El hurón.

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—Bueno, al menos los escregutos son pequeños —comentó Ron una hora más tarde, mientras regresabamos al castillo para comer.

—Lo son ahora —repuso Hermione, exasperada—. Cuando Hagrid haya averiguado lo que comen, me temo que pueden hacerse de dos metros.

—Bueno, no importará mucho si resulta que curan el mareo o algo, ¿no? —dijo Ron con una sonrisa pícara.

—Sabes bien que eso sólo lo dije para que Malfoy se callara —contesté —. Pero la verdad es que sospecho que tiene razón. Lo mejor que se podría hacer con ellos es pisarlos antes de que nos empiecen a atacar.

Nos sentamos a la mesa de Gryffindor y me serví patatas y chuletas de cordero. Hermione empezó a comer tan rápido que Harry, Ron y yo nos quedamos mirándola.

—Eh... ¿se trata de la nueva estrategia de campaña por los derechos de los elfos? —le preguntó Ron—. ¿Intentas vomitar?

—No —respondió Hermione con toda la elegancia que le fue posible teniendo la boca llena de coles de Bruselas—. Sólo quiero ir a la biblioteca.

—¿Qué? —exclamó Ron sin dar crédito a sus oídos—. Hermione, ¡hoy es el primer día del curso! ¡Todavía no nos han puesto deberes!

Hermione se encogió de hombros y siguió engullendo la comida como si no hubiera probado bocado en varios días. Luego se puso en pie de un salto, les dijo «¡Os veré en la cena!» y salió a toda velocidad.

Cuando sonó la campana para anunciar el comienzo de las clases de la tarde, Los tres nos encaminamos hacia la torre norte, en la que, al final de una estrecha escalera de caracol, una escala plateada ascendía hasta una trampilla circular que había en el techo, por la que se entraba en el aula donde vivía la profesora Trelawney.

Al acercarnos a la trampilla recibí el impacto de un familiar perfume dulzón que emanaba de la hoguera de la chimenea. Como siempre, todas las cortinas estaban corridas. El aula, de forma circular, se hallaba bañada en una luz tenue y rojiza que provenía de numerosas lámparas tapadas con bufandas y pañoletas. Caminamos entre los sillones tapizados con tela de colores, ya ocupados, y los cojines que abarrotaban la habitación, y nos sentamos a la misma mesa camilla.

—Buenos días —dijo la tenue voz de la profesora Trelawney justo a la espalda de Harry, que dio un respingo. La acostumbrada abundancia de abalorios, cadenas y pulseras brillaba sobre su persona a la luz de la hoguera.

—Estás preocupado, querido mío —le dijo a Harry en tono lúgubre—. Mi ojo interior puede ver por detrás de tu valeroso rostro la atribulada alma que habita dentro. Y lamento decirte que tus preocupaciones no carecen de motivo. Veo ante ti tiempos difíciles... muy difíciles... Presiento que eso que temes realmente ocurrirá... y quizá antes de lo que crees...

Miré a Harry confundida.

La profesora Trelawney se acercó a mi y se inclinó para observarme mejor.

¡Querida Laura... puedo observar el mismo destino de tu hermano en ti... pero, oh- hizo una pausa mientras volvía a enderezar todo su cuerpo- Este año el amor tocará tu puerta... aunque será de una manera trágica... sin duda esto afectará tu futuro de forma permanente...- Dijo alejándose a su mesa.

Ron hizo señas diciendo que estaba pirada, y Harry simplemente la ignoró.

—Queridos míos, ha llegado la hora de mirar las estrellas —dijo—: los movimientos de los planetas y los misteriosos prodigios que revelan tan sólo a aquellos capaces de comprender los pasos de su danza celestial. El destino humano puede descifrarse en los rayos planetarios, que se entrecruzan...

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora