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Llovía, llovía verdaderamente a cantaros, y ella estaba en su clase de ballet, con su mente más enfocada en cómo iba a volver a su casa, dado a que sus hermanos habían estado últimamente muy atareados con su trabajo y solamente quiénes más le prestaban atención eran sus custodios y el chofer.

Con modestia aparte, Samantha bailaba cómo los dioses, parecía algo inculcado ya en sus venas.

Cuándo se colocaba sus zapatos de punta parecía que los mismos eran una extensión más de su cuerpo.

Sus movimientos eran delicados, livianos, y por sobre todas las cosas, muy agraciados y envolventes, cuándo uno comenzaba a mirarla danzar no podía quitar la vista de ella y no por nada era la principal de casi todos los solos de aquélla compañía de ballet.

Había recorrido el mundo de la mano de la danza, pero hace ya algunos años cuándo sus padres fallecieron, debido a los gajes del oficio, su hermano: Elian, le prohibió de todas las maneras posibles salir del país sin compañía de ellos...

Es por eso que bajo un poco de influencia por el apellido muchos de los campeonatos internacionales se hacían cómo sede en Moscú.

—Damos por finalizada la clase de hoy, señoritas, que tengan un excelente tarde.— La profesora sin un sola mueca de encanto en su rostro las despide.

Samantha suspira y camina con sus pies más adoloridos que nunca.

En dos semanas representará de nuevo a su país, pero la diferencia es que esta vez el show será pura y exclusivamente sólo de ella.

Se está esforzando tomando dos clases diarias de ballet más el entrenamiento que hace en su casa.

Se coloca unos jeans boyfriends por encima de sus mayas, y un suéter de lanilla negro junto con un tapado el mismo tono.

Cambia su zapatillas de punta por unas Vans negra y cruza su mochila en su hombro, para salir a buscar a su chofer entre aquel diluvio.

Se sorprende gratamente cuándo encuentra la camioneta de su hermano mayor esperando por ella, quién le sonríe con delicadeza y camina hacía él.

Uno de sus estudios la esperaba en el hall principal dónde ella tomaba sus clases de ballet, mientras qué le sostiene un paraguas sobre su cabeza para que no se moje.

—¡¡Viniste!!— Susurra con una gran sonrisa en su rostro.

Él le guiña un ojo y asiente. —¡Me alegra qué tu visión funcione!— Bromea poniendo sus ojos en blanco.

Ella lleva una mano hacia su cadera quebrando la misma y mueve su cabeza hacia un costado analizando a su hermano mayor.

—¡Pensé que ibas a estar ocupado!— Papradea.

Elián hace una mueca con el rostro y le abre la puerta del copiloto.

No era demostrar muchos sentimientos, pero la verdad, es que con su hermana pequeña no podía evitar ser de que el modo, ella parecía ser prácticamente la luz de sus ojos, siendo tan inocente y tan ajena a todo lo que ocurría a su alrededor e incluso en su familia.

—¿No te alegra verme?— Sonríe burlón.

—¡¡¡Si!!!— Exclama con un poco más de emoción de lo particular.

Elian sonríe. —Entonces eso es lo que importa.— Asegura subiendo sus hombros, sin querer darle muchas vuelta más al asunto.

—¡¡Gracias por haber venido a buscarme!!— Infla su pecho.

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