Caos: Un Marine Traidor Poseído

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Varios destellos de luz centellearon en el turbulento cielo mientras las nubes gaseosas de Adelphos V ascendían y ardían en la densa atmósfera del planeta. Bajo esta actividad actínica los proyectiles trazadores rasgaron la noche y las explosiones recorrieron la rocosa ladera de la colina. Un pesado proyectil detonó a la derecha de Bekanor, reventando a tres de sus hermanos Marines Espaciales del Caos, que quedaron convertidos en una mera pulpa sanguinolenta, mientras fragmentos de su armadura se dispersaban lentamente por el denso aire. En lo más profundo de su alma sintió un ligero sentimiento de angustia por la pérdida de sus hermanos de batalla, pero esta emoción desapareció tan rápidamente como había aparecido. Encogiéndose de dolor, Bekanor estiró su brazo derecho, sintiendo como los huesos crujían y chirriaban uno contra otro. Las múltiples fracturas infligidas por su última transformación todavía no estaban totalmente soldadas. Sin embargo, las cuchillas óseas que surgían de su mano eran un arma formidable. Muchos enemigos habían caído por su causa en los últimos tres días de combates; como siempre sucede con los Dioses del Caos, cada don tiene un precio. En algún rincón de su mente, el demonio que albergaba en su interior se despertó y Bekanor sintió un ligero mareo. El emisario le había asegurado que esto era tan solo temporal, que un huésped mortal tenía que soportar este tipo de molestias para conseguir una mayor gloria. ¿Y quién era Bekanor para discutir con un emisario de los Poderes Oscuros? Mientras el Marine Poseído avanzaba junto al resto de su escuadra hacia las fuerzas Imperiales en la cresta de la colina, sintió el imperativo mental de seguir sus consejos.

¡MATA!

Bekanor sonrió sardónicamente para sí mismo. Él y su emisario sabían cómo complacerse mutuamente. El derramamiento de sangre le hacía sentirse bien, y el dolor remitiría un rato.

¡MUTILA!

Bekanor hacía poco que era huésped, y todavía no había sido totalmente absorbido por su emisario. El emisario todavía estaba dando forma al cuerpo de Bekanor para adaptarse a sus necesidades, convirtiendo su débil carne en algo más adecuado y eficaz. Al principio el dolor había sido insoportable: los colmillos todavía le desconcertaban y su brazo había quedado inútil durante dos semanas. También podía notar otros cambios, fugaces visiones de la Disformidad desde el otro lado de la realidad nublaban su vista. Ahora, si se concentraba, podía ver los pequeños y vacilantes espíritus de los Guardias Imperiales que tenía delante. Eran como pequeñas velas que apenas podían vislumbrarse con sus ojos alterados por los Demonios. Girándose hacia los otros Poseídos podía ver mucho más claramente a los emisarios en el interior de sus cuerpos. Eran como oscilantes nebulosas de estrellas y energía, con ojos brillantes que marchitaban el alma.

¡DESTRUYE!

Bekanor apenas era consciente de que los Guardias Imperiales le estaban disparando y de que estaba sangrando por una herida en la pierna. No se sorprendió de ver que su sangre era negra, y que manaba como un caudaloso arroyo por su blindado muslo. Bekanor podía sentir la rabia del demonio por el hecho de que su cuerpo mortal hubiera sido herido.

¡ANIQUILA!

Los Poseídos supervivientes llegaron a la cima de la colina y empezaron la masacre. Cuando Bekanor partió el cuello de uno de los débiles humanos de un puñetazo, vio como el brillo de su alma se apagaba y desaparecía. Otro humano cayó bajo sus garras, con sus órganos internos liberados de la prisión de su contenedor de carne para manchar el polvoriento y rocoso suelo. El emisario, cuyo nombre todavía no conocía, le estaba susurrando de forma constante.

¡MUERTE! ¡DESTRUCCIÓN! ¡SANGRE! ¡SANGRE! ¡MATA! ¡MATA!

El psíquico aullido hizo que Bekanor trastabillara cuando el dolor inundó su cuerpo. Reanudó su ataque, disparando incesantemente contra los Guardias Imperiales que había a su alrededor, y segando piernas y cabezas con sus ensangrentadas garras. El dolor remitió, y se dio cuenta que todos los Guardias Imperiales estaban muertos. El alma de Bekanor se hinchó de júbilo por el triunfo, y su cuerpo pareció arder con un fuego vigorizador. Su alegría se extinguió cuando una vez más el emisario le comunicó sus órdenes.

¡DESTRUYE!

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