Capitulo 32.

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Ángel: ¿No? (aquella simple palabra era un desafío, sus ojos eran un desafío, la curva de su boca era un desafío) creo que quieres rendirte, quieres que te bese (le acaricio la mejilla con su nariz)

Victoria: No es cierto (negó moviendo ligeramente la cabeza)

Pero era demasiado tarde, la besó y al hacerlo todas las emociones contenidas en ella renacieron de nuevo a la vida.

Victoria mantuvo las manos en alto al nivel de la cabeza, agarraba con fuerza las tenazas, su amplio pecho la presionaba haciendo que respirara tensa, sus caderas la presionaban intencionadamente con fuerza y el terrible y maravilloso sentimiento de rendición que experimentó la hizo gemir en una negativa; una negativa a la que él respondió volviendo a hacer lo mismo una y otra vez, y otra, y otra, hasta que el gemido cambió su timbre y ella dio rienda suelta a sus sensaciones, sucumbiendo impotente. Entonces abrió despacio las manos y dejó caer las herramientas al suelo bajando los brazos y anunciando con ello su rendición total, necesitaba liberar sus manos para deslizarlas por su cabello, arrastrar su boca contra la de ella, acercarlo más, más aún y así evitar desfallecer. Él la dejó hacerlo a su modo, le soltó las muñecas para que sus manos pudieran encontrarlo y al mismo tiempo abrazarla a ella fuerte aprisionándole los pechos temblorosos, ella suspiró sofocada y lo rodeó por el cuello acercándose a la fuente del placer, volviendo a suspirar cuando él comenzó a acariciarla hasta llegar a las caderas, luego la levantó para presionarla contra su sexo endurecido y así continuaron, y mientras tanto en su cabeza daba vueltas una palabra que se repetía una y otra vez: hermoso. Aquello era hermoso. Ese hombre, su contacto, su beso. Hermoso. Cuando él la levantó en brazos ella no protestó, sólo gimió y jadeó protestando por que su boca la hubiera abandonado por unos instantes hasta alcanzar a la cama, entonces su boca volvió a ella y se sintió perdida... perdida en la belleza del profundo beso, en la belleza de sus manos que la acariciaban mientras le quitaban la ropa despacio, se sintió perdida en el inmenso placer de ayudarle a quitarse su ropa, perdida en la negrura de sus ojos ardientes al ponerse sobre ella y penetrarla, en aquella ocasión despacio y en profundidad. Con los labios tensos y las mejillas ardientes de deseo, él la penetró con tal pasión y anhelo que ella sintió que las lágrimas acudían a sus ojos.

Victoria: No me odies, Ángel (susurró)

Él no contestó, volvió a besarla cerrando los ojos, y en aquella tarde mientras el sol se ponía la hizo suya perdiéndose ambos en la lentitud del éxtasis. Cuando se despertó, él no estaba. ¿Seguiría odiándola, odiándose a sí mismo?, Se preguntó.

FRUTO DE LA TRAICIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora