ARCHIVO 046

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Thaile

Regreso a la hacienda con el cuerpo aquí, pero la mente aún atrapada en la azotea, en la sangre, en la llamada. En él.

La escena frente a mí parece una postal de verano. Perica y Kenny chapotean en la piscina junto a Mike, que ríe como si no conociera el peso del mundo. El sol cae con suavidad, calentando el concreto, el agua, las falsas apariencias.

Barbie está recostada bajo una sombrilla en el comedor exterior, una lata de cerveza fría en la mano, sus gafas oscuras reflejando mi llegada.

—Pensé que te demorarías más —dice, con esa voz perezosa de quien sabe más de lo que debería. Me ofrece una lata sin mirarme del todo.

—No fue gran cosa lo que hice —respondo, rechazándola con un gesto seco. —El gas de esa bebida me sabe a olvido.

—Claro —murmura, divertida—. Seguro prefieres algo más refinado. Un vino... o un secretario enternado.

Frunzo el ceño. Su burla es una flecha envenenada que no esperaba.

—¿Crees que no sé que lo fuiste a buscar? —añade con tono ambiguo, tan cerca de la risa como de la acusación. No sé si habla en serio, y eso me irrita más.

—¿Celosa? —disparo, sin ocultar la mordacidad.

Se ríe, echando la cabeza hacia atrás.

—No. Pero no quiero que, por andar de calenturienta, nos metas en un hoyo del que ni tú puedas sacarnos. Ese hombre no es cualquiera, Madame. No es un juguete.

—Relájate. Si te importa tanto, deberías saber que ese hombre tiene demasiadas cosas en la cabeza como para perseguirme. No soy una prioridad.

—No. Eres una amenaza. Y eso, a veces, duele más que el deseo.

Me quedo en silencio. No sé si intenta advertirme o herirme. Quizás ambas.

—¿Y ahora qué hago? —digo, sarcástica—. ¿Un Excel con las mismas niñas de siempre y sus secretos de prepago?

—Calma, reinita. No te estreses antes de tiempo —dice con una sonrisa torcida—. Ya sabes cómo es esto: hoy estamos vivas, mañana quién sabe.

Le ruedo los ojos, pero no puedo evitar sentir cómo sus palabras se me clavan en la espalda como cuchillas.

Estoy cansada de fingir que nada me afecta. De pretender que no estoy pensando en el hijo de puta al que no fui capaz de matar... ni de olvidar.

—Buenas tardes, mis florecitas —anuncia el hippie al llegar, con su sonrisa de psicópata disfrazada de paz y amor—. Prepárense, porque la jornada de hoy va a ser intensa.

—Claro, señor —responde Barbie, poniéndose de pie con rapidez felina—. ¡Fuera del agua, muñecas!

El tono es amable, casi juguetón, pero sus ojos destilan orden y amenaza. Las risas se apagan. Las chicas salen de la piscina empapadas y sumisas. Yo me retiro sin decir nada, sintiendo que algo está fuera de lugar. Y eso ya es decir mucho en un lugar como este.

Subo a mi habitación. En la cama me espera un vestido nuevo, ceñido, rojo carmesí, aún con la etiqueta. Otro regalo del hippie. Como si fuéramos muñecas que se visten para la vitrina del infierno. Me lo pongo con resignación y aplico algo de maquillaje básico que pedí hace días. Necesito parecer una más.

Cuando salgo, la noche ha caído por completo. Una camioneta negra nos espera en la entrada. Las otras tres —Barbie, Kenny y Perica— están ya listas, impecables, perfumadas, vestidas como si fueran a un desfile, no a una cacería. Me subo sin decir una palabra.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora