-¡Cariño!- le dijo Martina al gatito y acarició su cabeza- qué grande que estas- le susurró observándolo y luego me miró con tristeza- ¿lo has cuidado todo este tiempo?-.
Sólo la observé -fijamente- esperando esa reacción tan propia de ella. Asentí con discreción, y Martina hizo lo que presentía. Apretó los labios, parpadeó unas cuantas veces, respiró profundo -pero eso no lo detuvo- miró hacia el cielo intentando tragar el nudo en la garganta, como si aquello pudiera detener la caída de sus lágrimas.
-Lamento haberlo dejado- dijo con la voz quebrada, yo sólo sonreí- gracias, Jorge- tragó saliva y luego abrazó a la pequeña bola de pelos.
-No llores, cie... Martina- le pedí ahogado. Verla llorar solo me haría estrecharla contra mi cuerpo. Y sabía que con ésta, cruda y fría Martina, sólo lo empeoraría.
-Gracias- repitió apoyando su mano en mi brazo.
Su tacto suave y cálido invadió todo mi cuerpo como si fuera la primera vez que lo hacía. Como aquella vez cuando la conocí, y se largó a llorar en mis brazos al descubrir que la casa de su abuela no estaba. Sencillo pero ardiente, reciente pero puro...
-Bien...- murmuró luego de unos cuantos minutos, notaba su incomodidad.
-Debo irme- dije automáticamente.
Ella me miró y luego frunció el ceño.
-¿Cómo has conseguido mi dirección?- preguntó confusa.
-Uhmm... -¡diablos! ¡no lo había pensado!-.
-¿Cariño?- dijo Facu desde el umbral de la puerta- tienes una llamada de tu padre al teléfono-.
Martina lo miró sorprendida y luego a mí.
-Debo atender, gracias por cuidar a Miel, Jorge. De verdad no tengo idea de porqué lo hiciste, pero... enserio gracias- me sonrió dejándome atontado y luego se marchó casi corriendo hacia el interior de la casa.
Quizá podríamos ser amigos, ella se mostraba casi amigable, y yo podría... ¿eh? ¿qué diablos dices? ¿a quién quieres engañar, Blanco? Estas loco por ella, y una simple amistad no basta.
{Narra Martina}
Dos años sin Miel. Me sentía patética y egoísta. Además de haber abandonado Londres, mi pueblo, mi hogar y mis amigos, había olvidado al único ser que se había mostrado fiel y cariñoso sin exigir nada a cambio.
En el fondo de mi corazón, me caía como un tarro de miel caliente que Jorge lo haya cuidado por mí. Aun recordaba cuando él decía que Miel 'conspiraba para separarnos' y cosas por el estilo -reí sin pensarlo-.
-¿Sí?- pregunté al teléfono.
-Hola hija- dijo aquella vieja voz que tanto conocía.
Solté el aire.
-Ha pasado bastante tiempo-.
-Lo sé- suspiró mi padre al otro lado de la linea.
Un silencio incómodo invadió la conversación.
Ninguno de los dos era bueno para hablar.
-Te he llamado porque... me gustaría pasar algún tiempo contigo- dijo con voz indecisa y fruncí el ceño.
¿Esto era enserio? Luego dos años sin vernos... ¿el tipo venía a hacerse el padre fatal?
-No lo sé- respondí por no dar un directo 'no'.
-Por favor- su tono me sonó casi a suplica y removió alguna pizca de compasión en mi interior- prometo... -comenzó y la familiaridad de esa palabra me asustó. Él vivía haciendo promesas que no cumplía, y al parecer, se dió cuenta antes de hacerlo- ya sabes que he dejado el alcohol, Martina- dijo casi con orgullo- no te haré daño, sólo quiero verte-.
Facundo llegó a la habitación y se sentó sobre la cama, a mi lado.
-Bien, ¿dónde y cuándo?-.
-En unos días estaré por allí, en Cheshire, ¿qué te parece si vamos a almorzar?-.
-Por mí, está bien. Llámame cuando estés por aquí, e iré a dónde digas- respondí sencilla.
Escuché algo parecido a un sollozo del otro lado de la linea. Agudicé el oído sorprendida.
-¿Sucede algo?-.
-No...- respondió mi padre automáticamente. -Martina quiero que sepas algo- dijo con indecisión.
-Te oigo... -.
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