15. Together

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Regresamos a casa sobre las diez de la noche, con un Aiden más energético que nunca y un Levy mirando alrededor con preocupación.

—Siéntete como en casa, Raeken—le dijo Carter nada más abrió la puerta de la mansión.

—Gracias—murmuró el castaño aún con el ceño fruncido.

—Yo te acompaño a la habitación de invitados—comenté tomando su brazo.

—Nosotros haremos la cena—Chase se señaló a si mismo y seguido de eso señaló a Carter quien puso los ojos en blanco pero aceptó.

—Y yo…—Jayden observó a Aiden quien esbozó una sonrisa—. A mí no me vais a dejar con el hiperactivo, eh.

—Pues que mala suerte, eres el último que queda—le sonreí.

—¿Me estas insultando, enano?—Aiden observó con el ceño fruncido a Jayden.

—Es que hoy ya me cansé de ti—confesó el menor—. No te paras quieto y no te callas ni un segundo.

—Al menos es honesto—contesté por Jayden.

—Genial, dos contra uno—Aiden se sentó en un sofá y frunció los labios—uno que de hecho está herido.

—Estas a la perfección, Aiden.

—Tengo una herida que me atraviesa todo el abdomen, ¿te parece eso poco?

—Siendo tú—asentí—sí que me parece poco.

—¡Me duele!

—Vámonos—tiré del brazo de Levy hacia las escaleras dejando detrás de mí a ambos pelinegros que no hacían más que quejarse.

—Gracias por dejar que me quede.

—Yo no hice nada—me encogí de hombros—. Mereces estar aquí con nosotros porque eres parte del grupo y nosotros somos tu familia.

—Gracias.

—No tienes porque darme las gracias, Levy—aseguré—todo está bien y lo importante es que vuelves a estar aquí con nosotros.

—Gracias…

Le miré irritada y abrí la puerta de la habitación que será suya.

—No me mires así, no sé que más decirte.

—Con el tiempo te volviste más callado, Raeken. No me gusta esta versión de ti.

—¿Qué versión?

—La versión callada—bufé—. Puedes descansar mientras Carter y Chase preparan la cena.

—¿Confías en Chase cocinando?

—No, pero es mejor que verme a mí cocinando o a Aiden.

—Porque la cocina se quemará en cuestión de segundos.

Enaque una ceja y le observé con seriedad fingida.

—No es gracioso jugar con mis inseguridades—negué cruzando mis brazos a la altura de mi pecho.

—¿Desde cuándo no saber cocinar es una inseguridad para ti?

—Desde ahora—contesté—. Descansa un rato, se te nota el cansancio.

—Será porque no dormí.

—Duerme entonces, te despierto yo para cenar.

—No me apetece comer.

—Si que vas a comer.

—No.

—Sí—con aquello cerré la puerta dejándolo con una mueca de desagrado.

Un Beso LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora