42. El amanecer más brillante

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San Antonio, Texas.

4 días antes.

- ¿Estás despierto? – Le pregunto en un susurro, aunque no sé por qué estoy susurrando, ya que estamos solo los dos aquí.

Hay algo que tiene la madrugada, que genera una intimidad que no tiene ningún otro momento del día.

Habiendo crecido toda mi vida en Nueva York, me es muy extraño que la noche sea tan silenciosa como esta.

El reloj de la mesa de noche dice que son las 5:42 y el cielo de San Antonio aún está oscuro, todavía con algunas estrellas alumbrando como diamantes desperdigados por el cielo.

Me derrito un poco cuando él me trae más cerca de su cuerpo, con sus brazos alrededor de mi cintura.

- No – Me dice, y cierra los ojos obstinadamente, como negándose a estar despierto

- ¿No? – Me río, mientras me dejo abrazar

- No – Confirma, aunque sus ojos se abren una rendijita para verme – Duérmete – Me ordena

- ¿Hoy no verás el amanecer?

- No. Hoy duermo con mi Margarita – Indica, y pone su mano abierta en mi cintura baja, dejando una caricia cálida y dulce por encima de la tela de mi camiseta

- ¿Qué piensas de echar una siestecita más tarde y ver al amanecer juntos?

Sé que le estoy pidiendo algo gigante.

Decirle a una persona insomne que renuncie a horas de sueño es una herejía, pero esto se siente extrañamente importante para nosotros.

Estamos justo acá en este hotel y en esta ciudad, y tengo la sensación de que la vida con sus vueltas extrañas nos está permitiendo un cierre para todo aquello que fue difícil y doloroso en nuestra historia.

- Está bien – Me dice mientras me da un besito en la frente

- ¿Quieres que te haga un tecito? – Le digo, apuntando a la tetera que hay junto al minibar de la habitación

- Vale

Va al baño mientras me levanto para preparar nuestros tés.

Doy un respingo cuando siento sus brazos rodeando mi cintura, y me derrito un poco cuando pega mi espalda a su pecho.

Me envuelve una nube de su olor fresco a yerbabuena mientras me apoyo en él, que todavía está todo tibiecito por el sueño.

- Hueles a chocolate – Me dice, mientras hunde la nariz en mi cuello

Me estremezco, porque el choque de sensaciones es muy desconcertante.

- ¿Qué pasa? – Susurra sobre mi oído, con esa voz ronca de recién levantado que me aniquila

- Tengo miedo – Le digo en voz baja, mientras vierto una cucharada de azúcar grande en mi taza de té

Él retrocede de inmediato, como si apenas acabara de darse cuenta de que estaba tocándome.

Dejo la taza de té rápidamente en la mesa y me giro antes de que logre alejarse.

Le rodeo la cintura con los brazos y vuelvo a pegarme a él.

- No tengo miedo de ti – Aclaro

- ¿No? – Pregunta suavemente

Me viene una nube de su aliento todo fresco que me indica que se cepilló los dientes.

Buenas noches, ladrón » Martín Vargas (Morat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora