No llores

2.5K 235 18
                                    

Aburrida le cambié de canal a la televisión, pero sinceramente nada me llamaba la atención. No había nada entretenido. Así que solo le dejé en los Simpson.

Escuché cómo abrieron y cerraron la puerta principal, pero no me molesté por voltear a ver quién era. Sabía que era Sera, que sólo había salido a hacer unas cosas en el jardín de enfrente.

— Oye, Sera. Estaba pensando en que, si hoy nadie va a cocinar; si mejor pedimos un sushi en vez de pizza. — pregunté sin quitar la vista de la televisión. 

— No soy Serafín. Pero a mí me gusta el sushi empanizado, bueeno si me invitan, claro.

Mi corazón se detuvo al escucharlo hablar.

Cuando volteé a verlo, ya venía como siempre. Cambiado y bañado, eso quería decir que ya había acabado con sus clases. Y era raro porque no lo había visto llegar. 

Ni siquiera lo había visto estas dos últimas semanas. No voy a negar que eso me había dado un bajón horrible.

— Ohh... Hola. — le sonreí. 

— Hola. ¿Qué haces?. — dijo acercándose y sentándose a lado mío, poniéndome nerviosa. 

— Viendo tele... — respondí — ¿Ya acabaste tus clases?. 

— Sí. Me fue una friega por no venir estas semanas. 

— Cierto. No te había visto desde... — me callé. 

— Me quedé allá con mi amá. Estaba enferma. 

— ¿Todo bien?. 

— Sí, sí. Todo bien, gracias. — sonrió a medias. 

Asentí.

Y otra vez, la sala era puro silencio, sólo el sonido de la televisión.

— Oyee... — volteé a verlo prestándole atención — Yo, quería hablar sobre... Sobre lo que pasó ese viernes. 

Mi corazón se quería salir.

— En tu... ¿Coche?.

Asintió.

— Sí, mira... La verdad, yo no quería... 

¿No?... ¿Se arrepintió?.

— ¿No querías?. — pregunté con el alma y el corazón en un hilo. 

— No... 

Tragué duro.

Tonta... Tonta, tonta, tonta.

— Entiendo. — miré a otro lado. 

Maldita sea. Me sentía tan avergonzada.

No vayas a llorar, no llores.

— O sea... — empezaba a trabarse con sus palabras — Es qué... 

— Está bien. No tienes porqué disculparte. Con permiso. — me iba a parar, pero me alcanzó a tomar del brazo, haciéndome volverme a sentar. 

— No. Marieta, escúchame.

No quise voltear a verlo, cuando ya las lágrimas comenzaban a cegarme.

— No me malinterpretes, por favor. Déjame explicarte. — volteó mi rostro con su mano y al ver una lágrima bajar la limpió — No llores.

— Pero... — suspiré entrecortadamente. 

— Déjame explicarte. — se acomodó para quedar frente a mí — Por la única razón que... Que quise hablar de esto. — suspiró — Es porque no quiero que pienses que me aproveché de ti. 

— ¿No te arrepentiste?. — pregunté ya más calmada. 

Negó. — No. No me arrepentí... ¿Cómo?. — soltó una risita. 

— ¿Cómo qué?. 

— Cómo lo iba hacer, si... Si me gustas un chingo, Marietta. — hizo mi mechón de cabellos detrás de mí oreja.

¿En verdad lo dijo?.

— ¿Qué?. — no podía creerlo. 

— Me gustas. — afirmó muy cerca de mi rostro — Vieras el miedo que me da confesarte esto. 

— ¿Por qué?. — pregunté viendo sus labios. 

— Porque siento que te vas asustar y alejar... No lo hagas por favor. Lo entenderé.

— ¿Y quién dijo que no eras correspondido?. 

¿De verdad dije eso?. 

Sonrió. — ¿Sí?. — asentí.

A diferencia de aquella noche, esta vez ambos nos acercamos sin pensarlo dándonos un tierno beso que quisimos seguir sin importar qué.

Al separarnos sonreímos y quisimos volver a besarnos. Pero el portazo nos hizo sobresaltarnos y separarnos.

— ¡Ttita!. — gritó a lo lejos Serafín — No mames... Me salió una maldita araña. La traía aquí, ¡Aquí!. — señaló su brazo — Casi me pica. 

— Ay, Sera... — toqué mi pecho — Nos asustaste. 

— No más que yo con la pinche araña. — lloriqueó.

— ¿Una araña?. — preguntó Ovidio un tanto incrédulo y hasta podría decir que enojado. 

— Era una viuda negra. ¡¿Quieres que me mate?!. — parecía histérico. 

— Pues...

— Pero no pasó nada. Puedes estar tranquilo. — le dije.

— Ahorita que pidamos la comida, mandaré a traer bolillo y coca pal' susto. — suspiró — ¿Qué vamos a comer?. 

— Sushi... Empanizado. — le dije sonriendo y discretamente volteando a ver a Ovidio.

— Ta' bien. Pues deja lo pido en corto, ¿No?... Que ya traigo un chingo de hambre. 

— Sí, sí, sí. — dije asintiendo. 

— Ya está, pues... Deja les encargo a los plebes eso. Ahorita vengo.

Esperé a que se saliera para poder voltear hablar con Ovidio. Pero cuando lo hice, él me tomó por sorpresa robándome un beso.

— Qué atrevido. — bromeé, sonriendo sobre sus labios. 

— Seré un bandolero por tu amor. 

Solté una risita.


Marietta - OGLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora