Prólogo

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No one's catching me unless I wanna be caught

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No one's catching me unless I wanna be caught

Sus piernas ardían y, aunque la nieve golpeaba su cara, era como si el fuego mismo la estuviera consumiendo. No aguantaba más, el dolor se propagaba por cada parte de su cuerpo.

Quería salir de aquella situación. No. Quería invertirla. Su corazón le gritaba que lo hiciera, pero la razón le susurró que sería imposible porque, si lo hacía, quizás, no la contaría. Su cuerpo le suplicaba un descanzo, pero ella no lo escuchó, nunca lo hacía.

Los árboles eran su fieles escudos ante los ineptos humanos. Ella era ágil y poderosa, lo sabía perfectamente. Pero ellos tenían algo que ella no: energía

Sentía los pasos cada vez más cerca. 

Desearía poder aumentar su velocidad, pero la energía, poco a poco, se desvanecía. No había forma de recuperarla sin que la atacaran.

Evitaba cada obstáculo, sin dejar de preguntarse en cómo había llegado hasta ahí, se suponía que ella era una cazadora, no la presa.

Sus ojos intercambiaban de color continuamente. Su transformación no resistía más, su lado lobo estaba rogando por un descanso. Faltaban algunas ciudades, tres bosques, diferentes carreteras, dos ríos y un sinfín de adversidades más para llegar a su tierra prometida, hace un año, lo hubiera hecho en menos menos de una hora, pero ahora sentía que demoraría años luz en llegar.

Ella no podría hacerlo, no en ese estado.

Sus manos buscaron estabilidad en un poste de luz, pero no la consiguió. Sus piernas fallaron y su cabeza chocó contra el suelo. Su respiración iba disminuyendo al mismo tiempo que sus ganas de luchar lo hacían también. Sus parpados se cerraron, quizás, si no veía, no ocurriría nada.

Toda su vida creyó que tendría una muerte digna, no así. Su sangre se derramaba como si no tuviera valor, como si fuera una simple y asquerosa mundana.

—¡Blanco en la mira!

Aquellas dos palabras cargadas de superioridad y acompañada de una voz tan desagradable le dio ganas de vomitar. No sólo eso, su desagrado ante los humanos era común, pero esa vez fue diferente. El sentimiento que creció dentro de ella hizo que la razón escuchara al corazón. Recordó todo lo que la llevó hasta ahí. 

Las perdidas, batallas, traiciones, rupturas, las lágrimas. 

No, no les daría el privilegio de acabar con todo. No a ellos.

—¿Qué blanco? —preguntó ella al compás que la luz del poste, la única luz al rededor, titilaba.

Su mano  apretó el poste con fuerza y, sin importarle el bienestar de aquellas personas, abrió los ojos. El miedo de aquellos humanos fue imposible de disimular, causándole una sonrisa cínica a aquella loba.

De repente, todo se volvió negro, al menos para los humanos, quienes solo vieron unos ojos que irradiaban llamas de furia... llamas que ellos mismos encendieron.

 llamas que ellos mismos encendieron

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𝓜𝓲𝓮𝓷𝓽𝓻𝓪𝓼 𝓛𝓪 𝓟𝓲𝓮𝓭𝓻𝓪 𝓢𝓲𝓰𝓪 𝓑𝓻𝓲𝓵𝓵𝓪𝓷𝓭𝓸 -Wyatt LykensenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora