El bebé

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Las semanas pasaron y evidentemente después de esas confesiones, Ovidio y yo nos hicimos más cercanos. 

De vez en cuando pasábamos tiempo juntos y no faltaba uno que otro beso. Incluso se había vuelto a repetir ese encuentro.

Según nosotros, nadie sospechaba de lo nuestro. Aunque a veces yo creía que Sera ya se empezaba a dar cuenta.

La razón de por qué no le decíamos ni demostrábamos nada a nadie aún, era porque primero queríamos ver si podía funcionar sin sentir presión de ningún lado. Sobre todo, por cómo era Ismael conmigo.

De ahí en fuera, todo estaba más que perfecto.

— Está bien chula la condenada, Ttita. Ya quiero que la veas. — habló con mucha ilusión. 

— ¿Y dónde está?. — pregunté bajando las escaleras.

— Afuera. Ya le dio el visto bueno mi apá, el Isma y el Vicente. Y también el ratón, ahí andaba de metichillo. 

Reí. — ¿Ahí está Ovidio?. 

— Sipi. Está esperando al Chino que no ha llegado de ver a su chamaca. — explicó. 

— Oyee, no seas grosero. 

— Es de cariño, pues. 

Cuando salimos, a unos cuantos metros estaban los cuatro hombres mirando la moto de Sera. Honestamente si se veía padre.

Me tomó de la mano y corrió hacia donde estaba

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Me tomó de la mano y corrió hacia donde estaba.

— Mira, mira... Escucha cómo truena. — aceleró la moto haciéndola escuchar — Ay, ya quiero que sea la semana de la moto. — dijo emocionado. 

— Está muy padre, Sera. Felicidades.

— Wey, pero tu ni sabes andar en bici. — dijo Vicente.

— A que sí... Ya aprendí. — dijo poniéndose el casco y los guantes — Ándale, Ttita. Súbete. 

— Yo creo qué... — dije riendo nerviosa. 

— Súbete. — ordenó Sera.

— Dejen les tomo una foto. — dijo Ismael sacando su celular — A ver, mijo. ¿Cómo se le mueve aquí la camarita?. 

Algo nerviosa me subí con Serafín a la moto. Nunca me habían gustado, o bueno, no me había gustado subirme en una, me daban algo de miedo por lo peligrosas que podían llegar a ser.

— Sonrían... — canturreó Vicente tomándonos la foto.

Tomada la foto, Sera aceleró para empezar avanzar.


NARRADOR OMNISCIENTE

Serafín partió haciendo camino por todo el lugar, ya que el rancho era demasiado grande. 

Hubo momentos en que aceleraba más fuerte haciéndole sentir adrenalina a Marietta, quién sólo sonreía mientras se divertía. Realmente no estaba tan mal, como pensaba.

Burlaba a los espectadores pasándoles la moto a un lado, muy cerca de ellos. 

Cuando ya estaba por dar la última vuelta, pasó por unos escalones que iban en vereda hacia abajo.

Pero mala idea.

La mitad de la llanta de la moto había quedado justo en la orilla de un escalón, haciendo que esta se ladeara y por el peso, perdieran el equilibrio.

Cayeron del otro lado y rodaron un poco hacia abajo. Serafín afortunadamente había caído sobre el pasto haciéndose solo unos raspones en la cara y brazos, pero Marietta no. 

Para su suerte, al ir ella atrás y sin casco cayó sobre los escalones de piedra y concreto, golpeándose la cabeza y abriéndose una herida del lado izquierdo superior de su frente.

Todos los que presenciaron aquel pequeño accidente corrieron inmediatamente a dónde los dos hermanos se habían caído.

Ninguno fue dónde cayó Serafín, pues al ver que él se sentó asustado volteando a ver a su hermana, supieron que está bien. Pero en cambio ella no se movió.

— Princesa. ¿Estás bien?. — preguntó Ismael sumamente preocupado. 

— Ey, ey. Abre los ojos. — Vicente golpeó levemente las mejillas de Marietta para que reaccionara. 

— Marieta... Despierta. — la llamó su enamorado.

Pero aún no reaccionaba. 

— Llámenle a un doctor. Yaa. Rápido. — ordenó Ismael, y su hijo Isma lo obedeció. 

— ¿Cómo está?. ¿Está bien?. — preguntó Serafín algo asustado, pues se sentía culpable.

Pero no le contestaron. Pues ni ellos sabían.

Vicente ni siquiera preguntó y dijo nada, cargó a su hermana y la llevó adentro de la casa, precisamente a su habitación. 

...

— Ya, apá. Cálmese. Mejor siéntese. Verá que van a estar bien. — lo animó — Serafín no tarda en salir. También lo están curando.

— Es que ya llevan mucho adentro, Vicente. ¿Y si le pasó algo más a la niña?. — se podía notar la desesperación en su voz. Se estaba mordiendo las uñas.

— No diga eso. Toda va a estar bien. — dijo Isma. 

— ¿Cómo está?. ¿Ya despertó?. — preguntaron Midiam y Mónica al llegar. 

— Nadie ha salido. — respondió Ovidio. 

— Ay, Dios... — susurró Midiam. 

En eso la puerta de la habitación de Marietta se abrió, y de ahí salió Serafín con el semblante serio. 

O bueno, es que casi nunca lo habían visto así.

— ¿Cómo está?. — preguntó inmediatamente Ismael. 

— Ella y el bebé están bien. — dijo Serafín.



Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora