pendientes

16 3 0
                                    

—¿Sabéis una cosa? —comentó Ron cuando habíamos dejado atrás las cocinas, y subíamos hacia el vestíbulo—. He estado todos estos años muy impresionado por la manera en que Fred y George robaban comida de las cocinas. Y, la verdad, no es que sea muy dificil, ¿no? ¡Arden en deseos de obsequiarlo a uno con ella!

—Creo que no podía haberles ocurrido nada mejor a esos elfos, ¿sabéis?—dijo Hermione, subiendo delante de ellos por la escalinata de mármol—. Me refiero a que Dobby viniera a trabajar aquí. Los otros elfos se darán cuenta de lo feliz que es siendo libre, ¡y poco a poco empezarán a desear lo mismo!

—Esperemos que no se fijen mucho en Winky —dijo Harry.

—Ella se animará —afirmó Hermione, aunque parecía un poco dudosa—. En cuanto se le haya pasado el susto y se haya acostumbrado a Hogwarts, se dará cuenta de que está mucho mejor sin ese señor Crouch.

—Parece que lo quiere mucho —apunté.

—Sin embargo, no tiene muy buena opinión de Bagman, ¿verdad? —comentó Harry—. Me pregunto qué dirá el señor Crouch de él en su casa.

—Seguramente dice que no es un buen director de departamento —repuse—, y la verdad es que algo de razón sí que tiene, ¿no?

—Aun así preferiría trabajar para él que para Crouch —declaró Ron—. Al menos Bagman tiene sentido del humor.

—Que Percy no te oiga decir eso —le advirtió Hermione, sonriendo ligeramente.

—No, bueno, Percy no trabajaría para alguien que tuviera sentido del humor —dijo Ron, comenzando un relámpago de chocolate—. Percy no reconocería una broma aunque bailara desnuda delante de él llevando la cubretetera de Dobby.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

—¡Potter!, ¡Weasley!, ¿queréis atender?

La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo en la clase de Transformaciones del jueves, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.

Abmos se encontraban una mesa más adelante que la mía y la de Hermione. La clase estaba acabando y las dos habíamos terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habíamos estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall (el conejillo de Neville todavía tenía plumas), y habíamos copiado de la pizarra el enunciado de los deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Harry y Ron, que habían estado luchando con dos de las varitas de pega de Fred y George a modo de espadas, levantaron la vista, Ron sujetaba un loro de hojalata, y Harry, una merluza de goma.

—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad —dijo la profesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Ron) —, tengo que deciros algo a todos vosotros.

»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven...

Lavender Brown dejó escapar una risita estridente. Parvati Patil le dio un codazo en las costillas, haciendo un duro esfuerzo por no reírse también, y las dos miraron a Harry. La profesora McGonagall no les hizo caso.

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora