Los días pasaron volando. Aun faltaba una semana para que Facu regrese, pero yo iba bastante bien con mi plan de «no vuelvas a los brazos de Jorge».
No había tenido noticia de él hace unas cuantas semanas, y aunque me dolía saber que yo jamás podría olvidarlo, dentro de todo me sentía alegre.
Pasábamos todas las tardes y noches con Marco y Franchesca. Mi mejor amiga había recobrado su dulce y radiante sentido del humor, contagiándonos a todos de éste.
Cada día planeaba algo nuevo, y nunca podíamos aburrirnos.
Películas, comida chatarra, salidas, risas. Esas eran muchas de las ventajas de tener a alguien como a Franchesca.
¿Y quién podría compararse a Marco? Él era el tipico amigo guapo que tienes, pero por el que no sientes más que un extraño sentimiento de fraternidad.
Él nos hacía reír y nos contaba anécdotas de 'sus chicas', por lo que con Franchesca, o nos burlábamos o le aconsejábamos.
Incluso habían llegado a correr morbosos e infantiles rumores acerca de nosotros tres. Pero aquello me tenía sin cuidado. No me importaba lo que piense la gente, mientras no me ocasione un problema con mi trabajo.Aquella tarde, después de salir de mi última clase, a eso de las tres de la tarde, me encontré con el auto de Francisco en el aparcamiento fuera del edificio dónde yo enseñaba.
-¿Vamos ahora?- le pregunté mientras besaba su mejilla.
El asintió.-En un par de horas el banco cerrará y no podremos pasar por las consecionarias- me comentó él-. Es más que seguro que hoy no comprarás el coche, pero al menos tendremos el dinero y una idea del auto que podrías llegar a elegir.
(...)
Aparcamos frente al banco del condado. El cual, curiosamente, estaba bastante lejos pero aun dentro de Holmes Chapel. Y yo que pensaba que áquel pueblo era pequeño...
Revisé en mi cartera si tenía los documentos necesarios y el testamento legítimo de mi abuela. Puse en vibrador el celular, ya que por cuestiones de seguridad, las personas no podrían hablar dentro del lugar.
Francisco me abrió la puerta del copiloto y se hizo a un lado para que bajara.
Desde afuera pude notar la numerosa cantidad de gente que había allí dentro a través de la vidriera de cristal reforzado.
El sitio era enorme y elegante.
Atravesamos las puertas giratorias y una oleada de frío aire me azotó con suavidad.
Aire acondicionado.
¿Quién diablos encendería el aire acondicionado con menos de diez grados en el exterior?Buscamos la fila correcta para los retiros de dinero y esperamos pacientemente.
-Está que explota de gente- dijo Francisco en voz baja mirando furtivamente hacia ambos lados.
-Lo sé. ¿Quieres que vengamos en otro momento?- le sugerí y el negó con la cabeza.
-Es mejor ahora. Mi semana ha sido bastante estresante, y la que viene ni te imaginas- murmuró.
-¿Un caso difícil?- aventuré y el asintió.
-Una mujer que quiere divorciarse de su marido por golpeador. El tipo parece que está involucrado en la mafia o algo así- dijo el restándole importancia.
Sentía una extraña clase de orgullo por tener a un hermano abogado. Supuse que de alguna manera me sentía más segura de ser defendida legalmente en algún período -futuramente incierto- de mi vida. Fue raro.
La fila abanzaba con lentitud, y mi paciencia suspiraba pesadamente con cada persona que se retiraba de allí.
Faltaban al menos unas diez personas para que llegáse nuestro turno, cuando la mirada asustada de algunos clientes, llamó mi atención.
Unos diez hombres entraban por las puertas de aquel lugar, encapuchados y de negro, con gigantescas armas.Todo el mundo empezó a gritar e intentar salir de allí, pero uno de los tipos, el más alto y macizo se acercó a los clientes del banco con mírada frívola y amenazante.
-El que intente salir de aquí, será asesinado- anunció en voz alta a lo que se escucharon algunos sollozos- ¡todos al suelo!- ordenó furioso y todo el mundo hizo caso.
Nos recostamos boca abajo contra el suelo y observé a Francisco horrorizada.
El me miró con la misma expresión y de alguna manera eso empeoró mi estado.Los asaltantes comenzaron a disuadirse por todos los sectores del banco, mientras el más alto gritaba ordenes y amenazaba a los empleados del lugar.
-¡Stefan, Jason!- los llamó él- ¡a la caja fuerte! ¡vayan y saquen todo el dinero que puedan! Alguna zorra de las empleadas ha advertido a la policía, y están en camino- dijo él y fue cuando noté que su voz detonaba un fuerte acento ruso.
Los dos hombres, más bajos y delgados que el supuesto 'jefe', asintieron y corrieron por uno de los pasillos del banco, que supuse, irían directo a la sala dónde se encontraba la caja fuerte.
Observé furtivamente como algunos de los tipos desaparecían por los pasillos o ponían toda su atención a las empleadas detrás de los cristales que los miraban atemorizadas intentando complacerlos y no salir heridas.
Un hombre -anciano- de unos sesenta años, se paró del suelo y empezó a caminar con dificultad hacia la puerta.
Una mujer que se encontraba cerca de él, en el piso, intentó advertirle pero ya era demasiado tarde.Un impacto de bala atravesó su columna vertebral, y el anciano cayo de espaldas al piso.
Más gritos inundaron el gigantesco salón y los tipos de negro se pusieron a gritar agresivamente y amagar golpes.Cuando se escuchaban las sirenas de la policía cerca -de algún modo, aquello incrementó mi miedo- presentí lo que el jefe de aquellos hombres iba a decir... y no me equivoqué.
-¡Tomen ocho rehenes!- ordenó él.
Los otros nueve tipos comenzaron a elegir a los poco afortunados entre la gente.
"Intenta no llamar la atención, intenta no llamar la atención". Estaba rogando a Dios, cuando una voz me sacó de mis cavilaciones.-Tú- masculló uno de los encapuchados y se me detuvo el corazón.- Párate, vienes con nosotros- ordenó.
Cuando Francisco estaba a punto de objetar, se escucharon unos cuantos disparos más, todos gritaron pero no hubo ningún herido, así que supuse que fue porque querían asustarnos.El moreno se paró.
-No la lleves a ella, llévame a mi- le rogó pero incluso su tono de voz sonaba furioso.
El encapuchado nos miró alternadamente a ambos y luego soltó una carcajada seca y negó con la cabeza.Mi hermano se enfureció aun más y cuando quizo acercarse al tipo para darle un fuerte golpe, éste me tomó del cuello y me apuntó con el arma.
-O te quedas quieto, o la asesino- advirtió y noté que aquel era el hombre de acento ruso, el jefe.
Francisco me miró horrorizado, y luego de tres segundos se tendió en el suelo, tenso.