51. Observador

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Park Jimin siempre fue un observador.

Le gustaba encontrar los detalles que pasaban desapercibidos para todos. Solía pensar que sus ojos eran como pequeñas cámaras que capturaban lo que los demás no podían.

Siempre llevaba su celular en mano, nunca sabía cuándo podía encontrar algo bonito, porque si bien contaba con una memoria excelente, había cosas que prefería recordar con más minuciosidad.

Lo mismo sucedía en la escuela, prefería ocupar los últimos asientos del salón porque le gustaba tener una vista panorámica del lugar. Identificaba a la mayoría de las personas, conocía sus hábitos y, en algunos casos, hasta sus secretos.

No era una persona tímida, pero sí era callado. Prefería mantenerse en silencio porque de esa manera los detalles rugían. En consecuencia, sus compañeros y maestros creían que era una persona introvertida, por lo que no solían hablar con él, sin embargo, a aquellos pocos que sí se acercaban, Jimin los recibía amablemente.

Había un chico en específico que siempre trataba de acercarse. Era castaño, efusivo, parecía siempre brillar ante los ojos de Jimin. Tenía muchos amigos, cosa que él envidiaba profundamente, pero aún así le caía bien. No obstante, Jimin lo rechazaba, fingía no tener interés, pero por dentro moría por su amistad.

Sin embargo, tenía una razón válida que justificaba su actitud.

Él no podía ser amigo de alguien que tenía el mundo en sus manos.

Cada vez que el castaño entraba en el salón con él, Jimin fingía no existir. Bajaba la mirada, se colocaba sus auriculares y ponía su atención en el celular, o eso intentaba, porque sus ojos siempre terminaban en ese cabello oscuro como el carbón, recorriendo cada rasgo con minuciosidad, y tratando de adivinar el color exacto de esos ojos marrones.

Le gustaba imaginar cómo se sentiría que él tomara su mano, de qué forma sonaría su nombre en sus labios, cómo se vería a través del reflejo de su cámara, pero siempre terminaba cayendo en la realidad. Él no era ni iba a ser suyo jamás.

No podía compararse con el chico que irradiaba luz, sabía que no le llegaba ni siquiera a los talones. De cualquier forma, él nunca le puso los ojos encima, ni siquiera cuando era el único que quedaba en el salón cuando ellos dos se encerraban a besarse y Jimin salía porque no aguantaba el dolor.

Había días en los que trataba de colocarse en los pasillos con el sueño de que en algún momento lo notara, pero el pelinegro nunca lo hizo.

Esa era una de las desventajas de ser un observador.

Podía ver en los ojos soñadores del pelinegro que para él no había nadie más que el chico que hacía bocetos en las mesas, él era su mundo. Y Jimin moría por dentro.

Se obligó a dejarlo ir, no valía la pena soñar con algo que nunca sucedería. Con el tiempo, su compañero dejó de intentar ser su amigo y Jimin se lo agradeció internamente; no aguantaba el dolor que le provocaba pensar que podría llegar a formar una amistad con la persona que más envidiaba en el mundo, no era justo para ninguno de los dos.

Jimin siguió adelante, pero muy en el fondo aún conservaba una parte de su corazón para el chico de cabellos negros. Sabía que no debía hacerlo, pero no lo podía evitar.

Las cosas mejoraron cuando conoció a la chica de ojos verdes. Ella era amable, inteligente y muy bella, sin embargo, había una desventaja: era muy popular. Tuvieron que comenzar a salir en silencio, él prefería mantenerse en las sombras y ella también. De alguna forma, la gente se enteró de que la ojiverde había comenzado a salir con alguien y el hostigamiento comenzó.

Jimin rogó muchas veces que la chica saliera a aclarar las cosas, prefería ser descubierto antes que presenciar todo el daño que los rumores estaban causando en ella, pero no dio brazo a torcer. Siguieron las cosas en silencio hasta terminar el instituto, Jimin se sentía verdaderamente enamorado y feliz, porque por fin había logrado sacar al chico de cabello oscuro de su cabeza.

Sin embargo, todo era muy bueno para ser real.

