Estás raro

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— Mire, amá. Ella es Ttita... Mariettita, pues. — llegó Serafín con una señora a lado que, por sus palabras, ahora sabía que era su mamá.

— Hola, mija. Buenas noches. — me saludó. 

— Buenas noches, señoraa... 

— Leticia. — sonrió — Me llamó Leticia Ortiz. Mamá de este changuito loquito. — dijo acariciando la barbilla de Sera.

Reí.

— Amáa. — reprochó. 

— Bueno, pues yo me llamo Marietta Zambada. Hermana de Serafín. — eso fue raro. 

— Lo sé. Si yo te conocí cuando estabas así de pequeñita. — hizo un ademán con las manos — De recién nacida, casi. Estabas muy chula de bebita... Bueno, todavía.

— Gracias. — dije toda sonrojada. 

— Qué bueno que ya estás aquí con la familia, jovencita. Todos te extrañaban tanto... — sonrió a medias — Vieras como se puso de contento mi chamaquito cuando supo que ya habías llegado. Nombre', se regresó casi luego, luego.

— Me imagino. — lo volteé a ver — Yo también lo quiero mucho.

— Ay... Ya. — sorbió su nariz de manera exagerada — Que voy a chillar.

— Bueno, mija. Sólo pasé a saludarte para conocerte. Voy a sentarme allá con los demás tíos de este muchacho. Te veo al rato.

— Sí, señora. Gracias y un gusto. — me "despedí" de ella y esperé a que Sera la llevara a su lugar, para volver a sentarme.

Por lo pronto me encontraba sola en la mesa. Vicente estaba platicando con los demás, Mónica andaba buscando a sus hijos, Mayelito andaba echando novia e Isma estaba con su esposa y familia; y Midiam andaba acompañando a Chayito a no sé dónde. 

Estaba sola.

Miraba un punto fijo en la mesa, y no es que estuviera aburrida. Simplemente no encontraba nada más que hacer, no conocía a nadie, o bueno, no lo suficiente para entablar una conversación amena. Y, además ¿De que?.

— ¿Por qué tan solita?. — susurró en mi oído. 

Con una enorme sonrisa volteé a verlo.

— Llegaste. 

— Ohh pues claro. No iba a desaprovechar la oportunidad de venir a verte. — dijo sentándose en la silla frente mío.

— Pero es cumpleaños de Sera.

— Ah, sí, sí. También al cumpleaños del cuñado. Qué no. — sonrió.

Me ponía nerviosa, la seguridad con la que hablaba. Era un poco diferente a cómo hablábamos anteriormente.

— ¿Y los demás?. Iván, Édgar, Alfredo... Tus hermanas. — pregunté.

— Ahí están. — les hizo una seña con la cabeza — Van saludando. 

— Bien, ahorita me acercaré yo con ellos. — asintió.

— Y tú... Por qué estás aquí sentada. Digo, es que no hay nadie de tus hermanas y hermanos. — empezó a jugar con mi mano, pasando sus dedos por mi dorso y entrelazándolos con los míos.

— Cada uno está con sus familias, o con la novia. — reí contagiándolo — E Ismael está adentro. Se metió hace unos minutos atrás.

Asintió. 

— Está bien. Me dan más chance a mí. — sonrió y suspiró — Pero... Antes, necesito ir hacer algo. Espero no tardar mucho. Te veo un rato más. — dijo muy rápido, para besar mi cabeza y se fue corriendo adentrándose a la casa.

Estaba raro.

...

Después de estar sentada bebiendo, casi por media hora. Las ganas de ir al baño se hicieron presentes, así que fui adentro de la casa para entrar, porque pensaba en ir al baño de mi habitación. 

No me molesté en prender las luces pues aparte de que no tardaría mucho, conocía perfectamente el camino. ¿Para qué?.

— Bueno, entonces... Confío en ti, hijo. — era la voz de Ismael.

En la poca vista que tenía del pasillo. En el suelo parecía reflejarse la luz que salía del despacho de Ismael y además, de que se oía el eco de unos pasos. 

— Gracias, padrino. No le voy a fallar, puede estar tranquilo. 

— Eso espero. 

Los pasos continuaron hasta que salieron por completo al frente y centro de las escaleras. Sus vistas se dirigieron a mí, y yo sólo les regalé una sonrisa, algo nerviosa la verdad.

Ovidio me sonrió en grande y luego volteó a ver a Ismael, quién sólo le hizo una seña con la cabeza, haciendo que el primero se marchara.

— Puedo hablar contigo, mi cielo. — dijo serio.

Entonces mi corazón comenzó acelerarse, sin saber por qué.

— Sí. Claro. — dije mirándolo con mis, creo yo, notables nervios. 

Bajé los pocos escalones que había subido y me coloqué enfrente de él. Que una vez a su lado, puso su mano en mi hombro.

Aclaró su voz.

— Ya Ovidio me comentó lo que pasó entre ustedes dos.


Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora