Capítulo 55

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We're gonna be someday 

We're gonna be someday 

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55. The last battle

Esa misma madrugada habían llevado a Jessica a la cueva otra vez y allí la mantuvieron conectada a una máquina controlaba los latidos de su corazón, también en su rostro tenía un respirador que no la dejaba ir. Los doctores fueron claros, no había nada que ellos pudieran hacer para ayudarla, todo dependía de ella... Era gracioso, su vida volvía estar en sus propias manos.

Nicolás había intentado lo imposible para darle un poco de energía que mantuviera encendida la llama de la esperanza, pero nada daba resultados. Lo único que había conseguido fue que sus manos temblaran del dolor, producto del intenso poder al que se sometía y el cual no era compatible con las cosas que Nicolás podía hacer.

—Vamos, por favor —rogó él. Nunca había rogado por nadie en todos los años de vida—. Pequeña Beth, por favor... dijiste que no harías nada estúpido.

Pero Jessica tal vez ni siquiera podía escucharlo. Sus ojos estaban cerrados, su piel extremadamente pálida; sus labios, esos que solía pintarse con tonalidades oscuras o de colores vibrante, estaban morados sin vida; su campera de cuero característica estaba destrozada; y su cuerpo... en cada centímetro de su cuerpo tenía marcadas unas especies de venas negras y las de sus brazos casi opacaban las cuatro cadenas de espinas.

Él sentía como si alguien intentara asfixiarlo sin piedad, su garganta le ardía y el picor de sus ojos aumentaba cada segundo. Sin embargo, contuvo las lágrimas que intentaban escapar cuando alguien ingreso por la puerta.

—Sé que no quieres que nadie la vea, pero me ocuparé de gastar cada una de mis alternativas para verla despertar. Y no me interesa tener que fallar miles de veces... —dijo Wyatt y detrás de él entró su abuelo, el anciano más sabio de la manada de adultos.

—Sólo él. A ti no quiero verte ni en figurita —escupió con bronca.

Wyatt suspiró y, sin querer alterar las cosas, se retiró del lugar. Se quedó esperando detrás de la puerta como lo había hecho desde que trajeron a Jessica.

—¿Qué le harás? —preguntó Nicolás al ver que el viejo se acercaba a su ahijada.

—¿Quieres la verdad o cuido tu corazón? —le preguntó con seriedad, sacando un tarro de su bolso.

—La verdad.

—La verdad es que sólo traje una pomada especial para sus heridas superficiales —dijo él—. Willa me llamó y sonaba muy preocupada, así que vine para que no le diera un infarto... pero no hay nada que pueda hacer, Nicolás.

—Es injusto —gruñó Nicolás—. Se suponía que lo peor que podía pasarle es que se volviera una loba solitaria... no esto... Ella no puede morir.

Nicolás miraba la ventana, pues si miraba a su ahijada se desmoronaría de nuevo frente a alguien más y ya no quería que ninguno viera como su alma se desgarraba... Nadie de ese pueblo merecía verlo en el aquel estado.

𝓜𝓲𝓮𝓷𝓽𝓻𝓪𝓼 𝓛𝓪 𝓟𝓲𝓮𝓭𝓻𝓪 𝓢𝓲𝓰𝓪 𝓑𝓻𝓲𝓵𝓵𝓪𝓷𝓭𝓸 -Wyatt LykensenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora