frescor de pino

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Había una visita programada a Hogsmeade para mediados de enero.

Hermione se sorprendió mucho de que ambos quisieramos ir.

—Pensé que querríais aprovechar la oportunidad de tener la sala común en silencio —comentó—. Tenéis que poneros en serio a pensar en el enigma.

—¡Ah...! Creo... creo que ya estamos sobre la pista —mintió Harry lanzándome una mirada cómplice. Asentí rápidamente. Era mentira, no teníamos ninguna pista.

—¿De verdad? —dijo Hermione, impresionada—. ¡Bien hecho!

La sensación de culpa me provocó un retortijón de tripas, pero no hice caso. Después de todo, todavía le quedaban cinco semanas para meditar en el enigma, y eso era como cinco siglos. Además, si ibamos a Hogsmeade, tal vez podíamos encontrarnos con Hagrid y persuadirlo de que volviera.

Los cuatro salimo del castillo el sábado, y atravesamos el campo húmedo y frío en dirección a las verjas. Al pasar junto al barco anclado en el lago, vimos salir a cubierta a Viktor Krum, sin otra prenda de ropa que el bañador. A pesar de su delgadez debía de ser bastante fuerte, porque se subió a la borda, estiró los brazos y se tiró al lago.

—¡Está loco! —exclamó Harry, mirando fijamente el renegrido pelo de Krum cuando su cabeza asomó en el medio del lago—. ¡Es enero, debe de estar helado!

—Hace mucho más frío en el lugar del que viene —comentó Hermione—. Supongo que para él está tibia.

—Sí, pero además está el calamar gigante —señaló Ron. No parecía preocupado, más bien esperanzado.

Hermione notó el tono de su voz, y le puso mala cara.

—Es realmente majo, ¿sabéis? —dijo ella—. No es lo que uno podría pensar de alguien de Durmstrang. .

Mientras recorríamos la calle principal, cubierta de nieve enfangada, estuve muy atenta por si vislumbraba a Hagrid, y propuse visitar Las Tres Escobas después de asegurarme de que éste no estaba en ninguna tienda. La taberna se hallaba tan abarrotada como siempre, pero un rápido vistazoa todas las mesas reveló que Hagrid no se encontraba allí. fui hasta la barra con Harry, Ron y Hermione, le pedí a la señora Rosmerta cuatro cervezas de mantequilla, y lamenté no haberme quedado en Hogwarts escuchando los gemidos del huevo de oro.

—Pero ¿es que ese hombre no va nunca a trabajar? —susurró Hermione de repente—. ¡Mirad!

Señaló el espejo que había tras la barra, y vi a Ludo Bagman allí reflejado, sentado en un rincón oscuro con unos cuantos duendes. Bagman les hablaba a los duendes en voz baja y muy despacio, y ellos lo escuchaban con los brazos cruzados y miradas amenazadoras.

Era bastante raro que Bagman estuviera allí, en Las Tres Escobas, un fin de semana, cuando no había ningún acontecimiento relacionado con el Torneo y, por lo tanto, nada que juzgar. Miré el reflejo de Bagman. Parecía de nuevo tenso, tanto como lo había estado en el bosque aquella noche antes de que apareciera la Marca Tenebrosa. Pero en aquel momento Bagman miró hacia la barra, nos vió a Harry y a mi y se levantó.

—¡Un momento, sólo un momento! —oí que les decía a los duendes, y Bagman se apresuró a acercarse cruzando la taberna—. ¡Harry, Laura! ¿Cómo estáis? —nos saludó; había recuperado su sonrisa infantil—. ¡Tenía ganas de encontrarme con vosotros! ¿Va todo bien?

—Sí, gracias —respondí.

—Me pregunto si podría deciros algo en privado —dijo Bagman—. ¿Nos podríais disculpar un momento?

—Eh... vale —repuso Ron, y se fue con Hermione en busca de una mesa.

Bagman nos condujo hasta el rincón de la taberna más alejado de la señora Rosmerta.

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora