Escucha

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— No. — dije negando — Está confundido. Yo me llamo Gabriela. Me está confundiendo con alguien más.

— ¿Ga... Gabriela?... — preguntó mientras sorbía su nariz y limpiaba algunas lágrimas — No, mi niña. Yo sé que tú eres mi pedacito de cielo. Pedacito que me quitaron hace dieciséis años.

— Déjeme ir. — insistí.

— No quiero volver a perderte.

— Está equivocado.

Negó. — El cab... — suspiró — Quiénes dijeron ser tus padres todo este tiempo, no lo son. Te arrancaron de mi lado cuando eras una bebé... Mi bebé. — sonrió triste.

— No es cierto.

— Qué necesitas para que me creas, mi niña. ¿Pruebas?. — preguntó desesperado.

— Que me deje ir, por favor.

— Mariettita...

— No me diga así. Porque yo no me llamó Marietta, señor. — escupí casi gritando.

La puerta de la habitación se abrió, dejando ver de nuevo, al mismo hombre que había entrado con el señor de bigote.

— Sólo déjame explicarte cómo sucedieron las cosas, mi amor. — volvió a hablar.

— Apá... — dijo el tipo.

Cerré los ojos dejando salir mis lágrimas.

— No, mijo. Deja que le diga la verdad. — escuché la voz del señor.

— Deje que se calme la plebe, apá. La plebe todavía sigue en shock.

Fue lo última vez que escuché sus voces en ese rato. Sólo oí los pasos que se iban alejando, para después escuchar la puerta cerrarse.

Abrí los ojos a cerciorándome que se habían ido. Y lo confirmé cuando no los vi dentro.

Nuevamente deje mi llanto se hiciera presente. Sólo quería que esta pesadilla parara.

...

Realmente no sabía cuánto tiempo había pasado desde el encuentro con los dos hombres.

Después de haber llorado un buen rato, me había quedado dormida. Cuando me desperté, me tomé el atrevimiento de "husmear" en ella.

Sólo había cosas básicas en cuestión de cuidado personal y ropa. Había blusas y camisas con colores neutros, mezclilla, pants, y vestidos sencillos; que por lo que veía, eran de casi mi talla. Pero nada de todo eso era algo extravagante.

Por lo pronto me encontraba sentada en el piso, abrazando mis piernas, con la espalda recargada en la esquina de la cama, mientras contemplaba el atardecer por la ventana. Y por la puesta del sol, pareciera ser las seis o siete de la tarde, aproximadamente.

Mi estómago reclamaba comida. La verdad no había ni siquiera desayunado, mucho menos comido. Todo esto estaba mal. Sabía que tenía que hacerlo pronto, si no quería volver a pasar por lo mismo. Pero tampoco podía confiar en ese señor.

Suspiré haciendo mi agarre más fuerte, recargando la cabeza en mis rodillas. Los tres toquidos suaves en la puerta, me hicieron pegar un brinquito y ponerme alerta.

— Marietta... ¿Estás ahí?. — la voz ya la podía reconocer. Pero no respondí.

Nuevamente volvió a tocar tres veces, y seguido, abrió la puerta.

— Marie... — escuché sus pasos apresurados que iban hacia alguna dirección de la habitación, y luego como abrió la puerta del baño metiéndose en él — Marietta. — una vez más sus pasos se escuchaban en la habitación, pero se detuvieron al verme sentada mirando la ventana — Aquí estás. — dijo en un suspiro.

No le respondí nada. Sólo lo miré unos segundos, y volví a recostar mi cabeza sobre mis rodillas.

Volvió a soltar un suspiro pesado y escuché que caminó hacia la puerta y la cerró. Pensé que se había ido, pero eso se fue cuando lo escuché que otra vez caminó hacia donde estaba, y se sentó a mi lado.

— Plebe. Escucha... — habló después de unos segundos — Entiendo que tengas miedo, pero sólo quiero decirte que confíes en nosotros. No podríamos hacerte daño, esa jamás sería nuestras intenciones. Lo que te dijo mi apá, es cierto. — dijo, pero no le respondí, ni siquiera lo volteé a ver — Sé que la manera en que te trajimos no fue la correcta, pero era la única forma de volverte a ver.

— ¿Por qué?. — volteé a verlo, y le pregunté de una manera dura.

Al parecer mi actitud pareció tomarlo por sorpresa. Pues sus ojos se abrieron levemente, y carraspeó su garganta.

— Porqué... — suspiró — Primero que nada. Yo, me llamo Vicente. Soy tu... tu hermano. Probablemente para ti no tiene lógica per... — lo interrumpí.

— Es que no la tiene. ¿Por qué estoy aquí?. — dije sin bajarle la mirada.

— ¿Realmente quieres saber por qué estás aquí?.

— Es lo que he querido saber, desde que me subieron a esa puta camioneta. — dije seca.

— Sólo prométeme, que te quedarás callada. Y dejarás que mi apá termine de hablar. — no respondí — Por favor... — reprochó.

Asentí levemente. No me quedaba de otra, pues sólo quería que acabara esta pesadilla.

Se levantó de su lugar, yendo hacia la puerta y salir de la habitación. Me quedé meditando sobre la situación, y no miento. No pasaron ni siquiera dos minutos desde que se había ido. Cuando nuevamente tocó y abrió la puerta. Pero esta vez quién entró primero, fue el señor. Ismael, creo así se llama.

Cuando ambos se encontraban ya adentro. Me puse de pie y me quedé en el mismo lugar, viéndolos fijamente.

Vicente nos veía a mi e Ismael con una cara, que podría decir, era de preocupación. Mientras que él sólo me veía con una sonrisa triste.

Me armé de valor, y hablé.

— Lo escucho. 

Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora