La marca tenebrosa.

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—¿Qué pasa? —preguntó Hermione.

Algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.

Bajé de la cama y cogi mi ropa, pero el señor Weasley, que se había puesto los vaqueros sobre el pijama, dijo:

—No hay tiempo, Laura... Coge sólo tu chaqueta y sal... ¡rápido!

Obedecí y salí a toda prisa de la tienda, delante de Hermione y Ginny.

A la luz de los escasos fuegos que aún ardían, pude ver a gente que corría hacia el bosque, huyendo de algo que se acercaba detrás, por el campo, algo que emitía extraños destellos de luz y hacía un ruido como de disparos de pistola. Llegaban hasta ellos abucheos escandalosos, carcajadas estridentes y gritos de borrachos. A continuación, apareció una fuerte luz de color verde que iluminó la escena.

A través del campo marchaba una multitud de magos, que iban muy apretados y se movían todos juntos apuntando hacia arriba con las varitas. Entorné los ojos para distinguirlos mejor. Parecía que no tuvieran rostro, pero luego comprendí que iban tapados con capuchas y máscaras. Por encima de ellos, en lo alto, flotando en medio del aire, había cuatro figuras que se debatían y contorsionaban adoptando formas grotescas.

Era como si los magos enmascarados que iban por el campo fueran titiriteros y los que flotaban en el aire fueran sus marionetas, manejadas mediante hilos invisibles que surgían de las varitas. Dos de las figuras eran muy pequeñas.

Al grupo se iban juntando otros magos, que reían y apuntaban también con sus varitas a las figuras del aire. La marcha de la multitud arrollaba las tiendas de campaña. En una o dos ocasiones, vi a alguno de los que marchaban destruir con un rayo originado en su varita alguna tienda que le estorbaba el paso. Varias se prendieron. El griterío iba en aumento.

Las personas que flotaban en el aire resultaron repentinamente iluminadas al pasar por encima de una tienda de campaña que estaba en llamas, y me llevé una mano a la boca, aterrorizada. al reconocer que una de ellas era el señor Roberts, el gerente del cámping. Los otros tres bien podían ser su mujer y sus hijos. Con la varita, uno de los de la multitud hizo girar a la señora Roberts hasta que quedó cabeza abajo: su camisón cayó entonces para revelar unas grandes bragas. Ella hizo lo que pudo para taparse mientras la multitud, abajo, chillaba y abucheaba alegremente.

—Dan ganas de vomitar —susurró Hermione-. Dan verdaderas ganas de vomitar...

Harry y Ron llegaron a toda prisa, con el señor Weasley y detrás de ellos salieron Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.

—Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido, arremangándose él también—. Vosotros id al bosque, y no os separéis. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscaros!

Bill, Charlie y Percy se precipitaron al encuentro de la multitud. El señor Weasley corrió tras ellos. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.

—Vamos —dijo Fred, cogiendo a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.

Harry, Ron, Hermione, George y yo los seguimos. Un fuerte ruido a mi izquierda incendió una de las tiendas rodeada de personas. Miré asustada como la gente corría en todas las direcciones, sin tener idea de que hacer. Cuando volví mi mirada al frente, noté que los chicos habían desaparecido por completo. Mi corazón comenzó a latir muy rápidamente.

-¡Harry!. ¡Ron!, ¡Hermione!- les llamaba pero ninguno respondía. Podía ver como los encapuchados del centro iban acercándose cada vez más. Quedé paralizada, sin tener idea de en donde podían estar mis amigos.

Los hermanos PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora