Transportador.

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Ron y George estaban sentados a una mesa de madera desgastada de tanto restregarla, con dos pelirrojos a los que no había visto nunca, aunque no tardé en suponer quiénes serían: Bill y Charlie, los dos hermanos mayores Weasley.

—¿Qué tal te va, Laura? —preguntó el más cercano a mi, dirigiéndome una amplia sonrisa y tendiéndo una mano grande que estreché. Estaba llena de callos y ampollas. Aquél tenía que ser Charlie, que trabajaba en Rumania con dragones. Su constitución era igual a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante.

Bill se levantó sonriendo y también le estrechó mi mano. Sabía que Bill trabajaba para Gringotts, el banco del mundo mágico, y que había sido Premio Anual de Hogwarts, y siempre me lo había imaginado como una versión crecida de Percy: quisquilloso en cuanto al incumplimiento de las normas e inclinado a mandar a todo el mundo. Sin embargo, Bill era... guay: era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las

botas. Antes de que ninguno pudieramos añadir nada, se oyó un pequeño estallido y Harry apareció de pronto al lado de George, seguido del señor Weasley. No lo había visto nunca tan enfadado.

—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.

—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

Harry y los Weasley prorrumpieron en una sonora carcajada.

—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...

—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.

—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?

—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.

—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis cuando se lo diga a vuestra madre.

—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina.

—¡Ah, hola, Harry! ¡Laura, estás preciosa, más que la última vez que te vi!- dijo haciéndome sonrojar.—. Luego volvió bruscamente la mirada a su mando—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó. A pesar de estar tan enfadado con Fred y George, no había tenido verdadera intención de contarle a la señora Weasley lo ocurrido. Se hizo un silencio mientras el señor Weasley observaba nervioso a su mujer. Entonces, por la puerta de la cocina aparecieron Hermione y Ginny. Ambas se alegraron al verme. Caminé hacia ellas y las abracé fuertemente.

—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora