Capítulo 47

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Arrie

Noviembre 2001



Aimara




Tengo que irme. Gracias por llamarme.


—Siempre, aunque me tengas abandonada.


—No te tengo abandonada, solo que me falta tiempo.

—Sí, ajá. Adiós.

—Chau.


Colgué la llamada y me levanté. Santos dormía a mi lado boca abajo, con su torso al descubierto.

Me coloqué mi calzado y me dirigí a la cocina a preparar el desayuno.

En lo que el café se hacía, me recogí el cabello en una coleta y puse el pan en la tostadora.

Escuché el grifo de la ducha. Él se estaba bañando. Salí en busca del periódico y al regresar, lo dejé arriba de la mesa.

—Llego tarde—dijo apurado.

—Que raro—ironizé extendiéndole el vaso con café y dos tostadas.

—Gracias—me dió un pequeño beso en los labios , tomó todas sus cosas y buscó las llaves del coche.

Vi como retrocedía para acabar en la calle y marcharse al trabajo.

Suspiré, no sé si cansada, más bien acostumbrada. Otro año más que no recordó que día es hoy. Esperaba que, al menos, cuando llegase del trabajo, me diera un beso o algo, o que incluso allí, me felicite.

Pero estaba pidiendo demasiado, ¿no? . Debería agradecer que mínimo, él traía el alimento a casa y me mantenía. Aunque le decía a Maya que trabajaba y estudiaba, la realidad era que estaba aislada de todos y jamás toqué, y sé que tampoco tocaría, la universidad.

Nunca me gustó ser mantenida, pero por una cosa y otra acabé convirtiéndome en alguien que juré no ser.

Me fijé que faltaba en la alacena, anoté y caminé hacia el mercado por lo pedido.

Me crucé con Mirco y le rogaba a todos los astros y Dios, que Santos por mera casualidad, no apareciese.

—Calma. Aún sigue trabajando—dijo como si me leyera la mente.

Sonreí despidiéndome de él con un cálido abrazo.

Regresé caminando tranquila, y justo pasé por un parque. Hacía mucho que no tomaba ese camino, y no sé por qué hoy, decidí hacerlo.

Sonreí melancólica. Santos nunca quiso tener hijos, eso....me lo había dejado más que claro. Y no pretendía tampoco que cambiase de opinión, no lo haría.

Un golpe en mi pierna me saca de mis pensamientos, tuve que bajar la mirada para ver qué era lo que había dado con ella. Una pelota de fútbol. Dejé las bolsas en el suelo y la cogí al tiempo que un niño de pelo rizado vino hacia mí.

—¿Esto es tuyo?

Asintió dejando lucir sus hermosos ojos. Tenía un aire a....

—¿Aimara?

Levanté mi vista, y frente a mí estaba Alex.

—¿Castaña?—volvió a preguntar atónito.

—¡Lanzado!—me colgué en sus brazos como si siguiera teniendo catorce.

Perfecta para tus ojos ✅ [NUEVA VERSIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora