Amigo invisible.

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No sabía muy bien cómo nos las habíamos apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberme costado apenas tiempo y que no me daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en mi cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír.

¿Por qué nadie nos había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie nos había explicado nunca que nuestros padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Ron y Hermione nos observaron intranquilos durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca. Cuando subimos a la sala común atestada de gente, descubrimos que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas.

Evitando al tumulto de personas y sin ánimos, me dirigí al vacío dormitorio. Me dirigí al armario y busqué el álbum de fotos que me había regalado Hadrid el año pasado, del cual saqué la foto de nuestros padres para el regalo de cumpleaños de Harry. El álbum estaba lleno de más fotos de ellos dos juntos. Me senté en mi cama, corrí las cortinas y comencé a pasar las páginas hasta que me detuve en una foto de la boda de mamá y papá. El saludaba con la mano y una amplia sonrisa en su rostro. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de padre. Y allí... aquél debía de ser. Nuestro padrino.

Nunca le había prestado atención. No se parecía en nada al Black de las fotos del periódico y las noticias. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?

Cerré de golpe el álbum, secándome las lágrimas y guardándolo en el armario. Me quité la túnica y me metí en la cama.

Sentí como se abría la puerta del dormitorio.

—¿Laura? —preguntó la dubitativa voz de Hermione.

No quise responderle. Simulé que dormía. Oí como Hermione salía de nuevo de la habitación, cerrando la puerta tras ella.

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No pegué ojo hasta el amanecer. Al despertarme, hallé el dormitorio desierto. Me vestí y bajé las escaleras de caracol hasta la sala común, donde no había nadie más que Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas y Harry, sentado en el sofá mirando fijamente el fuego de la chimenea.

—¿Dónde está todo el mundo? —pregunté.

—¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó

Ron, mirandome detenidamente

—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.- dijo Hermione.

Me senté en una silla al lado del fuego. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego con Nore recostado a su lado, como dos felpudos.

—Ninguno de los dos tenéis buen aspecto¿sabeís? —dijo Hermione, mirándome la cara con preocupación.

—Estamos bien —dijo Harry.

—Escucha, Harry —dijo Hermione, cambiando con Ron una mirada—. Debeis de estar realmente disgustados por lo que oímos ayer. Pero no debéis hacer ninguna tontería.

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora