33. Anécdotas de gira

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Por una cuestión logística y de disponibilidad de escenarios, la gira empieza a desplazarse de una costa a otra de Estados Unidos, a pesar de que terminará en Nueva York en donde estaremos por un par de semanas, pues además de nuestra fecha seremos parte de un festival, y finalmente entraremos al estudio durante algunos días.

La convivencia ya se ha hecho muy estrecha y hemos encontrado una rutina, que nos llena de anécdotas de gira.

En el trayecto de Los Ángeles y Las Vegas, que es de unas 10 horas, subimos al bus en un aguacero torrencial. Jugamos Mario Kart por un rato, pero eventualmente el sueño empieza a vencer a los jugadores y se van yendo poco a poco, hasta que para las dos de la mañana, solo quedo yo.

Últimamente me he estado durmiendo cerca de las 4, y ya que no es tanto tiempo para matar, se me ocurre que podría ver una película.

Pero primero lo primero.

Sigue haciendo mucho frío, así que traigo mi manta de gatitos de mi litera y me la pongo sobre los hombros mientras voy a la cocina a prepararme un vaso de leche achocolatada caliente.

La mezclo con un batidor de mano para no hacer ruido, y me siento muy orgulloso de mí cuando mi receta super secreta se pone espesa y espumosa y parece muy perfecta.

Aspiro el olor del cacao sintiéndome goloso, cuando se mezcla con un dejo de chocolate amargo ligeramente más especiado.

Levanto la mirada y me doy cuenta de que Kat está cerrando cuidadosamente el biombo que separa la sala de la cocina. Se vuelve y me da una sonrisa, aunque su cara parece super triste.

- ¿Qué pasa? – Le pregunto

Niega con la cabeza, empezando a decir que no pasa nada, pero las lágrimas le inundan los ojos.

- ¿Te puedo pedir algo? – Me pregunta con la voz quebrada

- Lo que necesites – Respondo rotundamente

Se le cae una lágrima mientras baja la mirada a sus manos. Enreda sus dedos juntos y le da una vuelta a su anillo de estrella.

- ¿Te puedo dar un abrazo?

Ni siquiera le pregunto nada.

Más adelante tendré una charla muy seria conmigo mismo, pero mientras la veo tan triste, no hago nada más que dejar a un lado el batidor, avanzar dos pasos hacia ella y traerla hacia mis brazos.

Me rodea la cintura con cautela. Tengo muchas ganas de abrazarla fuertísimo y metérmela dentro del pecho, pero no lo hago.

Dejo que se acerque despacio, hasta que finalmente apoya su mejilla en mi pecho, y se seca a sí misma sus lágrimas contra mi camiseta.

Mis manos se quedan en su espalda, y a pesar de que está muy tensa y es un abrazo rarísimo, entiendo que es un gesto de confianza enorme y no la presiono por más.

De algún modo no estamos cerca del todo, pero a la vez se siente más íntimo que cualquier abrazo que haya dado.

- Lo siento – Susurra, mientras se aleja un poco

La dejo ir, pero mi mano estúpida sube a su cara y le pone el cabello detrás de la oreja.

- ¿Quieres hablar? – Le pregunto

- No. Pero me gustaría un poco de eso, si no es molestia – Me pide, y apunta con el dedo a mi leche achocolatada

Se me hace un nudo en el corazón, porque con esta misma bebida intenté hacerla sentir mejor en la peor noche de su vida, y me enternece hasta lo absurdo que me lo pida de nuevo.

Buenas noches, ladrón » Martín Vargas (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora