No es lo que parece

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Suspiré al recordar ese día.

Cuando devolví la vista al frente, recordando que estaba manejando. Al voltear atrás me di cuenta que ya había avanzado demasiado, pues la casa ya hasta se veía muy chiquita de lo lejos que estaba.

Todo por esta área se veía muy despejado, aunque se encontraran las dos grandes bodegas que a veces mencionaban Ismael y los chicos. Los había escuchado decir que aquí guardaban la materia prima y herramientas.

Bueno. Si pensaba pedir trabajo, pues por qué no empezarme a relacionar con él.

¿Pero si se molestaban por entrar sin permiso?.

No creo... De igual manera cómo se iba a enterar, si tenía desde muy temprano que había salido.

Me bajé de la cuatri, dejando el casco encima de ella. La primera bodega estaba con cadenas y candados puestos, era más que evidente que no era posible entrar.

Y para mi suerte, la segunda se encontraba semi abierta. Sin titubear abrí un poco más el gran portón y entre.

Sin cuidado caminé por el pasillo improvisado hecho por grandes cajas de plástico, cartón y rejillas de metal. Que lo único que iluminaba el lugar, eran los pequeños tragaluces esparcidos por el techo de la bodega.

Fuera de las enormes cajas, no había nada más interesante. De hecho, pensé en mejor regresarme, hasta que escuché un grito.

— Yaa. Por favor. — dijo una voz agonizante.

¡Pum!. Un sonido seco.

Creía que era momento de mejor retirarme, hasta que...

— ¡De quién chingados vienes parte!. — la voz de Vicente sonaba más que molesta.

— Ya les dije que no soy yo. La Boa les está mintiendo. — me asustaba con la desesperación que hablaba.

— Es mejor que hables de una vez. Igual los dos ya van para el mismo lado. — Ismael parecía paciente.

— Me quiere embarrar en cosas que yo nada que ver. Patrón, yo a usted siempre le he sido fiel.

Me acerqué a dónde supuse que podría tener una mejor vista, pero luego me arrepentí. Mejor no lo hubiera hecho.

La imagen del tipo de rodillas con múltiples golpes en su cuerpo y cara, mientras que el otro estaba inconsciente lleno de sangre tirado en el suelo, se instaló en mi cabeza.

Ismael estaba con un brazo cruzado y con en otro recargaba el peso de su cabeza, mientras lo miraba desde arriba. Cómo viéndolo con superioridad.

Por otro lado, estaba Isma a un lado de Vicente que traía una especie de navaja grande en su mano y el otro una pistola en mano, sin dejar de mencionar que los dos tenían sus prendas manchadas de lo que parecía sangre.

— Ya. Ya estuvo... — Isma lo tomó por el cuello de si camisa — Es tu última oportunidad. ¡Ya habla!.

El tipo parecía trabarse con sus palabras, el único sonido que emitía eran jadeos y su respiración agitada.

— ¿No vas hablar?. — lo retó Iván.

— ¡Ayúdeme muchacha!. — gritó viéndome — ¡Ayúdeme!.

Rápido las miradas sorprendidas de los cuatro se dirigieron hacia a mí.

— Mi vida... — dijo Ismael.

— Ma... Marietta. ¿Qué haces aquí?.

— Lo... Lo est... — empecé a tartamudear.

— No es lo que crees, Ttita.

— Ayúdeme.

— Corazón, ¿Qué haces aquí?. No deberías estar aquí. — Ismael comenzaba a avanzar hacia a mí mientras yo retrocedía.

— Lo mataron... — sollocé.

— No, amor. Sólo... Bueno, sí pero hay una explicación.

— ¡Ayúdeme, señorita!. — volvió a gritar el hombre.

— ¡Ya cállate!. — Isma le gritó y golpeó.

— Te lo podemos explicar, Ttita. — la voz de Vicente, parecía preocupada.

Aproveché que el ruido de objetos caerse los distrajo para huir.

— ¡Marietta!. — gritó Vicente.

Sin pensarlo me subí a la cuatrimoto y arranqué lo más rápido que pude manejar. Y en aproximadamente tres o cuatro minutos ya estaba adentro de la casa, pero mi plan era esconderme en la habitación.

...

Ya estaba un poco más tranquila que hace unas horas atrás.

Era evidente que Ismael, Vicente, Isma e Iván habían insistido en hablar conmigo, pero no quise. No podía verlos a la cara, no después de lo que acababa de ver. Hasta que finalmente se cansaron y se fueron de la puerta.

Varios golpes en la puerta resonaron en la habitación, pero los ignoré.

Hasta que escuché su voz.

— Ábreme por favor. Soy yo, Ovidio.

Y sin pensarlo me levanté abrirle la puerta. Cuando por fin lo tuve frente a frente, lo abracé.

— Ovidio... — mi voz salió cómo un quejido.

— Debes escucharlos, cariño. Están preocupados por ti.

Entonces recodé, que él trabaja con ellos.

— ¿A caso eres igual que ellos?.


Perdonen las faltas de ortografía 🥺

Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora