41. Tr3s

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Hay unas tres horas de distancia entre Houston y San Antonio.

Los trayectos de día en el bus suelen ser enérgicos y divertidos, porque todo el mundo está haciendo algo y hay ruido de voces y risas.

Hoy está bastante tranquilo, porque ya mayoría se quedaron hasta tarde en el festival, así que están cansados, resacosos o ambas.

Son las 2 de la tarde pasadas y el sol ilumina la ruta de Texas.

Es uno de mis paisajes favoritos para un viaje por tierra en el país, con todo ese vasto cielo azul, chocando con la tierra colorada interminable, y la silueta de uno picos que no tengo idea de cuales son muy lejos en el horizonte.

Es hermoso.

A pesar de que juiciosamente abro mi libro de matemáticas frente a mí, no estoy haciendo nada porque el paisaje me distrae, y se siente muy relajante solo mirar por la ventana abierta mientras el aire cálido de principio de la tarde pasa perezosamente las hojas del libro que de todos modos no estoy usando.

Subo la mirada cuando la puerta que separa la sala de las literas se descorre, y mi corazón se pone a bailar una salsa puertorriqueña cuando veo aparecer a Martín.

Está descalzo y vestido con un jogger negro y una camiseta estilo tank top, con los agujeros de las mangas tan abiertos que veo sus costillas y la sombra de sus dos tatuajes en ellas.

Sonríe cuando me ve sentada en el sofá, y ese hoyuelo que se marca en su mejilla me hace soltar un suspiro.

- Pensé que estabas dormida – Me dice, mientras camina hacia mí y se deja caer en el sofá a mi lado

- No tengo sueño, porque dormí maravillosamente, y tengo que hacer tareas – Le digo, todavía sonriendo, porque no puedo parar de sonreír

- Dormiste maravillosamente, ¿eh? – Me pregunta con esa sonrisita juguetona que lo hace parecer un niño travieso

- Sip

- Yo también – Me dice orgullosamente

Le sonrío, y por un momento nos quedamos ahí, sentados uno junto al otro con el viento de la ruta envolviéndonos, pareciendo dos niños de primaria que se gustan pero no saben qué hacer.

Él se muerde tentativamente el labio inferior mientras me mira, y todas mis entrañas tiemblan por la intensidad de esos ojos sobre mí.

- ¿Qué?

- Vas a tener que ponerme algunas reglas, Margarita

- ¿Reglas?

- Tengo unas ganas locas de tocarte

Trago saliva, porque este asunto con él me pone un poco más nerviosa de lo que lo hizo con Laura en su momento.

Siento que la intimidad con un hombre podría ser más riesgosa para mi cerebro conflictuado, especialmente porque con él todo se siente voraz, y no tengo ningún control sobre mí misma.

- Me puedes tocar – Susurro

Él también parece ligeramente inseguro, y no puedo fingir que no me ha visto tener ataques de pánico descontrolados, o despertarme jadeando luego de una pesadilla.

Ruedo ligeramente en su dirección hasta que nuestros hombros se tocan.

Se queda muy quieto, como si no hubiéramos amanecido abrazados y tan enroscados que ni se sabía donde acababa uno y empezaba el otro.

Le doy un golpecito con el hombro y él se ríe.

Le hago mala cara.

- Bueno, abrázame – Reniego

Buenas noches, ladrón » Martín Vargas (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora