Panza de hierro ucraniano.

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Cuando me levanté el domingo por la mañana, me vestí y salí aprisa para buscar a Hermione y Harry, y los encontré a la mesa de Gryffindor del Gran Comedor, desayunando con Ginny. No tenía hambre aquella mañana, por lo que en cuanto Hermione tomó la última cucharada de gachas de avena, Harry nos sacó del castillo para dar otro paseo junto a el. En los terrenos del colegio, mientras

bordeábamos el lago, le contamos a Hermione todo lo de los dragones y lo que había dicho Sirius. Aunque muy asustada por las advertencias de Sirius sobre Karkarov, Hermione pensó que el problema más acuciante eran los dragones.

—Primero vamos a intentar que el martes por la tarde sigáis vivo, y luego ya nos preocuparemos por Karkarov.

-Necesitamos encontrar una manera para superar la prueba.- comenté.

Dimos tres vueltas al lago, pensando cuál sería el encantamiento con el que se podría someter a un dragón. Pero, como no se nos ocurrió nada, fuimos a la biblioteca. Cogimos todo lo que vimos sobre dragones, y nos pusimos a buscar entre la alta pila de libros.

—«Embrujos para cortarles las uñas... Cómo curar la podredumbre de las escamas...» Esto no nos sirve: es para chiflados como Hagrid que lo que quieren es cuidarlos...

—«Es extremadamente dificil matar a un dragón debido a la antigua magia que imbuye su gruesa piel, que nada excepto los encantamientos más fuertes puede penetrar...» —leyó Hermione—. ¡Pero Sirius dijo que había uno sencillo que valdría!

—Busquemos pues en los libros de encantamientos sencillos... —dije, apartando a un lado el Libro del amante de los dragones.

Volví a la mesa con una pila de libros de hechizos y comencé a hojearlos uno tras otro. A mi lado, Hermione cuchicheaba sin parar:

—Bueno, están los encantamientos permutadores... pero ¿para qué cambiarlos? A menos que le cambiaras los colmillos en gominolas o algo así, porque eso lo haría menos peligroso... El problema es que, como decía el otro libro, no es fácil penetrar la piel del dragón. Lo mejor sería transformarlo, pero, algo tan grande, me temo que no tenéis ninguna posibilidad: dudo incluso que la profesora McGonagall fuera capaz... Pero tal vez podríais encantaros vosotros mismos. Tal vez para adquirir más poderes. Claro que no son hechizos sencillos, y no los hemos visto en clase; sólo los conozco por haber hecho algunos ejercicios preparatorios para el TIMO...

—Hermione —pidió Harry, exasperado—, ¿quieres callarte un momento, por favor? Trato de concentrarme.

Agradecí a Harry por eso, y seguí buscando. Recorrisin esperanzas el índice del libro Maleficios básicos para el hombre ocupado y fastidiado: arranque de cabellera instantáneo —pero los dragones ni siquiera tienen pelo, se dijo—, aliento de pimienta —eso seguramente sería echar más leña al fuego—, lengua de cuerno —precisamente lo que necesitaba: darle al dragón una nueva arma...

—¡Oh, no!, aquí vuelve. ¿Por qué no puede leer en su barquito? —dijo Hermione irritada cuando Viktor Krum entró con su andar desgarbado, nos dirigió una hosca mirada y se sentó en un distante rincón con una pila de libros—. Vamos, volvamos a la sala común... El club de fans llegará dentro de un momento y no pararán de cotorrear...

Y, efectivamente, en el momento en que salíamos de la biblioteca, entraba de puntillas un ruidoso grupo de chicas, una de ellas con una bufanda de Bulgaria atada a la cintura.

. . .

Me levanté la mañana del lunes completamente agobiada. Seguíamos sin encontrar un solución al problema del dragón y ya mañana sería la prueba. Necesitaba relajarme y pensar con claridad. Me salté el desayuno y me dirigí a la torre de astronomía, esperando no encontrarme con el rubio. Al llegar arriba, esta estaba afortunadamente vacía, por lo que me apoyé en la barandilla y comencé a pensar.

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora