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Harry llamó a la puerta de Hagrid, y los estruendosos ladridos de Fang respondieron al instante.

—¡Ya era hora! —exclamó Hagrid, después de abrir la puerta de golpe y vernos—. ¡Creía que no os acordabais de dónde vivo!

—Hemos estado muy ocupados, Hag... —empezó a decir Hermione, pero se detuvo de pronto, estupefacta, al ver a Hagrid.

Hagrid llevaba su mejor traje peludo de color marrón, con una corbata a cuadros amarillos y naranja. Y eso no era lo peor: era evidente que había tratado de peinarse usando grandes cantidades de lo que parecía aceite lubricante hasta alisar el pelo formando dos coletas. Puede que hubiera querido hacerse una coleta como la de Bill y se hubiera dado cuenta de que tenía demasiado pelo. A Hagrid aquel tocado le sentaba como a un santo dos pistolas. Durante un instante Hermione lo miró con ojos desorbitados, y luego, obviamente decidiendo no hacer ningún comentario, dijo:

—Eh... ¿dónde están los escregutos?

—Andan entre las calabazas —repuso Hagrid contento—. Se están poniendo grandes: ya deben de tener cerca de un metro. El único problema es que han empezado a matarse unos a otros.

—¡No!, ¿de verdad? —dije echándole a Ron una dura mirada para que se callara, porque éste, viendo el peinado de Hagrid, acababa de abrir la boca para comentar algo.

—Sí —contestó Hagrid con tristeza—. Pero están bien. Los he separado en cajas, y aún quedan unos veinte.

—Bueno, eso es una suerte —comentó Ron. Hagrid no percibió el sarcasmo de la frase.

Nos sentamos a la mesa mientras Hagrid comenzaba a preparar el té, y no tardamos en hablar sobre el Torneo de los tres magos. Hagrid parecía tan nervioso como nosotros a causa del Torneo.

—Esperad y veréis —dijo, entusiasmado—. No tenéis más que esperar. Vais a ver lo que no habéis visto nunca. La primera prueba... Ah, pero se supone que no debo decir nada.

—¡Vamos, Hagrid! —lo animaron Harry y Ron, pero él negó con la cabeza, sonriendo al mismo tiempo.

—No, no, no quiero estropearlo por vosotros. Pero os aseguro que será muy espectacular. Los campeones van a tener en qué demostrar su valía. ¡Nunca creí que viviría lo bastante para ver una nueva edición del Torneo de los tres magos!

Terminamos comiendo con Hagrid, aunque no comimos mucho: Hagrid había preparado lo que decía que era un estofado de buey, pero, cuando Hermione sacó una garra de su plato, perdí parte del apetito. Sin embargo, lo pasé bastante bien intentando sonsacar a Hagrid cuáles iban a ser las pruebas del Torneo, especulando qué candidatos elegiría el cáliz de fuego y preguntándose si Fred y George habrían vuelto a ser barbilampiños.

A media tarde empezó a caer una lluvia suave. Resultaba muy agradable estar sentados junto al fuego, escuchando el suave golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales de la ventana, viendo a Hagrid zurcir calcetines y discutir con Hermione sobre los elfos domésticos, porque él se negó tajantemente a afiliarse a la P.E.D.D.O. cuando ella le mostró las insignias.

—Eso sería jugarles una mala pasada, Hermione —dijo Hagrid gravemente, enhebrando un grueso hilo amarillo en una enorme aguja de hueso—. Lo de cuidar a los humanos forma parte de su naturaleza. Es lo que les gusta, ¿te das cuenta? Los harías muy desgraciados si los apartaras de su trabajo, y si intentaras pagarles se lo tomarían como un insulto.

—Pero Harry liberó a Dobby, ¡y él se puso loco de contento! —objetó Hermione—. ¡Y nos han dicho que ahora quiere que le paguen!

-Debes tener en cuenta que Dobby era maltratado constantemente- dije acariciando la cabeza de Fang,—En todas partes hay quien se desmadra. No niego que haya elfos raros a los que les gustaría ser libres, pero nunca conseguirías convencer a la mayoría. No, nada de eso, Hermione. explicó Hagrid

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora