Una más

2.1K 206 41
                                    

Caminé molesta por el pasillo hasta llegar a las escaleras y bajar. Pero al cruzar la parte de la sala con el comedor, ahí estaba Ovidio sentado de espaldas en el minibar con un caballito en la mano.

Sabía que era él, pues era evidente la ropa que traía puesta e inconfundible el aroma de su perfume.

Entonces me acerqué a despedirme de él.

— Amor, ahora si ya me voy. Te veo mañana, mi Ratoncito hermoso. — lo abracé por encima de los hombros y besé su mejilla.

Pero lo que me sorprendió fue que, con su brazo y codo me empujó atrás.

— ¿Qué?. — pregunté sin entender.

— ¿Te divertiste?. — preguntó sin voltear a verme.

— ¿En la fiesta?... Sí, claro. Estuvo gen... — me interrumpió.

— No te hagas la tonta, Marietta. — volteó a verme con un semblante duro y serio — Te acabo de ver.

— ¿De ver?... No te entiendo, amo...

— ¿También te andas tirando a mi primo?, ¿A Elian?. — escupió con coraje.

Me había dejado muda. No pensé que se fuera a enterar de eso así, y que se pondría de esta manera.

— No es lo que tú crees. — empezó a carcajearse — Él me besó, yo no...

— Siii, claro. Cómo no... — dijo sarcástico — Y qué... ¿También le vas abrir las piernas como lo hiciste conmigo aquella vez en el carro?. ¿No recuerdas cómo empezó eso?.

Sentía mis ojos humedecerse.

— Ovidio... Noo. No digas eso. — mi voz era temblorosa.

— Pero en fin... Una más, una menos... Viejas hay un chingo. — me vio de arriba abajo con el ceño fruncido.

Hasta parecía que le daba asco.

— Es que esto no es así. Yo no soy así, por favor... Deja que te lo explique. — a este punto sólo eran lágrimas tras lágrimas en mi rostro.

— No te hagas, Marietta. Todas son iguales. ¿A poco crees que por ser hija de mi padrino me vas a traer como tú pendejo?. — negó riendo sin gracia — No.

— Es que no me has dejado explicarte. Yo no lo besé, él.... — traté de abrazarlo, pero quitó mis brazos rápidamente.

— Ahórrate los cuentos baratos. No son necesarios. Con lo que vi tengo suficiente. — volteó a verme enojado — Pero eso si te digo. — me señaló con su índice — Qué si entre nosotros había algo, ya no. Se acabó, Marietta.

— Ovidio... Por favor. — mis lágrimas comenzaban a ser cada vez más.

— No llores... Que a una cualquiera no le queda hacerse la mustia. — dijo con burla tomando de su caballito.

Y automáticamente mi mano se estampó en su mejilla. Haciendo que su rostro se volteara ligeramente.

¿Cómo podía pensar eso de mí?.

— ¡¿Cómo puedes expresarte así de mí, si decías amarme?!.

— Pero ya no... Además, después de ver ahora en realidad como eres, puedo sacar conclusiones.

— Así de la noche a la mañana vas a cambiar de opinión. ¿De verdad eso es lo que piensas de mí?.

Me lastimaba como me veía.

— Es mejor que te largues por donde viniste,

Se retiró del bar y subió las escaleras, eso lo supe por los pesados pasos que daba en cada escalón.

Traté de calmarme lo más pronto posible.

No quería que nadie me viera así y mucho menos que me preguntaban que pasaba.

Me eché aire en los ojos regularizando mi respiración. Pero al escuchar la voz de Sera a lo lejos entré en pánico.

— Ttita ya vámonos. Ya todos están arriba, nada más faltamos tu y yo. — dijo llegando.

— Perdón es que... Me entró limón a los ojos y me arden. — dije frotando exageradamente mis ojos.

Seguramente se correría todo el maquillaje de esa área haciéndome ver como un mapache.

— ¿Agüita de agua de limón a estas horas?... Estás loquita, tú. — dijo divertido.

Reí para despistarla.

— Me iba a dar un shot.

— Ellaaa. Si quieres en la casa mejor. — dijo tomando mi mano — Que ya mi apá ya se quiere ir a descansar la rodilla que le duele. Se me hace que ya mero llueve, ha de ser la reuma.

— Bueno. Vamos.

Serafín literalmente me sacó arrastras, que ni tiempo me dio de despedirme bien de los demás, sólo les dije adiós con la mano. Y la verdad era lo mejor, no quería que notaran nada raro.

Aunque era seguro que de una manera u otra se iban a terminar enterando.

Cuando empezamos avanzar, vi con mucha melancolía la casa de Ovidio. Quería llorar en este preciso momento, pero no quería asustar a nadie. Menos a Ismael.

¿Realmente habíamos terminado?, ¿Iba a echar todo a la borda por una estupidez?.

Pero de lo que sí estaba segura es que necesitaba hablar con él, sólo era cuestión de darle su tiempo.

— ¿A cuánto me quedé de que nos vieran de la mano?. Tal vez yo me confié, canté victoria muy temprano. Y es que el panorama se miraba tan bonito, y así me enamoré, fui cayendo redondito. Y el dolor, ¿cómo diablos me lo quito?... — Serafín venía cantando justo esa canción con todo el sentimiento.

— Ya cállate, prieto. — le dijo Ismael.

— Ay, nomás dime cuánto me faltó... Para quedarme con tus besos, ¡ay, ay, ay!.

Después de eso Pancho quien era el que venía manejado, apagó el estero.

¡Mil gracias, Pancho!.

Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora