12. Nada importa

803 68 85
                                    

Tengo una margarita tatuada en la cara interna de la muñeca derecha.

No el coctel, sino la flor.

Y no tengo idea de cómo llegó ahí.

Estoy acostada bocarriba en la cama de mi habitación cuando la puerta se abre.

Me levanto de golpe para ver entrar a Víctor, que camina en línea recta hacia la ventana y abre las cortinas de un tirón.

- ¿Qué te pasa? – Le grito

- Esto tiene que parar, Katherine. Y tiene que parar ahora – Indica con esa voz dura de mánager con la que convence a cualquiera de darle lo que quiera.

Todavía tengo puesto el vestido rojo con el que salí de fiesta anoche, aunque por la forma en la que el sol entra por la ventana, tiene que ser muy entrada la tarde.

El maquillaje hace que mi cara se sienta pegajosa, y mi aliento oxidado se siente asqueroso en mi boca.

La resaca me está aniquilando, lo que supongo que es un efecto de beber cualquier cosa cuando tu cuerpo está tan deprivado de comida que no tiene fuerzas para procesar el alcohol.

- ¿De qué hablas? Vete. Tengo sueño – Me quejo, y me vuelvo a dejar caer sobre mi almohada, que está toda manchada de maquillaje y lágrimas.

O creo que son lágrimas, no lo sé, porque no me acuerdo de nada, y me gusta así.

Desde esa noche, no quiero acordarme de nada, así que sigo bebiendo para que se me olvide.

No me acuerdo de casi nada, pero los retazos de recuerdos que viven en mi mente son tan asquerosos que quiero borrarlos. Quiero ser Kat Kiss, magnífica, flaca y bonita.

No quiero ser la mujer que esa noche se paró en medio de la pista y lloró mientras bailaba en ese bar al que fui con un tipo al que odio, solo porque no soporté el juicio en la mirada de las personas que me quieren por haberme vuelto así de loca por un tipo con el que solo tuve un polvo civilizado una sola vez, y el cual nunca me prometió nada con palabras, pero me permití creer que sus actos habían significado algo.

Así que me fui con esas personas que no saben quien soy o por qué lloraba, y tampoco les importaba mientras siguiera bailando en esa blusita mínima y esos shorts escasos con los que podían rozarse contra mí como quisieran.

Y los dejé hacerlo, siempre y cuando pudiera inclinarme sobre la mesa por otra raya de coca.

Dejé que esa chica de pelo negro de la que no me acuerdo me besara de manera asquerosa, porque no era un detalle hacia mí, sino hacia los hombres que nos miraban, pero me dio igual, porque me miraban. Porque aún con las mejillas llenas de lágrimas, ellos por lo menos me veían.

Dejé que ella se volviera y besara a Rocket, y solo los miré, pensando en que el ladrón ya no era la última persona que me había besado y esa pérdida se sentía estúpidamente devastadora aunque era una tontería.

Dejé que Rocket me pusiera el pelo detrás de la oreja y me secara las lágrimas. Dejé que me abrazara mientras lloraba un poco más.

Dejé que me ofreciera otra raya y me invitara a un whiskey.

Y luego otro.

Y otro.

Cuando me dijo que me veía cansada, dejé que me llevara una habitación a "descansar".

No me acuerdo de haber aceptado, pero supongo que lo hice porque poco después estaba caminando a su lado.

"Caminar" es una forma de decir, porque estaba tan borracha que apenas me mantenía sobre mis pies.

Buenas noches, ladrón » Martín Vargas (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora