Capítulo 13

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Leo

—A ver, alto ahí, primo ¿En qué te basas para pensar aquello? Es serio lo que estás diciendo.

—Estoy seguro, Leo. Y tengo miedo.

—No pasará nada—intento calmarlo como si yo pudiera controlar aquello.

—Prefiero poner en la mesa todas las cosas malas y así estar preparado, a llenarme de ilusiones y que el dolor sea mayor.

—Sigo creyendo que es estúpido. Sabrán resolverlo.

—Discuten todos los días.

—Normal, son un matrimonio. Por eso no quiero casarme.

—Primero, una cosa es discutir por desacuerdos y otra diferente es estar a los gritos protestando por la misma mierda. Y segundo, yo también decía lo mismo hasta que la conocí, y heme aquí —se señala —, capaz de todo por verla feliz, se lo merece.

—Qué asco —hago una mueca de desagrado.

Él ríe y yo lo imito.

—Ya te enamorarás y sabrás de lo que hablo.

—No, prefiero la soltería.

—Es que ella es... ¡Dios! —se tiró hacia atrás con una sonrisa —. Es todo lo que quiero, así, tal cual, con sus virtudes y defectos, amo todo de ella.

—Qué asco, definitivamente estás perdido.

—Si pasa algo...

—No vayas por ahí —ordené cerio al ver cómo sus facciones desaparecían.

Vuelve a sentarse.

—Lo harás ¿Cierto?

—No llegaremos a tanto.

—Leo, necesito que me prometas que lo harás.

—Te he dicho que sí, hombre. Pero no insistas, nada malo va a pasar—apoyé mi mano en su hombro en un intento de reconfortarlo.

Abrí mis ojos, el corazón me latía a mil, me di vuelta estirando mis manos cuando toqué algo duro, y antes de que pudiera ver qué, me pegan logrando que mi nariz sangrase, grité cuando ella lo hizo y no podía creer que estuviera ahí.

—Mierda.

—¿Kiraz?

Salió rápidamente de la cama y escuché un golpe, me estaba sentando cuando la luz se prendió y, pese a que seguía sangrando, fui a ver si ella estaba bien, pero me ordenó autoritaria que me quedara sentado.

Fue al servicio por el botiquín y yo detrás de ella.

Estuvimos aproximadamente diez minutos encerrados allí hasta que ya no sangraba más.

Kiraz retiraba el papel higiénico de mis fosas nasales, y la curiosidad me ganó.

—¿No te da asco la sangre?

—Cuando era chica solía golpearme mucho, o mamá a veces lo hacía.

—¿Te golpeaba? —pregunté impactado.

—¿Qué? ¡No!, digamos que nuestra casa no era demasiado...

<<Pacífica. Saludable>>

Calla ya.

— Como sea, mamá sabía de estas cosas y me enseñó.

—Tu lado lector lo sacaste también de ella, ¿no?

—Solía inventar historias, pero no más que eso, aunque me mostró los cuentos clásicos y así aprendí a leer, ya luego me volví amante de los libros, aunque cambié de género.

—A varios—sonreí, pero al mirarla noté pena en sus ojos—¿Qué pasa?

—Lo siento.

—Descuida. Pero no me has dicho. ¿Qué hacías ahí?

—Me dan miedo las tormentas y....la luz se había cortado, más una pesadilla que tuve, en fin. No debí entrar, lo lamento.

«Necesitaba que lo hicieras. O iba a volverme loco»

—Puedes venir cuando quieras, ¿sí?, no necesariamente a dormir toda la noche—vi terror en sus ojos, así que agregué rápidamente—, o sí. Como quieras. La cosa es...no tengas miedo de acudir a mí.

—Igualmente. ¿También duermes con la luz prendida?

—No, estaba leyendo.

—¿Ah sí? ¿Y cuál libro si puedo saber?

—Ciudades de humo.

Y hasta el momento, me estaba gustando.

—¿De verdad? —sonrió ampliamente con ilusión—. No creí que...ibas a leerlo.

—Sí, bueno, me lo recomendaste, tenía que darle una oportunidad. Tú ¿Ya empezaste el que te di?

—Lo terminé el segundo día aquí, luego de que me dieran el alta.

¡¿Qué?!

—¿En dos días?

—Sí, es algo que tú ya sabías, ¿no?

—Me lo han dicho—seguía boquiabierto—, sí, mas jamás pensé que era de manera literal.

—Pues sí.

—Vamos—me puse en pie extendiéndole mi mano para ayudarla.

Cuando salimos vi su intensión por irse, así que, antes de que abra la puerta, la detuve con mis palabras:

—Quédate…por favor.

—¿Qué? —volteó a verme.

—No quiero estar solo—susurré—. No hoy.

—Va, pero la luz de bajo consumo prendida.

—Hecho—sonreí.

Ambos nos acostamos y comencé a reírme.

—Si te ríes al menos dime el chiste.

—Estás aquí.

—Bueno. Tú lo pediste ¿Recuerdas?

—Con una remerita a tirantes blanca.

—Vaya, que observador.

—Y en bragas.

—¿Nunca viste a una mujer en bragas acaso? —agregó en un intento de ocultar su nerviosismo.

—Buenas noches, 43.

—Buenas noches, nuevo lector.

—Prometo que mañana hablaremos de este libro.

—Vale.

Iba cerrando mis ojos, cuando su voz sonó:

—¿Leo?

—¿Mmm?

—¿Puedo abrazarte?

Me pareció un tanto extraño su pedido, pero, aun así, acepté. Me acerqué a ella extendiéndole mis brazos.

—Yo también tuve un día de mierda.

Tenerla así, entre mis brazos, me calmaba, porque sabía que estaba haciendo las cosas bien. Sentí sus lágrimas tocando mi torso y supe que lloraba pese a su silencio. No podía juzgarla, yo también quería hacerlo.

—No.…—dije en un hilo de voz al encontrarlo inconsciente.

—Creo que ambos lo necesitábamos—admití con una opresión en el pecho y un nudo en mi garganta.

Siento su cuerpo tensándose mientras se aferraba más a mí. Apoyé mis labios en su coronilla y cerré mis ojos.

Lo juro—musité frente a su lápida acompañado de mis lágrimas.



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