Capitulo 2.

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¿Cuánto tiempo había pasado?, Se preguntó Victoria, hacía ya dos años que no lo veía, casi tres. Había cambiado muy poco. ¿y por qué iba a cambiar? Se preguntó. Él era Ángel Armenta, un hombre importante, poderoso, un hombre rico que podía mantener casas en calles de prestigio de todas las capitales importantes del mundo. Un ser humano al que todos prestaban su zalamera atención, nacido para ostentar el poder, criado para ostentar el poder y acostumbrado al poder, cuando él fruncía el ceño, la gente se inclinaba ante él. Un hombre que lo tenía todo; buen aspecto, un cuerpo impresionante. ¿Por qué iban a cambiar eso tres insignificantes años?, Se preguntó. Él poseía los rasgos divinos de un hombre de fábula: el pelo tan negro que brillaba con reflejos azules a la luz, la nariz tan arrogante que era incapaz de pedir perdón, la boca firme, resuelta, perfectamente dibujada en una estructura ósea esculpida en la misma piedra privilegiada de los héroes y por último los ojos, sus ojos eran los de un león, los de un tigre, los de una pantera negra, eran los ojos de un depredador duro, frío y salvaje, cruel e incapaz de perdonar. Incapaz de perdonar, recapacitó, si su boca hubiera estado hecha para perdonar hubiera sonreído, aunque hubiera sido amargamente, él era el hombre que no perdonaba y ella la pecadora, era una lástima que ella viera la situación por completo del revés, eso significaba que ninguno de los dos estaba dispuesto a conceder ni lo más mínimo al otro, ninguno de los dos estaba dispuesto a odiar menos al otro, tres años, se repitió a sí misma, tres años de silencio y amargura y las cosas seguían igual, ocultas bajo la superficie pero exactamente igual y a pesar de todo, en ese momento tenía el coraje de presentarse delante de ella y llamarla por su nombre como si fuera lo más natural del mundo que lo hiciera, pero no lo era y ambos lo sabían, Victoria no estaba en condiciones de jugar al estúpido juego de humillados y ofendidos, no con él, no con el hombre al que una vez había amado, no con el hombre al que odiaba tanto como una vez amó. Apartó la vista de él bajando los ojos de nuevo a lo largo de toda la longitud de su cuerpo, no quería ver su hermoso rostro, su espléndido cuerpo, sus largas piernas, no quería verlo, entonces él habló, alto y claro y toda la habitación tembló.

Ángel: Fuera (miro a todos los empleados)

No lo había dicho en un tono de voz elevado, pero no hubo ni una sola persona en la habitación que no lo entendiera, indiferente a todos ellos, inmóvil, se quedó de pie delante de Victoria mientras esperaba a que la gente llevara a cabo su orden. Todos se pusieron en acción reaccionando como juguetes mecánicos, las cabezas, los cuerpos, todos los miembros comenzaron a moverse de forma descoordinada, en masa hacia la puerta, había dos policías sin uniforme, un chofer uniformado, una niñera joven que lloraba con la cabeza enterrada en el pañuelo y el ama de llaves y su marido, también estaba el médico al que habían llamado para que viera a la niñera y que al final se había quedado temiendo que Victoria finalmente sufriera un shock, o quizá él le había pedido que se quedara. ¿Quién lo sabía?, se preguntó Victoria, ¿y a quién le importaba? a ella no, desde luego, puede que otra gente agachara la cabeza al verlo, puede que otros obedecieran sus despóticas órdenes sin rechistar, pero ella no. ¡Nunca!, Era sorprendente e incluso patético que un hombre pudiera entrar así en un salón, dar un orden y conseguir que todos obedecieran sin necesidad de decir siquiera su nombre, pero lo cierto era que ese hombre no era cualquier hombre, ese hombre tenía tanto poder que podía entrar en cualquier salón de cualquier parte del mundo y exigir de inmediato la atención de todos, era el hombre que había cerrado a cal y canto esa mansión y su jardín escasamente una hora después del incidente, era una lástima que no la hubiera tenido cerrada así antes de que ocurriera, si lo hubiera hecho no estarían viéndose en ese momento, pensó Victoria, la última persona que salió cerró la puerta. Victoria escuchó el clic y sintió como entre ellos se hacía el silencio, él se fue y volvió escasos segundos después para sentarse a su lado y poner en sus manos un vaso presionándolo contra sus labios y obligándola a beber.

Ángel: bebe (ordenó)

El olor inconfundible del brandy invadió sus sentidos y casi la hizo marearse, sacudió la cabeza y el pelo dorado, liso y largo se agitó en su espalda, entre ambos hombros, pero él ignoró el gesto.

Ángel: Bebe (repitió) estás tan pálida que asustas (la miro) bebe o te obligaré yo a beber.

No era una amenaza en vano, eso quedó bien claro cuando su mano se elevó, larga y fuerte, agarrándola del mentón para forzarla a abrir la boca, bebió y luego carraspeó al notar cómo el líquido bajaba por su garganta como el fuego y sus pulmones conseguían por fin respirar frenéticos como si llevaran tiempo intentando hacerlo sin éxito.

Ángel: Eso está mejor (alejo el vaso de los labios de ella)

Murmuró él creyendo que había sido el brandy lo que le había hecho dar la bocanada de aire cuando lo cierto era que había sido su contacto el causante, un contacto que parecía cargado de electricidad y que obligaba a cada milímetro de su cuerpo a reconocerlo.

Ángel: Bebe un poco más (nuevamente le coloco el vaso en los labios)

Ella bebió, aunque sólo para ocultar el horror que sentía por él, por ese hombre, por el amargo hecho de que aún respondiera tan violentamente al contacto físico de un hombre que le había causado tanto dolor, tanta desilusión y tanta infelicidad, la obligó a beber varios tragos de brandy y por fin decidió que era suficiente, sus dedos la soltaron y retiró el vaso, el licor había conseguido colorear ligeramente sus mejillas mientras que aquel contacto había puesto una nota de condena amarga en su mirada de ojos verdes.

Victoria: ¿Has sido tú? (dijo lo más serena que pudo)

Exigió saber ella, pronunciando la frase sin apenas vocalizar. 

FRUTO DE LA TRAICIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora