ARCHIVO 041

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Thaile

Dos días más en esta jaula oxidada y rancia que llaman penitenciaría. Las idiotas que intentaron interceptarme en el baño ahora desvían la mirada al cruzarse conmigo en las áreas comunes, como si pudieran olvidar el sabor del miedo que les dejé impreso en la piel. Pero el miedo no se borra. Se arrastra. Se enraíza. Y ellas ya aprendieron lo que significa tocar algo que no debían.

Las noches son largas, más crueles que los días. No porque tenga miedo, sino porque mi mente no se calla. Funciona como una máquina, buscando puntos débiles, rutas alternas, posibilidades. Como si planear mi salida fuera lo único que me mantiene cuerda.

Sobre el colchón duro, desplego los planos que me entregaron doblados en una bolsa de lavandería. Kenny se encargó de hacerlos llegar, junto con una linterna diminuta y sin marca, de esas que no figuran en inventarios. También tengo una pluma robada y hojas escondidas en la tapa falsa de un libro de autoayuda. Irónico.

El plano es detallado: un trazado completo del sistema de seguridad de la ACCIA. Me concentro en las líneas eléctricas, en los interruptores automatizados, en las cámaras y sensores de movimiento. Todo está interconectado a un servidor central que actúa como el cerebro del sistema. Y si logro meterme ahí... todo cae.

Empiezo a trazar un mapa mental. Qué nodos debo comprometer. Qué puertas necesito abiertas. Qué luces deben apagarse y cuáles deben encenderse para simular un fallo sin activar las alarmas.

Mis dedos se mueven con precisión quirúrgica sobre el papel. Cada símbolo, cada línea, es una promesa: de libertad, de revancha... de poder.

Sé lo que necesito: un puerto de acceso físico, un bypass para la corriente, y las herramientas para cargar un código maestro que he estado escribiendo en mi cabeza durante horas. El sistema no será fácil de vulnerar, pero lo diseñó un hombre. Y yo me he pasado la vida entera rompiendo el ego de tipos que se creían invulnerables.

El dolor de cabeza persiste, como una migraña que viene del alma. Me froto las sienes con rabia contenida. No por miedo. No por desesperación. Sino por la ansiedad de no poder ejecutar aún lo que ya tengo planeado al milímetro.

La espera es lo que más duele.

Mi celda está en silencio, pero yo la siento. Su presencia. La de él. Marc Turner. Como si su nombre estuviera impreso entre las paredes. Como si lo llevara bajo la piel, quemándome desde adentro.

No debería pensar en él.

No debería recordar cómo me miraba cuando creía que yo era otra.

Pero aún lo hago. Y eso también me enfurece.

No hay nada más peligroso que una mente como la mía cuando se mezcla con emociones que no fueron diseñadas para mí.

Y si todo sale como estoy calculando...

Muy pronto, estaré cara a cara con ese maldito error de algoritmo que me trastocó el código:

Marc.

Hoy es día de visitas.

Las tres chifladas que comparten celda conmigo se han esmerado más de lo habitual. Labial contrabandeado, delineador a base de ceniza y espejo robado del área médica. Patéticas. Creen que verse "presentables" las hace menos presas.

Yo, en cambio, solo espero.

Me avisaron que tengo dos visitas: una común y una conyugal. Intenté rechazar la conyugal, pero la carcajada de la funcionaria me lo dijo todo. Aquí, como convicta, no tienes derecho a elegir ni quién te toca, ni quién te mira, ni quién te recuerda que alguna vez fuiste libre.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora