Capitulo 16.

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La tarde se hizo interminable. Victoria no se molestó en acudir a la mesa a la hora de la comida. Luego continuaron pasando las horas, en las que vagaba de una habitación a otra huyendo si alguien entraba, deseando estar sola, necesitaba estar sola porque no había nadie con quien pudiera compartir su tormento. La cena aquella noche fue de nuevo silenciosa, ninguno de los allí presentes estaba preparado para fingir que no ocurría nada, que todo era normal, Victoria se unió a Ángel y a Santiago en la mesa porque él mandó un mensaje con un sirviente ordenándole que asistiera y no tenía ganas de discutir. De modo que se sentó y probó ligeramente la exquisita sopa de pollo de la señora Sánchez y luego jugó con la tortilla que le habían preparado especialmente para tentar su apetito mientras Ángel y Santiago comían unos gruesos y tiernos bistecs; rechazó el postre y el café, y luego se excusó y dejó a los dos hombres cenando sin apenas cruzar palabra más que lo que requería la buena educación.

Santiago: No podrá soportarlo durante mucho más tiempo (observó una vez que ella había salido cerrando la puerta)

Ángel: ¿Es que crees que estoy ciego? (contestó)

Un par de horas más tarde, Ángel Armenta abrió la puerta del dormitorio de Victoria y vio que estaba vacío, frunció el ceño y miró a su alrededor. Volvió a bajar las escaleras a grandes pasos y comprobó si estaba en cada una de las habitaciones a su paso antes de volver al despacho donde Santiago veía la televisión.

Santiago: Lo están contando en las noticias (le informó) lo relacionan con la Mafia y Dios sabe con qué más, creía que habías intentado por todos los medios evitar los rumores

Ángel: Lo hice (confirmó entrando en la habitación) ¿Ha venido Victoria a buscarme mientras estaba en la ducha?

Santiago: No (lo miro y negó con la cabeza) ¿No está en su habitación? (curioso)

Ángel acababa de ducharse y ponerse ropa limpia. No quiso contestar a esa pregunta. En lugar de ello hizo una mueca y ordenó:

Ángel: Entérate de quién está al mando de ese canal de noticias y consigue que no vuelvan a hablar del asunto nunca más

Santiago: Eso es como cerrar la puerta cuando el animal ya se ha escapado, Ángel (serio)

Ángel: Todo este asunto es un buen ejemplo de ese dicho, no es posible que ella haya salido de casa, ¿no crees?

Santiago: ¿Te refieres a Victoria? (curioso) No, es imposible (negó con la cabeza) la alarma habría sonado y la habrían perseguido al menos diez hombres y tres perros, (seguro) De todas maneras, ¿a dónde iba a querer ir?

Ángel: No lo sé (frunció el ceño) pero no está en su habitación ni en ninguna de las habitaciones de arriba (preocupado)

Santiago se puso de pie con el teléfono móvil en el oído y contestó:

Santiago: Lo comprobaré con los hombres en la planta de abajo, tú vuelve a mirar arriba

Ángel subió las escaleras de nuevo de dos en dos y fue abriendo todas las puertas una por una. Por fin. Casi de milagro, la halló en la última habitación, no la habría visto si no llega a ser porque la luz del pasillo se reflejaba sobre su pelo. Se quedó inmóvil, le sorprendió el hecho de que ella estuviera sentada en el suelo hecha un ovillo contra los barrotes de la cuna de la niña, se le cortó la respiración al darse cuenta de que era la habitación de Nicole y de que lo que tenía entre sus brazos era un osito rosa de peluche. Victoria tenía los ojos abiertos, tenía que saber que él estaba allí. Tuvo que tragar al sentir cómo una ola de emoción le inundaba en su interior. Su aspecto era el de una persona por completo privada de su objeto más querido. Sintió rabia al ver que le preocupaba algo que no debía de inquietarle.

Victoria: No enciendas la luz (dijo al fin al ver que él acercaba la mano al interruptor) ¿Han vuelto a llamar?

Ángel: No (contestó apoyándose en el marco de la puerta) ¿Qué estás haciendo aquí, Victoria? (suspiró con fuerza) esto sólo puede causarte más dolor

Victoria: No, al contrario, me reconforta (suspiro) la echo de menos y ella me estará echando de menos a mí (dijo con voz temblorosa)

Ángel: Necesitas dormir (añadió pensando que su aspecto no era en absoluto el de alguien que se sintiera reconfortado sino el de alguien atormentado)

Victoria: Nicole no podrá dormir sin dandy no (dijo enseñándole el osito café abrazado a su pecho) se lo lleva a la cama todas las noches, primero recito una poesía y luego le canto una canción de cuna. Entonces ella...

Ángel: ¡Sal de aquí! (la interrumpió severo, Victoria se quedó callada) sólo vas a conseguir castigarte más estando aquí (pero ella no se movió, no mostró siquiera el menor signo de que le hubiera oído) ¡Victoria!

Victoria: No. Vete tú si no te gusta (seria) aquí es donde me siento más unida a mi hija y aquí es donde voy a permanecer.

Santiago: ¿Esta todo bien? (preguntó llegando en ese momento a la habitación)

Ángel: ¡Desaparece, Santiago! (dijo con voz firme)

Aquella respuesta revelaba claramente la lucha que libraba Ángel en su interior. Santiago se alejó haciendo una mueca y Ángel entró en la habitación quitándose de delante de la luz. Entonces pudo apreciar que las paredes estaban pintadas de rosa, como la alfombra y las cortinas, y que había cuadros y estanterías con juguetes. Su rostro se tensó. Se dirigió hacia la ventana y estuvo observando la noche, serena y oscura, con las manos en los bolsillos de los pantalones. Victoria lo miró. Contempló al hombre cuyo cuerpo, delgado y esbelto, conoció en otra época casi mejor que el suyo. Un hombre al que, entonces, adoraba mirar, sentir su calor con aquel sexto sentido oculto que residía en lo más profundo de su interior, sabiendo que él era suyo. Un hombre... tan especial. Suyo, se dijo. Tan inequívocamente como ella le había pertenecido a él. Tenía ocho años más que ella y eso por lo general resultaba patente. A él le gustaba, recordó, igual que le gustaba lo opuestos que eran. Si él era moreno ella era rubia, si él se mostraba duro ella era blanda, si él, con su experiencia mundana, resultaba un cínico en algunas ocasiones, ella era tan inocente e ingenua como un bebé. Eran los opuestos. Él alto, moreno, sofisticado y con una madurez fría reflejada en las líneas de su rostro. Ella pequeña, rubia y delicada, con una juventud y una timidez natural que la hacían vulnerable y por tanto despertaban su instinto masculino de protección.

FRUTO DE LA TRAICIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora