir control. Me hundo en su ritmo, en su juego, y en lo primero que me atrevo a confesar. La única verdad que puede escapar de mis labios sin desmoronarme.

—Yo sí quería que me besaras en el ring... —susurro, con la voz atrapada en un temblor que me quema por dentro. Siento el calor subir a mis mejillas, pero no es solo vergüenza... es deseo contenido, humillación y anhelo.

Marc no responde de inmediato. Su mano se desliza por mi espalda baja, lenta, posesiva, hasta encontrar el borde de mi calentador. Lo baja con una tranquilidad que me enloquece, llevándose mis bragas con él. El aire helado contrasta con la ardiente exposición de mi piel desnuda.

—Bien —dice, su voz un ronroneo perverso lleno de satisfacción y amenaza—. Empezamos bien.

El primer azote me toma desprevenida. La bofetada sonora contra mi carne me hace dar un respingo, y un quejido se escapa antes de que pueda detenerlo. El ardor es instantáneo, humillante... y extrañamente embriagador.

—¿Qué más? —su voz, oscura y calmada, resuena en mi oído como una orden silenciosa.

—¡El resto ya lo sabes, idiota! —grito, mi orgullo abriéndose paso a pesar de la posición en la que estoy—. Blanca es mi mamá, y no sabía que estaba viva, mucho menos comprometida con tu maldito padre.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora