Thaile
Intento disfrutar de mi helado de arándanos. Un capricho personal, uno de los pocos lujos que me permito en esta jaula dorada llamada hacienda. Lo pedí en el último encargo a los asistentes domésticos, como quien exige un símbolo de resistencia entre tanta obediencia obligada. La cocina está vacía. Silencio. Por fin. Pero la paz es un lujo que nunca dura demasiado.
Un par de ojos marrones, grandes y expectantes, me observan desde la entrada.
—¿Quieres? —pregunto, señalando el bote. Mike asiente con entusiasmo, como si no entendiera que este momento no era para compartirlo.
Aun así, tomo otra cuchara del cubertero. Él la recibe como si le estuviera entregando un tesoro.
—Toma —le digo, sin suavidad, sin ternura. Él no la necesita. Ataca el helado como si llevara días esperando este instante. Me recuerda a alguien. A alguien que también se colaba donde no debía.
—¿Tú tienes novio? —pregunta de pronto, lamiendo su cuchara con una inocencia que me rasga los nervios.
Frunzo el ceño.
—Algo así... pero se murió —respondo, metiendo otra cucharada en mi boca, como si eso pudiera congelar los recuerdos que me acaban de despertar.
—Oh... eso es triste —murmura, bajando la mirada. La compasión en su voz es tan honesta que me provoca una carcajada amarga que reprimo con los dientes apretados.
—Sí, ya lo sé...
—Ojalá sea un angelito —añade, como si no acabara de revolver el barro con sus palabras—. ¿Qué le pasó?
Suspiro con teatralidad. Él quiere saber, así que le doy algo, aunque no sea la verdad.
—Le dio un mal llamado dormí con la perra de Charlotte —digo, saboreando cada palabra como si fuera veneno mezclado con azúcar.
Mike abre los ojos, escandalizado.
—¿Qué es eso?
—Nada que debas saber, pequeño curioso —le respondo, señalándole la cuchara que ha soltado, como si quisiera huir de mi veneno disfrazado de respuesta—. Mejor dime tú, ¿por qué quieres saber si tengo novio?
Me mira con la calma inquietante de los niños que no temen romper el mundo con una frase.
—Por tu bebé —dice, sin titubear, como si habláramos de un juego cualquiera—. Quería saber quién es el papá. Yo quiero uno.
El tiempo se detiene.
La cuchara se me resbala de los dedos y cae al suelo con un sonido sordo. El helado ya no sabe a nada. Solo siento un frío helado en la columna vertebral. No lo miro. No puedo.
Él sigue comiendo.
Como si no hubiera dicho nada. Como si no acabara de arrastrarme al borde del abismo con una frase tan dulce, tan devastadora.
—¿Cómo...? —empiezo, pero la pregunta se quiebra en mi garganta. No me sale. No puedo formularla. Las palabras se ahogan en una mezcla de hielo y vértigo. Él, en cambio, vuelve al bote de helado como si nada. Como si no acabara de detonar una bomba con forma de frase.
—Mami dice que el mío también se murió —dice, hundiendo la cuchara sin preocuparse por las grietas que va dejando en mi pecho—. Así que también es un angelito. Pero yo quiero un papi.
Su voz es ligera, casi musical. Inocente. Desarmante. Y por eso es tan devastadora.
Me quedo mirándolo. El mundo se contrae alrededor del niño, como si él fuese el único punto estable en un universo que acaba de tambalearse. No sé si quiero que siga hablando o que se calle para siempre. Estoy atrapada entre el impulso de saber y el terror absoluto de descubrir algo que no podré deshacer jamás.

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Tras de ti
Misterio / SuspensoElla tiene un objetivo: ir tras él. ¿Pero qué pasa cuando la leona empieza a compadecerse de su presa y comienza a verlo con otros ojos? Él, un político que está a punto de ascender junto a su partido, sin imaginarse que, a ciegas, le ha abierto las...