Debido a su pasión, Jimin se mudó al año siguiente a Seúl y empezó a estudiar fotografía allí, pero la ojiverde no lo siguió. Mantuvieron la relación a distancia, hacían videollamadas todas las noches sin falta, cada tanto se visitaban, pero de alguna manera todo comenzó a disminuir. Ella dejó de contestar los mensajes, se veía incómoda a través de la pantalla y le había comenzado a pedir que dejara de visitar Busán tan seguido.

Jimin aceptó sus condiciones, pero sabía que había mucho más de fondo.

Podía ver en sus ojos el cansancio, la fatiga, pero por sobre todo, el desinterés. Ella ya no estaba interesada en él. Jimin trató de cambiar para ella, creía que a lo mejor su apariencia era lo que había hecho que las cosas comenzaran a desgastarse. Volvió a teñir su cabello de su color natural, oscuro, cambió las gafas por los lentes de contacto y se hizo perforaciones en las orejas. Para cuando Jimin volvió a llamarla, ella no advirtió su cambio —o más bien, no le interesó—. Esa misma noche, él decidió que tenían que aclarar las cosas, ya no podía seguir deduciendo qué pasaba por su cabeza, así que planteó la pregunta.

«¿Qué es lo que sientes por mí?»

Jimin ya esperaba una respuesta negativa, pero nunca imaginó que le dolería tanto. Sin pensarlo, las cosas en la videollamada comenzaron a salirse de control; palabras como «repulsión», «disgusto», «hartazgo», «aburrimiento» y «pateticidad» salieron de su boca, creando en Jimin más inseguridades de las que ya tenía anteriormente.

Las cosas entre ellos terminaron de la peor manera, dejándolo aliviado y angustiado en partes iguales. Nunca más volvieron a encontrarse ni saber el uno del otro.

Jimin terminó su carrera y se dedicó a viajar por el mundo, capturando paisajes, cosas, animales y personas bonitas. Despejó su cabeza y cuando sintió que ya era suficiente, volvió al país. Decidió descansar por un tiempo de su trabajo, pero aun así no podía quedarse quieto. Su padre poseía una cafetería en Seúl y le propuso trabajar a medio tiempo allí, él aceptó y esa misma tarde se puso a atender la caja.

Pero lo que nunca imaginó fue que el mismo chico de cabellos oscuros aparecería por la puerta.

Cuando ya era su turno de atender, Jimin le preguntó amablemente lo que quería, no obstante, el chico de cabellos oscuros no levantaba la vista de su celular. Lo primero que pasó por su cabeza fue que no se había equivocado cuando pensó que nunca le prestaría atención, así que con voz cansada le dijo:

—Disculpe, ¿va a ordenar? Si no, salga de la fila, por favor.

El pelinegro alzó la vista, pero cuando lo vio a los ojos se ahogó con su propia saliva. Comenzó a toser y Jimin le ofreció un vaso de agua, pero él lo rechazó. Cuando hubo calmado su respiración, el chico se quedó mirándolo por tanto tiempo que Jimin bajó la vista, avergonzado.

Al fin había puesto sus ojos en él.

Jimin le devolvió la sonrisa con la ilusión de que se hubiera interesado y de que pidiera su número de celular, sin embargo, eso no sucedió. Las esperanzas del observador se fueron en picada en tan solo unos segundos.

Al otro día decidió volver a insistir, se preparó especialmente para verlo ya que ese día no le tocaba cubrir ningún turno. Se despertó temprano en la mañana y esperó pacientemente a que acudiera al local; ya había pactado con su colega que, en el momento que el chico apareciera, ella saldría de su puesto y Jimin lo tomaría.

Sus ojos se iluminaron cuando lo vio aparecer, se escondió debajo del mostrador y antes de que él pudiera llamar al timbre, Jimin salió a su encuentro. Le dedicó su mejor sonrisa y trató de atenderlo con mucha amabilidad, pero algo había cambiado... Los ojos del pelinegro solo mostraban rechazo. Jimin ignoró el dolor que había comenzado a florecer en su pecho y trató de mejorar el ambiente, pero las interrupciones del chico no hicieron más que confirmar lo que Jimin siempre supo.

El interés siempre sería unilateral. 

A reason to stay ☕ | hv - kmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora