10. Renegade

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—¿Familiares de Andrew Russell?

Jayden y yo alzamos la mirada de inmediato.

—Yo soy su mejor amiga y él su novio.

El doctor nos observó con desconfianza.

—No tiene padres y su hermana no está aquí—explicó Jayden con una mueca.

—Esta bien—el doctor nos observaba aún con desconfianza pero suspiro.

—¿Qué tiene?

—Varias costillas rotas, un brazo roto y una fisura en el cuello.

Jayden apretó la mandíbula.

—¿Cuándo puede salir?

—Esta noche debe estar bajo nuestra supervisión y ya mañana le daremos el alta.

—¿Puedo pasar a verle?

—Cuando le trasladen a una habitación normal—contestó el doctor.

—¿Y cuando será eso?

—Dentro de poco, ya te avisaremos nosotros—aseguró.

Sus ojos viajaron hacia mi y me observó detalladamente. Su cabello era negro azabache aunque surcado con un poco de canas, ojos grises y muy alto. No parecía sobrepasar los treinta y tantos años.

—Doctor, Lodge—alguien le llamó desde recepción causando que deje de mirarme.

—Ahora si me disculpan debo irme—se despidió con un asentimiento de cabeza y nada más desapareció Jayden se giró hacia mi, como leyéndome la mente.

—¿Acaba de decir Lodge?—Jayden me observó detenidamente.

—Sí.

—¿Será...?

—No, cállate—negué observando al hombre alejarse.

—Esta bien—asintió tirando de mi brazo hacia atrás y obligándome a sentarme en una silla.

—Andrew está vivo—sonreí.

—Esta vivo—asintió esbozando una sonrisa.

Pasó media hora y fue cuando nos avisaron que ya le trasladaron a una habitación normal y ya podíamos verle.

—Ve tu—indiqué sentándome en una silla y sacando mi móvil—. Voy a avisar a Carter de que ya despertó.

—Esta bien—asintió entrando en la habitación.

Marque el número de Carter, quien al segundo tono contestó la llamada.

—Dime, ¿Qué sucedió?—cuestionó de inmediato.

—Despertó y ya está en una habitación normal.

—Eso es bueno, nosotros estaremos en unas horas ahí—indicó—¿Cuando le dan el alta?

—Mañana por la mañana—contesté moviendo repetidas veces mi rodilla.

—Esta bien, nos vemos en un rato.

—Nos vemos—susurré, cortando la llamada.

Pasaron los minutos y seguía observando en silencio la puerta azul cerrada, tras la cual se encontraba mi mejor amigo en una camilla de hospital donde jamás quise verlo. Donde ambos prometimos jamás encontrarnos desde que estuve ahí a los 14 años.

Jayden abrió la puerta y me miró con seriedad.

—O pasas a verle y hablar con él o te dejo parapléjica.

Aquello me sacó una carcajada al ver su seriedad.

—Vale—me puse de pie—. Gracias, pelinegro estúpido.

Un Beso LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora