3. Liam Lodge

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—¿Estás bien?—Ardian me observó con preocupación cuando estuvimos a solas en el coche.

—Sí, no te preocupes—asentí poniéndome el cinturón de seguridad.

—¿Les vas a presentar?—cuestionó.

—Ojalá y cuando regresemos ya se hayan marchado—gruñí.

—Deberías hablar con él.

—Y tú deberías dejar de presionarme tanto—gruñí frotando mis manos con frustración.

—Perdón—murmuró centrando su atención en la carretera que se extendía ante nosotros.

Enseguida me sentí mal. No era justo que Ardian siempre tenga que aguantar mi mal humor y mis ganas de matar a Cavalier.

—Yo soy la que debe pedir disculpas; perdón, últimamente estoy perdiendo los estribos y no es justo que lo pague contigo, perdóname.

—No te preocupes—me dedicó una leve sonrisa triste.

Me sentí bastante mal, porque lo cierto es que siempre que estamos juntos jamás fue capaz de sonreír por alegría, es como si le fuera imposible hacer tal cosa.

—Jamás te lo pregunté, pero, ¿cómo te sientes siendo letal?—cuestionó rompiendo el hielo.

—Puedo crearle ilusiones a la gente, créeme eso es lo único magnífico de mis habilidades—murmuré.

—¿Llegaste a crearle ilusiones a alguien?

—Sí—asentí—a una profesora de Liam.

—¿Por qué?—frunció el ceño con confusión.

—Porque a Liam le caía mal—me encogí de hombros.

—¿Y que hiciste?

—Hice que se cambiara de centro.

Ardian me observó sorprendido a través del espejo retrovisor y después soltó una carcajada.

—Eres increíble, en serio.

—Lo sé—asentí echándome el pelo hacia atrás—. Soy Evelyn Lodge después de todo.

Él puso los ojos en blanco deteniendo el coche delante del instituto.

—Aún faltan unos quince minutos para que salga—musitó apoyando sus antebrazos en el volante—salimos bastante temprano.

—Quería escaparme de ahí—admití quitándome el cinturón de seguridad.

—Lo noté—confirmó—por eso salí antes que tú.

—Pues no me hace gracia que no me hayas avisado, ¿sabes?

—No es culpa mía que tú aún estuvieras sumergida en una pelea con Cavalier donde solo pensabas en que argumentos sarcásticos soltar para ganar la pelea.

—Valió la pena.

—¿Al menos ganaste la discusión?

—Nop—negué riendo—pero la última palabra fue mía.

—Muy bien, vas aprendiendo—chocó los cinco conmigo.

—Suenas incluso orgulloso de mí.

Él se giró hacia mí y esbozó una pequeña sonrisa.

—Lo estoy.

No supe que contestar y agradecí ver a un grupo de adolescentes salir por las puertas del instituto.

—Voy a bajar, necesito hablar con él.

—Bien, yo os espero aquí.

—Puedes venir si quieres.

Un Beso LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora