Rita Skeeter

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No se como hice para desprenderme de la celebración que tomaba lugar en la sala común de Gryffindor. Subí al dormitorio, casi corriendo. Cuando lo abrí me encontré con Hermione, caminando de un lado de la habitación al otro, desesperada. En cuanto notó mi presencia, me lancé a sus brazos.

-No lo hice. Te lo juro que yo no puse mi nombre en el caliz de fuego- Hermione me devolvió el abrazo mientras acariciaba lentamente mi pelo.

-Sshh, tranquila. Se que ni tu ni Harry lo hicisteis. Te creo- dijo.-¿Que dijo Dumbledore?

Me separé de ella, mirándola fijamente.

-No se puede hacer nada. Tenemos que participar. Son las normas.

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Al despertar el domingo por la mañana, mee costó un rato recordar por qué me sentía tan mal. Luego, el recuerdo de la haber sido elegida para el torneo de los tres magos, que ahora seríamos 5 volvió a mi cabeza, atormentándome. Miré a mi alrededor. Era la única que seguía en en el dormitorio, al parecer todos habían bajado a desayunar.

Me vestí muy lentamente, aún media dormida y bajé por la escalera de caracol a la sala común. En cuanto aparecí, los que ya habían vuelto del desayuno prorrumpieron en aplausos. La perspectiva de bajar al Gran Comedor, donde estaría el resto de los alumnos de Gryffindor, que me tratarían como a una especie de heroína no me seducía en lo absoluto. La alternativa, sin embargo, era quedarme allí y ser acorralada por los hermanos Creevey, que en aquel momento me insistían por señas en que me acercara.

Caminé hacia el retrato, lo abri, traspasé el hueco y me encontré con Harry y Hermione fuera de la torre. Harry no tenía buena cara, supongo que habría bajado al Gran Comedor y no había sido una grata experiencia.

—Hola —saludó ella, que llevaba una pila de tostadas envueltas en una servilleta. Harry se limitó a sonreírme.—. Te hemos traído esto... ¿Quieres dar un paseo?

—Buena idea —le contesté, agradecida.

Bajamos la escalera, cruzamos aprisa el vestíbulo sin desviar la mirada hacia el Gran Comedor y pronto recorríamos a zancadas la explanada en dirección al lago, donde estaba anclado el barco de Durmstrang, que se reflejaba en la superficie como una mancha oscura. Era una mañana fresca, y no dejaron de moverse, masticando las tostadas, mientras Harry y yo contábamos con más detalle lo ocurrido después de abandonar la mesa de Gryffindor. Al igual que conmigo, Hermione aceptó sin ningún tipo de duda la versión de Harry.

—Bueno, estaba segura de que no os lo habíais propuesto —declaró cuando él terminó de relatar lo sucedido en la sala—. ¡Si hubieras visto la cara que pusiste cuando Dumbledore leyó tu nombre Harry! ¡Y luego cuando mencionó a Laura! La verdadera pregunta es ¿Quién lo hizo? Porque Moody tiene razón: no creo que ningún estudiante pudiera hacerlo... Ninguno sería capaz de burlar el cáliz de fuego, ni de traspasar la raya de...

—Pues Ron sigue pensando que nosotros echamos nuestro nombre en el caliz- dijo Harry viendo mi mirada de desconcierto.

-¿En serio Ron piensa eso?- Era increíble. Hasta nuestro propio mejor amigo desconfiaba de nosotros.

—¡Ay!, ¿es que no os dais cuenta? —dijo Hermione—. ¡Está celoso!

—¿Celoso? —repitió Harry sin dar crédito a sus oídos—. ¿Celoso de qué?¿Es que le gustaría hacer el ridículo delante de todo el colegio?

—Mira —le explicó Hermione armándose de paciencia—, siempre sois vosotros los que acaparais la atención, lo sabeis bien. Sé que no es vuestra culpa- apresuró a añadir, viendo que yo abría la boca para protestar—, sé que no lo vais buscando... pero el caso es que Ron tiene en casa todos esos hermanos con los que competir, y es vuestro mejor amigo, y sois famosos. Cuando os ven, nadie se fija en él, y él lo aguanta, nunca se queja. Pero supongo que esto ha sido la gota que colma el vaso...

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora