Marietta

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Escuchaba un sin fin de voces hablando al mismo tiempo fuera de la habitación. Que poco a poco se iban alejando, hasta que al final se escuchó un portazo, y estas dejaron de escucharse.

Desesperada trataba de zafarme, con lo que haya sido, que me habían amarrado las manos. Pero para mi suerte no podía ver nada, ni tenía idea de donde carajo estaba. Ni siquiera desde hace cuánto tiempo, había iniciado esta pesadilla.

Sólo recuerdo que me encontraba saliendo de la prepa, yendo de regreso camino a mi casa, cuando me empecé a sentir incómoda. Sabía que tenía que hacerle caso a mi sexto sentido.

De la nada llegaron dos tipos, o bueno, los que yo alcancé a ver, en una tipo pick up blanca. No tuve tiempo de reaccionar, por culpa del trance en el que había entrado.

Lo único que pude hacer fue empezar a patalear, rasguñar y gritar. Pero lo último fue en vano, pues me taparon la boca inmediatamente. De ahí, ya no recuerdo nada. Hasta hace algunos minutos que recuperé la conciencia, "despertando" en lo que podía sentir, que era una cama.

Empecé a dar saltos tratando de ponerme de pie. Nuevamente la suerte no estaba de mi lado. Sentí un golpe fuerte en toda mi espalda y cabeza.

Me había caído.

El sonido de la manija de la puerta me hizo ponerme alerta.

— Encárgate de desamarrarla, wey. — escuché la voz de un hombre, con un característico acento — Que, si el patrón ve que la tenemos así, nos cuelga cabrón. ¿Entiendes?

— Sí, Julito. — contestó otra persona. Con el mismo tono de voz.

Supongo que había sido él, quién me ayudó a sentarme en la cama de nuevo.

— Pero apúrate, wey. Que Kike dijo que el patrón venía como bala con el joven Vicente.

— Pues ayúdame, verga. Nada más estás ahí parado dando órdenes. — respondió.

Empecé a sentí como mis muñecas se sentían liberadas, y quitaban aquél saco negro de mi cabeza, haciendo que la luz que entraba por las enormes ventanas me cegara. Parpadeé un par de veces tratando de recuperar la visión, dejando ver todo a mi alrededor.

Realmente la habitación estaba muy linda; con una decoración minimalista y femenina, perfectamente equilibrado, a mi parecer. Por inercia me quité, lo que haya sido, con lo que me habían tapado la boca y lo aventé al piso.

Mi vista se posó en ambos tipos que estaban ahí. Y al ver que sobre sus caderas había un arma y radios colgando de una especie de cinto, me arrinconé en la cama alejándome de ellos.

— ¿Por qué me trajeron aquí?, ¿Quiénes son ustedes?. — pregunté abrazando mis rodillas en posición fetal.

— Tranquila señorita. Ahorita viene el patrón. — dijo uno de ellos — Él se lo va explicar.

¿Patrón?.

Qué demonios estaba pasando... ¿Y por qué a mí?.

— Déjenme ir, por favor. — supliqué — Prometo no decir nada a nadie. Pero déjenme ir. — no sabía en qué momento empezaron a salirme lágrimas.

Ambos se voltearon a ver. Pero el más alto de los dos me respondió.

— Eso no se puede señorita. Son órdenes del patrón. — dijo con algo de lástima.

Afuera de la habitación, se empezaron a escuchar muchos pasos apresurados, que después se detuvieron justo detrás de la puerta. El sonido, de lo que al parecer eran radios se cortaban, mientras otros hablaban.

La puerta de la habitación se abrió, dejando ver detrás de ella a dos tipos altos, uno más que el otro, y sin ignorar que también era el más joven de los dos.

Ambos rostros fijaron su mirada en mí, suavizando por completo su cara de angustia.

— Mi niña. — susurró el señor de bigote.

El más alto solo sonreía, mirándome igual que el señor. Podría jurar que en cualquier momento llorarían.

Poco a poco el señor a caminar hacia a mí. Pero cuando él daba un paso hacia adelante, yo retrocedía sobre la cama. Mi acción pareció tomarlo por sorpresa.

Ahora su rostro mostró decepción y tristeza.

— Apá. — soltó el joven.

— Déjenme ir, por favor. Yo no diré nada. — dije al borde del llanto — ¡Lo juro!.

— Mariettita. Mi niña. — noté que empezaban a salir lágrimas de sus ojos mientras trataba de sonreír — Cuánto tiempo, mi amor.

— Señor me está confundiendo. — me alejé cuando intentó acercar su mano a mi rostro — Déjeme ir, por favor.

— Déjenme sólo con ella, por favor. — volteó a verlos.

— Apá. Seg... — volvió a hablar el joven, pero lo interrumpió.

— Por favor, Vicente. — suspiró — Déjenme solo con ella.

Quién parecía ser Vicente sólo asintió, y salió después de los dos jóvenes que se encontraban adentro.

— Por favor no me haga nada, señor. — supliqué.

— No, claro que no. Nadie te va hacer daño, mi niña. — volvió acercar su mano poniéndome alerta, y me volví alejar — Mientras yo esté vivo, nadie te hará daño.

— ¿Por qué me tiene aquí?. ¿Quién es usted?.

— Soy Ismael Zambada... Soy tu papá, Marietta. 

Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora