Traición

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Con la promesa de que Lupin nos daría clases antidementores, la esperanza de que tal vez no tuviera que volver a oír la muerte de madre, y la derrota que Ravenclaw infligió a Hufflepuff en el partido de quidditch de finales de noviembre, el estado de ánimo de Harry y yo mejoramos mucho. Gryffindor no había perdido todas las posibilidades de ganar la copa, aunque tampoco podíamos permitirnos otra derrota. Wood recuperó su energía obsesiva y entrenó al equipo con la dureza de costumbre bajo la fría llovizna que persistió durante todo el mes de diciembre. No volví la menor señal de los dementores dentro del recinto del colegio. La ira de Dumbledore parecía mantenerlos en sus puestos, en las entradas.

Dos semanas antes de que terminara el trimestre, el cielo se aclaró de repente, volviéndose de un deslumbrante blanco opalino, y los terrenos embarrados aparecieron una mañana cubiertos de escarcha. Dentro del castillo había ambiente navideño. El profesor Flitwick, que daba Encantamientos, ya había decorado su aula con luces brillantes que resultaron ser hadas de verdad, que revoloteaban. Los alumnos comentaban entusiasmados sus planes para las vacaciones. Ron y Hermione habían decidido quedarse en Hogwarts, y aunque Ron dijo que era porque no podía aguantar a Percy durante dos semanas, y Hermione alegó que necesitaba utilizar la biblioteca, no consiguieron engañarnos: se quedaban para hacernos compañía, y me sentí muy agradecido.

Para satisfacción de todos menos mia y de Harry, estaba programada otra salida a Hogsmeade para el último fin de semana del trimestre.

—¡Podemos hacer allí todas las compras de Navidad! —dijo Hermione—. ¡A mis padres les encantaría el hilo dental mentolado de Honeydukes!

Resignada a ser el únicos de tercero que no iríamos, Harry le pidió prestado a Wood su ejemplar de El mundo de la escoba, y decidió pasar el día informándose sobre los diferentes modelos. Yo por otro lado pensaba en salir a dar una vuelta por las afueras del castillo, probablemente visitaría a Hagrid.

La mañana del sábado de la excursión, nos despedimos de Ron y de Hermione, envueltos en capas y bufandas, y subimos la escalera de mármol que conducía a la torre de Gryffindor. Habla empezado a nevar y el castillo estaba muy tranquilo y silencioso.

—¡Pss, Laura, Harry!

Me di la vuelta a mitad del corredor del tercer piso y vi a Fred y a George que nos miraban desde detrás de la estatua de una bruja tuerta y jorobada.

—¿Qué hacéis? —preguntó Harry con curiosidad—. ¿Cómo es que no estáis camino de Hogsmeade?

—Hemos venido a daros un poco de alegría antes de irnos — dijo Fred guiñándo el ojo misteriosamente—. Entrad aquí...

Señaló con la cabeza un aula vacía que estaba a la izquierda de la estatua de la bruja. Entramos detrás de Fred y George. George cerró la puerta sigilosamente y se volvió, mirándonos con una amplia sonrisa.

—Un regalo navideño por adelantado —dijo.

Fred sacó algo de debajo de la capa y lo puso en una mesa, haciendo con el brazo un ademán rimbombante. Era un pergamino grande, cuadrado, muy desgastado. No tenía nada escrito. Sospechando que fuera una de las bromas de Fred y George, lo miré con detenimiento.

—¿Qué es?- pregunté

—Esto, Laurita, es el secreto de nuestro éxito —dijo George, acariciando el pergamino.

—Nos cuesta desprendernos de él —dijo Fred—. Pero anoche llegamos a la conclusión de que vosotros lo necesitais más que nosotros.

—De todas formas, nos lo sabemos de memoria. Vuestro es. Un regalo de gemelos a gemelos

—¿Y para qué necesitamos un pergamino viejo? —preguntó Harry.

—¡Un pergamino viejo! —exclamó Fred, cerrando los ojos y haciendo una mueca de dolor; como si Harry lo hubiera ofendido gravemente—. Explícaselo, George.

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora