Capítulo 61

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Kiraz

—¡Leo! —grité sacudiéndolo.

Estaba... ausente…perdido en algún lado.
De a poco comenzó a reaccionar.

—Creo que...—me miró—. Creo que ambos estamos marcados—susurró con la voz quebrada—...Creo que...que no somos fáciles de entender, y....

Me senté arriba de él. Tomé sus mejillas y pegué mi frente a la suya.

Escondió su cara en mi clavícula a la vez que me abrazaba, como si quisiera pegarse tanto a mí como le fuese posible. Y lloró. Lloró desconsoladamente. Lloró y mis lágrimas también comenzaron a caer.

Porque lo entendía.

—No debería doler....

—Chts...—acariciaba su cabello—. Aquí estoy, calma.

¡Mierda! Quizá no hizo falta más porque ambos sabíamos que fue lo que pasó. Quizá teníamos algo en común además de Mark.

—Nadie nunca me iba a querer —sollozó—, eso me decían.

—Escúchame—me alejé de él sin soltarlo—Eso es cierto—su mirada fue horrible, y antes de que pudiera replicar, seguí —. Nadie te quiere, todos te amamos, que no es lo mismo.

Sonrió con melancolía y lo besé, pero apenas suave. Claramente, él quiso más.

Y más.

Y más.

Hasta que volvimos a lo mismo. Quizá porque las palabras no eran lo nuestro. Porque hablar del pasado no era un tema de conversación agradable. Pero lo importante, es que ambos habíamos hablado. Lo importante es que logró confiar en mí. Lo importante es que, Grettel podrá ser pésima persona, pero sin duda, una excelente madre.

Buscó un condón en sus pantalones antes de volver a tirarlo.

Lo hicimos. Ya no era pasional y rápido, como hasta hace media hora atrás. Ahora era descarado, bruto y necesitado. Como si ambos estuviéramos descargando nuestra ira, nuestro dolor, nuestra tristeza, a través de esto.

Porque ya no era excitante y placentero. Ahora parecía ser desesperado. Nos acompañaban las lágrimas. Increíble que, incluso haciéndolo así, lograra aquello. Las lágrimas de a poco desaparecieron. Los jadeos y el calor volvieron a invadir el lugar. No había besos. Él tenía su cara enterrada en mi cuello y yo con mi mejilla contra la suya y mis uñas incrustadas en su espalda. No había, o no encontraba, otro lugar el cual aferrarme. Si yo le pedía que parase, él lo haría. Pero no quería que lo hiciera.

Estaba tan abstraída de todo. Mirando el cielo en lo que mi cuerpo se movía con vaivén, que un grito me volvió al presente.

—¡Mierda, Leo!

Nuestros cuerpos se habían tensado. Nuestros pechos subían y bajaban con rapidez. Él se separó de mí con una amplia sonrisa en la cara. Me habría encantado tomarle una fotografía.

—Admítelo. El sexo duro es mucho mejor que hacer el amor.

Reí ante aquello.

—Creo que la otra vez dejamos en claro que no servimos para eso.

Se acercó a mí, hasta quedar entre medio de mis piernas. Estando a centímetros de mi boca, susurró:

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por todo, quejosa. Por absolutamente todo.

—¿Esto fue una compensación por haberte escuchado? —dejé mis manos en sus hombros.

Perfecta para tus ojos ✅ [NUEVA VERSIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora