-Capítulo 37-

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DÍA 4
···
LAGO DE BRIWETH

LUKYAN

Le dolía todo. No sentía ni las manos ni las piernas, solamente notaba un agudo dolor en el pecho. No tarda en percatarse de que tiene las manos completas de sangre y una gran herida reposa sobre su piel, pero todo esto lo descubre sin abrir los ojos. Le cuesta respirar y por un momento piensa que morirá, pero eso no ocurre. Lukyan abre los ojos y ve que está allí tirado sobre la tierra, ahora húmeda. Se toca la herida y unas escenas empiezan a cruzarse por su mente. Una joven lo mira sonriente, una daga penetrando en su cuerpo y luego agua, mucha agua...

Lukyan mira hacia el lago y se encuentra con un color totalmente nuevo. El agua que él recordaba transparente ahora está teñida de rojo. ¿Aquella era su sangre? Sí, todo indicaba que ese rojo era debido a la sangre de la herida. El chico desgarra su camisa y utiliza el trozo que ha arrancado para taponarse la herida. Cuando siente que ya está mejor se pone de pie intentando no caerse y cuando lo logra ve algo más. Allí, dibujado en la tierra, hay una palabra. Sabe lo que es, pero no está seguro de si debe ir. Ir a la playa sabiendo que es un lugar abierto y que sería una presa clara no es algo que le entusiasme, pero si aquello está allí escrito debe de ser por algo. Lukyan inicia su camino. Durante el trayecto piensa en lo extraño que era todo, como todos querían ganar pero nadie hacia nada importante para lograrlo... Si él estuviera allí por decisión propia seguramente haría algo, pero no tenía ganas de matar. Solamente cuando tenía esas fuerzas era capaz de atacar, pero aquello era algo no común, por lo que él nunca tendría las fuerzas para matar. Aquello no iba con él. También piensa en la noche aquella con la desconocida y en pequeños fragmentos del día anterior que se paseaban por su mente. De lo que llevaba de día solo recordaba a una joven de pelo castaño y una daga, la cuál le causó esa gran herida que le acompañará durante el resto de su vida. Aún no entiende como no ha muerto, seguramente había estado horas allí tirado perdiendo sangre.

Un golpe de realidad golpea a Lukyan. Es vampiro y al perder tanta sangre ahora debía beber o, de lo contrario, se convertiría en un ser imparable sin ningún tipo de control, y él quería ser consciente de todo lo que ocurría a su alrededor. Los vampiros como él necesitaban tener sangre constantemente, eso sí que era algo real de las historias de vampiros, pero hay algo que no era verdad. A Lukyan no le afectaba la luz del sol. Aquel dato era algo que sorprendía a cualquiera que conociese lo mínimo sobre esos seres tan poderosos. La mayoría de gente piensa que los vampiros eran seres débiles que con tan solo estar bajo la luz del sol se debilitaban, pero aquello era un dato falso, al igual que el hecho de que mueren si les clavan una estaca en el corazón. Que ingenuos todos aquellos que menosprecian al reino de Lukyan, no saben de lo que son capaces...

Lukyan llega hasta una zona cercana al mar. Está a unos cuantos metros de la arena, pero se para a pensar en todo aquello. ¿Está seguro de que ir a un lugar que alguien desconocido le ha indicado es una buena idea? No, no es una buena idea, pero no tiene más que hacer. Quién no arriesga no gana, ¿no?

Lukyan se acerca a la arena y entonces ve a alguien. 

Una larga cabellera blanca lo estaba esperando. 

Está desesperado por probar gota, pero de momento se va a mantener alerta por si debe defenderse y mantendrá la calma. No le gustaría tener que hacerlo, pero si se encuentra en una situación de vida o muerte no le quedará otra que acabar con la vida de aquella joven. Es algo que no quiere hacer y espera no tener que tomar esa decisión, pero sabiendo que está metido en los juegos se puede esperar de todo. Se anima a seguir caminando y llega hasta la chica. Los ojos de los dos jóvenes se unen y al instante sienten algo extraño. Abigail y Lukyan jamás se volverán a separar.

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