Ladrona

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— Feliz cumpleaños. — lo abracé.

— Gracias mi niña. — sonrió.

— Mira, toma. — le di el ramo — No sabía qué regalarte, porque no sabía tus gustos. Pero, unas rosas nunca fallan. — le devolví la sonrisa.

— No hacía falta, Mariettita. Sabes que, con tenerte aquí de nuevo con nosotros, es más que suficiente. Ya no puedo pedir más. 

Asentí lento. — Gracias. 

— A ti. Mira, ven. — me tomó de la mano llevándome a otro lugar cerca — Quiero que conozcas a alguien importante para nosotros. Pero también lo puede ser para ti.  

Llegamos a unas cuantas mesas a lado y de esta volteó un señor de bigotito, que extrañamente se me hacía conocido.

— ¡Compadre!. 

— Mire, compadre. Ella es mi princesa. Mariettita. 

— Igual de chula que la madre. — sonrió — Un gusto volver a verla, jovencita. Joaquín Guzmán, para lo que se le ofrezca. 

— Mi compadre Chapo es tu padrino de bautizo, mi niña. — dijo Ismael. 

¡Seas, mamón!

Con razón se me hacía conocido. ¿Qué hacía un narcotraficante en la fiesta de Ismael?, ¿Pues en dónde estoy metida?.

— Mucho gusto, señor. — traté de sonreírle. 

— Mira, ellos son mi familia. Su familia. — señaló al grupo de personas que estaban en la mesa con él — Ella es mi esposa Alejandrina, mi hija que se llama igual que su madre. Mis hijos Iván, Alfredo, Édgar. — quienes levantaron la mano haciendo seña de amor y paz.

— Hola. Buenas noches. — dije tímida dándoles la mano a cada uno. 

— Y... Falta Ovidio y Grisel, pero... ¿Todavía no llegan?.

— Ya casi. A penas vienen en el kilómetro doce. — respondió Édgar. 

— No te preocupes, yo de rato te los mando para que se presenten. — bromeó.

Sólo le sonreí.

— Bueno, nos retiramos. Iré a seguir recibiendo a los demás invitados. 

— 'Ta bueno, compadre. Al rato lo alcanzo, quiero platicar con usted unos pendientes. 

— No asuste. — bromeó Ismael.

— Nomás lo que es. 

Cuando nos retiramos de con ellos. Efectivamente Ismael fue con sus otros invitados y yo me quedé un rato con Midiam y su familia.

...

Eran aproximadamente la una de la mañana. Ya era algo tarde, pero a pesar de eso no tenía sueño, pero si estaba algo cansada. 

Estuve haciéndole bola y porra a Serafín mientras sacaba sus mejores y prohibidos pasos. Sé que también le había dado mi palabra, pero necesitaba un respiro y descansar un poco.

Hubo un momento donde me le escapé y me fui perdiendo entre la gente. Cuando llegué a cerca de la puerta, tomé una botella de agua de una hielera que estaba ahí y me metí a la sala. 

Decidí no prender aún ninguna luz, a pesar de que realmente estaba algo oscuro. Aunque en realidad, la luz de la luna alumbraba poco, pero lo suficiente para estar ahí y pasar desapercibida.

Me senté en la sala quitándome las zapatillas que traía puestas. Me dolían un poco los pies, a pesar de que casi la mayoría del tiempo estuve sentada, pero la verdad es que no estaba acostumbrada a usarlos.

Bebí un poco de agua y cuando terminé, la dejé en la mesa que estaba enfrente

— ¿Aburrida?. — me sobresalte al escuchar una voz masculina.

Aun con la luz apagada, busqué al dueño de la voz por toda la sala. Pero no había ningún movimiento 

— ¿La asusté?. — dijo con burla. 

— No. — tardé en contestarle. 

— ¿Entonces por qué brincó?. 

Traté de recordar si había una luz cerca de donde estaba, pero el dueño de la voz pareció adivinar mis pensamientos. 

Pues cuando la luz se encendió, él estaba cerca de la chimenea con la mano en el switch y la otra con un vaso en la mano. En pocos segundos pude examinarlo perfectamente. Traía puesto un pantalón de vestir azul marino, camisa blanca y zapatos de vestir. 

Honestamente se miraba MUY bien.

— ¿Hola?. —dije dudosa. 

— Hola. — respondió aun mirándome de arriba abajo, aunque lo hacía muy imperceptible.  

Me quedé unos segundos en silencio, al igual que él.

— ¿Qué haces aquí?. — pregunté. 

— Vine a la fiesta. — dijo sin importancia — ¿Usted?. 

— ¿Yo?.

Asintió. — Sí... ¿De quién eres dama de compañía?. — fruncí mi ceño ante su pregunta, y él pareció entenderlo — Me refiero a que, nunca la había visto por aquí. Y supongo que viene con alguien de los invitados. ¿No es así?.

— De hecho... — iba a decir algo, pero la voz de Serafín se escuchó dentro.

— ¡Aquí estás, pequeña saltamontes!... Vamos a bailar, ándale. — empezó tirarme del brazo — Que ya pusieron las canciones cholas, y quiero aventarme los pasitos de medio metro.

— Qué... — dije divertida.

— Sirve y me gritas. Puro cabeceo, puro cabeceo, ¡Aahh, medio metro!. — dijo mientras hacía un baile raro.

Siguió empujándome del brazo, hasta que se dio la vuelta y vio al tipo que estaba conmigo hace unos segundos hablando.

— Qué onda, Rata. ¿Qué anda haciendo aquí?.

— Aquí nomás, compa. Cuidando que la señorita no le robe la casa. — al final mostró una sonrisa. Una bonita sonrisa.

Pero me había ofendido el cabrón.

— Ay, no. Si serás... — empezó a moverse exageradamente negando — Cómo se va a robar algo de la casa, si mi carnala vive aquí.

Vi que abrió ligeramente sus ojos y boca algo sorprendido. Pero cuando caí en cuenta que Serafín me había llamado carnala, y arrugué mi entrecejo haciendo gestos.

— ¿Tu hermana?. — me miró aún sorprendido — ¿Ella es Marietta?.

— Siii. ¿A poco no la habías visto?. — me abrazó — 'Ta bien bonita, 'eda. 

— Eso sí. — susurró.



Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora