Ángel: Y sin embargo tú siempre utilizabas esa palabra para describirme (le recordó en voz baja) te acostabas desnuda sobre mí con tu adorable cabello acariciándome los hombros y tus brazos sobre mi pecho, me mirabas a los ojos y me decías con solemnidad: «Eres tan bello, Ángel».
Victoria: ¡Basta! (seria)
Exclamó cerrando los ojos para no ver la imagen que él estaba evocando. No obstante, por mucho que quisiera cerrarlos, la escena se repetía en su memoria. Bellos cabellos... Podía escucharse a sí misma decir aquellas palabras con aquel tono de voz de adoración, suave y lento, mientras lo acariciaba: bella nariz, bella boca, bella piel... Él, por lo general, se quedaba escuchando cada una de sus tímidas y serias palabras con una enorme atención para que ella se diera cuenta de que aquel momento, aquellas frases, le llegaban a lo más hondo de su ser. «Tienes unos bellos hombros», decía mientras sus dedos los dibujaban y se deslizaban luego por las curvas de sus músculos. «Un pecho bello...» Dejó escapar un suspiro humedeciéndose con la lengua los labios de pronto secos. Sabía qué iba a imaginar después su mente: ella inclinaría la cabeza y capturaría con los labios uno de sus hermosos, morenos y masculinos pezones... Y su respuesta sería la de un hombre fuera de sí. Sus ojos se oscurecerían y sus pulmones dejarían escapar el aliento con un gemido. Con un movimiento rápido y seguro, puramente masculino, levantaría las piernas para rodearle con ellas las caderas y arrastrarla por la cama poniéndose encima hasta que...
Ángel: ¿Le susurraste esas mismas palabras dulces y evocadoras a tu amante?
Aquella pregunta desagradable la hizo abrir los ojos de repente volviendo a la cruda realidad. Él levantó las manos y las puso sobre sus hombros haciéndola darse la vuelta y enfrentarse a él.
Ángel: ¿Tuvieron en él el mismo efecto que solían tener en mí?
Ella sacudió la cabeza, incapaz de contestar, pálida y atemorizada. Respiró una sola vez llenando los pulmones de aire asustada ante la cólera y los celos que veía reflejados en su rostro duro.
Ángel: ¿Tienes idea de lo que he pasado imaginándote acostada al lado de él diciéndole esas palabras? Yo te amaba, ¡maldita sea! (bufo) Besaba la tierra que tú pisabas. ¡Eras mía, mía! (gritó sacudiéndola) fui yo quien te encontró, fui yo quien te despertó. ¡Ese cuerpo y esas palabras eran mías!
Victoria: ¡Nunca se los di a nadie más! (gritó)
Ángel: ¡Mentirosa! (respiró inclinando los labios para posarlos sobre los de ella)
Era un castigo. No pretendía hacer otra cosa besándola más que castigarla, sus labios se aplastaban contra los de ella, cerrados contra los dientes apretados, hasta que por fin ella cedió a la presión y abrió la boca. Desde ese momento aquel beso se convirtió en un castigo y en una revelación. Pero en una revelación terrible, porque en el instante en que sus lenguas se encontraron el tiempo dejó de existir, el presente dejó de existir y ella se sintió viviendo de nuevo tres años atrás, cuando ese hombre era el rey supremo de su mundo, recordaba su fragancia, su sabor, su contacto, su textura... Textura. La textura de esos labios coléricos forzándola a abrir los suyos, la textura de esa lengua húmeda deslizándose por la suya, la textura de esas mejillas tersas rozando las suyas, la sensación de ese aliento mezclándose con el de ella, el sonido sensual de esos jadeos mientras ella se rendía y enterraba los dedos en su cabello atrayéndolo hacia sí, más cerca, hambrienta, sedienta de algo de lo que no sabía que lo estuviera hasta ese increíble, espectacular y ardiente momento. Cuando él por fin la soltó, ella no pudo hacer nada más que dejarse caer sobre el banco a sus espaldas, incapaz de reaccionar, intentando calmarse y recapacitar. El aire en el cobertizo era caliente y húmedo, el sol pegaba sobre el tejado haciendo que todo oliera a madera y a tierra, él estaba a un solo paso de ella, respirando muy fuerte y con el cuerpo en tensión, aún podía palparse la violencia a su alrededor, la amenaza. Pero entonces sonó un teléfono rompiendo aquella atmósfera como si fuera de cristal. Él llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó un teléfono móvil.
Ángel: Bien (dijo después de estar escuchando un momento) voy para allá (colgó)
Victoria: ¿Qué ocurre? (preguntó alarmada poniéndose en pie)
Él no contestó. Se dio la vuelta sin siquiera mirarla y salió del cobertizo. Entonces Victoria estalló:
Victoria: ¡No te atrevas a tratarme como si yo no contara para nada! ¡Es mi hija! Entiendes ¡mi hija! (le recalco) ¡Si esa llamada era para decirte que se han puesto en contacto otra vez contigo tengo derecho a saberlo!
Ángel: Se han puesto en contacto conmigo otra vez (contestó encogiéndose de hombros y marchándose sin mirar atrás)
El sol brillaba en el jardín mientras ella lo seguía con la mirada. Quieta, temblando, con deseó arrojarle algo, gritar, romper algo.
Victoria: ¡Eres un canalla! (murmuró ofendida) un ser cruel e inhumano (continuó mientras las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos) ¿Por qué tienes que ser tan insensible? ¿Por qué siempre tienes que ser tan insensible? (sollozo)
Victoria se dirigió hacia la casa y logró serenarse sentándose frente a la puerta del despacho. Él la abrió unos minutos más tarde. Ella parecía una escolar con sus enormes ojos abiertos esperando muy formal en una silla como si alguien le hubiera dicho que lo hiciera hasta que saliera el director, pero su boca no era la de una niña, era la boca de una mujer, llena, sensual. La boca de una mujer a la que acababan de besar violentamente. Nada más verlo se puso en pie.
Victoria: ¿Y bien? (curiosa)
Ángel: Nada (contestó sacudiendo la cabeza) ha sido una falsa alarma, una trampa
Victoria: ¿Una trampa? (repitió incrédula)
Ángel: Sí, ya nos han tendido trampas antes (le conto)
Victoria inclinó la cabeza preguntándose cómo era posible que alguien intentara aprovecharse del sufrimiento de otros seres humanos, pero no dijo una sola palabra más. Sencillamente, se alejó y subió las escaleras con la espalda recta y la cabeza bien alta. Sola, como sólo una mujer que estuviera en su situación podía estarlo.
Santiago: Sube las escaleras como una princesa (comentó mirándola al lado de Ángel)
Aquel comentario era la chispa que hacía falta para hacer detonar la bomba de relojería que llevaba Ángel en su propio cuerpo. Se dio la vuelta y con los ojos soltando chispas de furia contestó:
Ángel: Vete al infierno (furioso)
Luego se dirigió al despacho y cerró la puerta.
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FRUTO DE LA TRAICION
RomanceVictoria y Ángel se enamoraron desde el primer momento en que se vieron, se casaron por que querían pasar el resto de sus vidas juntos, pero el padre de él no aceptaba el hecho de que su hijo se hubiera casado con Victoria, así que para separarlos i...